Llaman la atención desde lejos. Desde allí donde los veas crean expectación, deseando que pasen cerca para admirar su grandeza, su porte, la magia de sus movimientos, el arte de la danza que reproducen sus porteadores al compás de la melodía de la dulzaina y el tambor.
Siempre me han parecido admirables, por sí mismos, por la historia que llevan consigo desde hace siglos, por su reivindicación de seguir presente en los festejos locales más importantes, por las sonrisas que consiguen de los niños y de los no tan niños cuando caminan junto a ellos.
¿Sabe cuál es el origen de los gigantes y cabezudos? Ahora se lo cuento. Está ligado a la procesión del Corpus Christi. En concreto, los de Alicante están directamente ligados a las danzas de la procesión del Corpus Christi en la ciudad, en palabras de Felipe Manuel Sanchís Berná en su interesante tesis doctoral titulada “Historia dels nanos i gegants d'Alacant”.
La procesión puramente religiosa celebra la presencia de Jesucristo en la eucaristía, tiene como objetivo recordar el cuerpo y la sangre de Cristo a través del Santísimo Sacramento. Se celebra el domingo posterior a Pentecostés. Antaño, durante la procesión se representaba la sumisión a Dios de sus representantes en la Tierra, así como se reproducían el bien y el mal a través de artilugios escénicos, con el triunfo del primero sobre el segundo.
En el mundo católico, esta era la festividad más importante del año en pueblos y ciudades. Los representantes de la Iglesia, las autoridades, incluso el rey en la corte, junto con el pueblo, todos asistían expectantes a ver el paso de la procesión.
Esta representación popular se remonta en España al siglo XV, nada menos. Sitúese; en el mismo siglo en el que se descubrió América por Cristóbal Colón, los gigantes y cabezudos salían en procesión con el Corpus Christi por las calles de Toledo, Granada, Barcelona, Alicante...
Hay pruebas de esto, más cuando se discute cuál fue el origen más remoto para quedarse con la autoría de sus inicios. Decirlo es muy fácil, pero conviene corroborar esta afirmación. Ya verá, le doy un dato. Con la concesión del título de catedral a la iglesia de Santa María de Orihuela y el nombramiento de su primer Obispo el adolescente Pedro Ruiz de Corella en 1439, se realizaron diversas celebraciones. Fue un gran acontecimiento que nadie de la comarca quería perderse. Así, el señor de Granja de Rocamora cedió sus dulzainas y trompetas; los caballeros Rocamora, Marquefas y Rocafull se batieron en un torneo creando espectáculo; se corrieron los cuatro bueyes de Orihuela en la plaza Mayor… Y la ciudad de Alicante se sumó a esos festejos llevando sus gigantes y cabezudos para participar en los desfiles. Ya los tenía para sus celebraciones, también para compartirlos en grandes fiestas como las mencionadas.
Junto con la danza de los gigantes (y cabezudos), se sumó la danza del dragón y la de la serpiente, representados con vivos colores. Y algunas más. Muchos de estos elementos escénicos durante la procesión del Corpus Christi se fueron perdiendo a lo largo de los siglos. Verá por qué. Se juntó el hambre con las ganas de comer, ya verá. Aunque fueron autorizadas por el Papa Urbano IV al consentir en 1264 representaciones religiosas y paganas, porque “cante la fe, dance la esperanza, salte de gozo la caridad”, al final se convirtió casi en un carnaval donde el desenfreno era el orden del día. Me dirá que cómo se atrevieron, ¿no sabían que a los latinos si se les da la mano cogen el hombro? Es lo que ocurrió. La exaltación era tal que se perdía el decoro, el recogimiento y la religiosidad propia del momento.
Por eso, había que poner freno a tanto desvarío. Y en España le tocó hacerlo al Rey Carlos II, quien firmó una Real Cédula el 12 de mayo de 1699 por la que prohibió las danzas mixtas durante la procesión del Corpus Christi, solo podrían hacerlo los hombres y no podían taparse la cara ni ponerse máscaras delante del Santísimo Sacramento.
Aunque se endurecieron las maneras de hacer las cosas, iba por barrios o por ciudades, dependía del carácter más abierto o menos de cada pueblo para cumplir las normas a rajatabla. Como la procesión se alargaba hasta altas horas de la noche y seguía con su carácter festivo, terminaba en altercados con la gente alterada. Entonces, un rey ilustrado tuvo que ponerle coto. Fue Carlos III con su Real Pragmática de 21 de junio de 1780 en la que definitivamente prohibió todo aquello que “poco conviene a la gravedad y decoro” durante la procesión del Corpus Christi. Así quedó regulado durante siglos, con más rigor y sobriedad religiosa.
Un hecho totalmente lúdico hizo recuperar en el espíritu de la gente el recuerdo de lo que fueron. Ocurrió en Madrid. Fue con el estreno de la zarzuela “Gigantes y Cabezudos”, de Echegaray y Caballero, en el Teatro de la Zarzuela el 29 de noviembre de 1898. El éxito fue rotundo. En un año se realizaron más de 2.000 representaciones por toda España y América del Sur. Después de representar tanto esta zarzuela, los gigantes y cabezudos volvieron a las fiestas populares de los pueblos.
Actualmente en Alicante los gigantes y cabezudos participan de la procesión del Corpus Christi, de la de San Nicolás o de la Virgen del Remedio como patrones de la ciudad, de los desfiles de las Hogueras de San Juan, incluso han acompañado a la reliquia de la Santa Faz. Son parte importante de la vida festiva de la ciudad.
Es la Colla de Nanos i Gegants d'Alacant quien los viste en procesión y en desfiles, con el patrocinio del Ayuntamiento de Alicante. Los miman, los bailan, los portan y despiertan el interés de todo aquel que los admira. El rey Alfonso X y la reina Doña Violante; los reyes árabes Ali y Cántara; Nicolau y Remediets; Sento y Marieta, labradores de la huerta y Foguerer y Carolina son los gigantes alicantinos que recorren calles y plazas. Los nanos (cabezudos) también tienen nombre: Carolina la alicantina, Benalúa la mora, los alicantinos Joanet y Blasset, los borratxos Roc y Antón y la Tía Tónica.
Permita una mención especial a sus porteadores. Llevan unos 50 kilos sobre sus hombros, según el gigante que porten y el cabezudo que lleven, y aun así son capaces de dar tanto espectáculo con sus danzas.
Los gigantes y cabezudos “no se pondrían en marcha ni harían sus carreras, si no tuvieran un corazón que les bombeara vida y movimiento. Su corazón es el corazón de quien lo porta. Se tutean y nada son el uno sin el otro”, en palabras de la antropóloga Mª Elisa Sánchez Sanz en su artículo “Los gigantes y cabezudos por dentro y por fuera” en “La danza de los diferentes. Gigantes, cabezudos y otras criaturas”, catálogo de la exposición del mismo nombre organizada por el Centro de Historia de Zaragoza.
La Unesco declaró en 2008 a los gigantes y dragones procesionales de Bélgica y Francia como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Destaca su aparición en pueblos y ciudades europeos en el siglo XIV y “son emblema de identidad de ciertas ciudades belgas como Bruselas y francesas como Tarascón, donde siguen siendo tradiciones vivientes”.
Los gigantes y cabezudos mantienen viva la tradición en todo el mundo. “La presencia de gigantes, cabezudos y figuras portadas en 85 países se reivindica como el mayor y más extenso fenómeno de cultura popular y tradicional en el mundo”, en palabras de Jaume López Puigbó, presidente del Círculo Internacional de Amigos de los Gigantes. Pues eso.