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Garrigós, el empresario que siempre se adaptó (a lo bueno y lo malo)

13/08/2019 - 

ALICANTE. La desaparición de José Enrique Garrigós supone la pérdida de un referente empresarial. No sólo por los cargos que ocupó en la Cámara de Comercio de Alicante o en la DO Turrón de Jijona, sino por su extraordinaria visión para adaptarse a los momentos, fueran buenos o malos, o para dejar un cargo que no se sabía útil para él, o para la institución que representaba.

Aunque fue más conocido por su etapa frente a la Cámara, al menos fuera de Alicante, que la de turronero, Garrigós dio un paso atrás en junio de 2016: daba por terminada una etapa al frente de la institución empresarial y la situación crítica con la que se encontró en 2009, al inicio de la crisis: el Gobierno había eliminado la cuota cameral, con lo que la Cámara debía buscar nuevos ingresos, recién estrenada su reluciente sede, el antiguo hotel Palas de Alicante, convertido en un edificio modernísimo que había costado 12 millones de euros.

Antes, Garrigós había ido cogiendo cierto protagonismo en la vida económica y social de la provincia de Alicante, no sólo por su presencia en la Cámara, sino en este caso, por su laboral frente de la DO Turrón de Jijona y  Alicante. Había trenzado una buena amistad con el entonces presidente de la Diputación de Alicante, José Joaquín Ripoll,  y fruto de ello, y la apuesta que la institución provincial hizo por la gastronomía,  Garrigós había desplegado en San Sebastián, en el contexto de la feria Lo mejor de la gastronomía, la pastilla de turrón de Jijona más grande del mundo primero y la de Alicante, después. De esas experiencias, allá por los años 2007 y 2008, se forjó una relación de amistad con el sector zaplanista del PP, que llevó a Garrigós al consejo de la Caja de Ahorrós del Mediterráneo. Las zaplanistas ya controlaban la territorial de Alicante y habían lanzado un pulso a Francisco Camps por hacerse con la presidencia la entidad de ahorro con un pacto con el PSPV. El pacto no fructificó pero Garrigós sí acabó entrando en la renovación del consejo. La experiencia no fue buena; como él mismo vino a reconocer años después -con sus declaraciones en la comisión de investigación de la CAM en las Cortes Valencianas- y le marcaría en los años posteriores.

Esa relación política y económica dio más frutos. Por ejemplo, el certamen Lo Mejor de la Gastronomía, con sede en San Sebastián, se trasladó en Alicante con el objetivo de aprovechar ese escaparate para la alta gastronomía de la provincia, y la promoción de los productos, entre ellos, el turrón.

De esa complejidad entre los actores gastronómicos, Garrigós, hombre con mucha visión para los negocios, aprovechó la amistad forjada con Martín Berasategui para fabricar una línea de productos de turrón con el nombre del laureado cocinero guipuzcoano como marca. Más tarde, esos productos acabarían teniendo entrada en El Corte Inglés, lo que le aumentó las cifras de facturación.

Garrigós siempre tuvo buena relación con los políticos. La había tenido con el PP, con el sector de Ripoll, pero ya venía de tenerla con un sector del PSOE. Sobre todo, con el ex conseller Luis Berenguer, y con su hijo, que fue el abogado del Consejo de la DO Turrón de Jijona y de Alicante, y que fue quien ganó el juicio para protegerlo ante las marcas blancas. En esa etapa, el entonces presidente ya había demostrado moverse con desparpajo y tocar las puertas necesarias -a través de los Berenguer en Bruselas- para salvaguardar la esencia y la marca del turrón.

Y con este bagaje, en 2009, Garrigós tomaba las riendas de la Cámara de Comercio de Alicante. Lo dejaba un histórico, Antonio Fernández Valenzuela, un dirigente socialista, con una dilataba experiencia y que en esa época, tenía más coincidencias con el PP que con el partido con el que seguía militando. Hasta ese momento, Garrigós había demostrado ser un buen vicepresidente de la institución cameral. Pero llegó el momento de asumir el mando. Y al poco que se encontró con un revés: el Gobierno de Rodríguez Zapatero había decidido eliminar, a finales de 2010, el pago de la cuota obligatoria de las empresas a las cámaras de comercio, lo que, en el caso de Alicante, le hacía un verdadero roto. Pero otra vez, Garrigós supo sobreponerse. Lo hizo con el tiempo, y también con un aliado que le vino como anillo al dedo. Carlos Mazón -entonces diputado provincial del PP y vicesecretario del partido- se convertía en su director general, y en la persona que le ayudaría en la travesía en el desierto para que la Cámara diera la vuelta, como un calcetín, a sus ingresos. Buscando ayudas en la UE, firmando convenios con instituciones -entre ellas, la EUIPO- o alquilando la joya de la corona, la flamante sede la Cámara, el antiguo hotel Palas, al Ayuntamiento de Alicante a razón de 500.000 euros al año. 

Durante esta etapa, la Cámara de Comercio pasó a ser un mero receptor de ingresos a un actor activo de ayuda a las empresas, de búsqueda de empleo, de formación o de confección de estudios. En menos de cuatro años, la Cámara pudo salir de la situación límite en la que llegó a encontrarse con la posibilidad de aplicar ERE o buscar avales bancarios para poder hacer frente a los proveedores. O tener que volver a la sede histórica de la patronal Coepa, en la Plaza Ruperto Chapí después de que fuera vendida a un inversor ruso. Y todo sin el sostén del zaplanismo -que había sido laminado en el PP-; sin el de la CAM, ya absorbida por el Sabadell y con mensajes contra la corrupción como el que tuvo que soltar -en las narices de Sonia Castedo- en julio de 2013.

Su facilitad para adaptarse a los escenarios no le restó ni amistades ni influencia. Aunque sí que es verdad que su comparecencia en la comisión de investigación de la CAM en las Cortes Valencianas, en mayo de 2012 y su célebre frase: «No sé leer ni un balance, sí que le marcó. No por aquel momento, que también, sino por todo lo que la crisis bancaria generó con el tiempo. Verdaderamente, le hizo pasar un mal trago y darse cuenta de que esa designación le había superado. Desde entonces, hasta 2016, cuando dejó el cargo, Garrigós fue teniendo cada vez menos presencia al frente de la Cámara: la situación de la economía mejoró y con ella, la de las arcas de la institución. Entonces, se dedicó en cuerpo y alma a su empresa, y a sus negocios, que nunca había abandonado, así como a prestar más dedicación a sus hijas y nietos. A su manera, pero con una capacidad camaleónica de adaptarse a todos los momentos y vicisitudes de la economía.

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