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LA LIBRERÍA

La historia jamás contada de la legendaria Bodega Valero

Osadía Ediciones ha publicado el libro que merecía la que con toda seguridad es la taberna más representativa de la libertad y la buena gastronomía

22/04/2024 - 

VALÈNCIA. Se ha escrito tanto acerca de lo inherentes al ser humano que son los bares que uno se lo piensa dos veces cuando tiene que aportar algo en este sentido: no obstante, precisamente por lo esenciales que son estos establecimientos, a veces no queda otra que arremangarse y dedicarle unas palabras a los que definieron o definen parte de nuestra vida. En el caso del que escribe, han sido varios los negocios de la hostelería que han protagonizado, o mejor, auspiciado, las etapas más significativas de esa historia que es ser uno mismo. Pongamos que se nace en un barrio como Campanar: con su huerta y el pueblo, el barrio es un territorio periférico y muy tranquilo. Uno ama este distrito si ha nacido y sido adolescente en él, pero sucede que comienza una carrera, supongamos Periodismo, y por causa de las amistades, acaba llegándose un poco más allá: cruzando el río desde Nuevo Centro y girando el volante la derecha después para aparcar en lo que era una zona vibrante, Juan Llorens, antes de que fuese sofocada por un acrónimo de tres letras, la zona ZAS. En aquel tiempo legendario, calles como Palleter o Calixto III eran la tierra prometida. Cuando se habita durante dos décadas coordenadas tan laterales como las que se extienden desde el cauce del exrío hasta las salidas rumbo a poblaciones como Paterna, Burjassot o Benimàmet, un tramo breve de la Gran Vía puede llegar a ser un mundo aparte. Allí respiran, de pronto, locales que hacen que uno se sienta Hunter S. Thompson. Hablamos de little Argentinas como el Tango y Truco, y desde una perspectiva más patria, más punky y más local, la legendaria Bodega Valero. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. De lo que sea

Uno es postadolescente, pasa las horas con Robe y Kurt Cobain, y se siente inmortal: resulta que la indiferencia a la muerte no es una exageración de la memoria, sino un rasgo distintivo de una etapa. En esa fase, con el carnet de conducir recién estrenado y un hambre voraz por trascender, lo plantan frente a un tipo tan carismático —y en el caso de ese alguien que estamos imaginando, fenotípicamente familiar— como es Tony de la Valero, y ya no hay más que decir: el match que se dice ahora es instantáneo. De pronto estás en tu sitio, y por si fuera poco, en tu sitio cocinan de miedo: que si pollo en salsa, que si albóndigas, que si un morro espectacular. Y vino turbio. Y una terraza estupenda para no ir a clase o para que se te haga tarde a cualquier hora. Frecuentar la Valero te proporciona esa agradable sensación de estar siendo parte de la historia de un emblema de la ciudad. Ahora, por obra de Antonio Abizanda Gómez y gracia de Osadía Ediciones, y un diseño increíble de Ana Raquel Leiva (con portada de Paula M. Rufat), esa historia se ha encarnado en un libro que pasará a la posteridad como un derroche de buen gusto para cubrir una necesidad etnográfica: dejar constancia en un documento de lo que es un templo desde 1987. Historias de la Valero. De los Abizanda Gómez y del mundo entero recoge información tan valiosa como frases legendarias de clientes —esa “relléname la uve” para solicitar que alguien te coloque un cigarro entre los dedos—, recuerdos, anécdotas. confesiones, y una gran cantidad de fotografías que en el caso de las digitales deben haber estado durmiendo el sueño de los justos en diferentes dispositivos añejos que por fortuna han sobrevivido a los años, a los golpes o a los extravíos. 

El libro en sí va a ser un firme candidato a libro mejor editado del año: a su diseñadora le debemos el haber trasladado toda la información que ha reunido el autor (mucha) y la propia esencia de la Bodega Valero a una publicación como esta con aroma a fanzine pero con un tremendo trabajo detrás que se manifiesta en sus múltiples apéndices, desplegables o extras, entre ellos, el más suculento, 24 pegatinas de flyers míticos del local pensadas para personalizar la sobrecubierta —que cuenta con un levísimo silueteado para orientarnos—, o para pegarlas donde se quiera, que no es la Valero de imponer rígidas normas, sino todo lo contrario. Esa libertad que se respira en la taberna emana también del libro, así como el halo beatífico de dueños y parroquianos, gentes afables, bona gent, del barrio y adyacentes (el mundo entero es adyacente a la Valero), porque a la Valero no va cualquiera, o al menos una segunda vez: la personalidad del establecimiento es la que es y a mucha honra, y la antipatía, o la altanería, no casan bien con esa barra, no maridan bien, siendo más precisos. Sí funcionan la simpatía, la bondad, la socarronería con buen fondo. En Historias de la Valero el autor dedica mucho espacio y emoción a la clientela-familia, incluida la que ya no está. Hay también, cómo no, mucha música, mucho rock desde luego, citas como: “Barras de bar, vertederos de amor. Os enseñé mi trocito peor”, de Él último de la fila, u otras de clientes, también rock, como “los mejores son los jamones, pero están colgaos”, o la negativa a comer macarrones, “que igual pincho a algún amigo mío”, ambas de Luis Vila el mecánico. El libro es, francamente, muy divertido, con anécdotas como “el tacto rectal” que caben porque, ¿por qué no?, así como honesto en su posicionamiento existencial: al fin y al cabo, como explica Tony, su hermano y él hacen un servicio social poniendo en práctica una gran empatía, resistiendo y ganándole la partida a la homogeneización y a la corriente destructora de la identidad que quiere hacer de los bares espacios en serie, sin personalidad, indiferenciables de otros tantos igual de grises y esclavos de las modas. Pero la Valero… La Valero es otra historia. 

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