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LA YOYOBA / OPINIÓN

Entre la Albufereta y el Vinalopó

10/02/2017 - 

“Alicante es una provincia que podría vivir sin capital”. Esta reflexión no es mía, se la he tomado prestada a @cpastor, un estudiante de arquitectura que analiza en su blog Discontinuïtats los distintos planes estratégicos que han tratado de integrar Alicante y Elche en una sola área metropolitana. Desde el famoso “Triángulo” de Alfonso Vergara en los ochenta, hasta el actual PAT Alicante-Elx, se han vertido ríos de tinta que no desembocan en ningún mar. Ninguna de las dos ciudades se apea del burro. Se afanan en competir más que en colaborar. Pero déjenme fantasear con que algún día ambas puedan compartir algo más que el aeropuerto y la institución ferial.

No se deben empezar las casas por el tejado. Tanto o más que planes estratégicos, Alicante y Elche necesitan conocerse para poder amarse. Nunca veinte kilómetros marcaron una distancia tan larga. Apenas media hora de coche separan, que no unen, estas dos grandes ciudades del sur de la Comunitat. Como un yin y un yan autónomos, se aferran en mantener sus diferencias en vez de conformar un círculo armónico y complementario. Una, temerosa de que sus señas de identidad milenarias se diluyan como un azucarillo dentro de un territorio comanche que ha fusilado su historia a golpe de un urbanismo devastador. La otra, atrincherada en su bahía burocrática, ejerciendo con altanería sus privilegios administrativos. Una reina sobre un terreno vasto, fértil, rico en parajes naturales pero echando de menos un mar urbano. La otra, con el Mediterráneo instalado en su callejero, pero sin un trozo de campo donde saltar a la comba. Els senyors de la sabata versus l’aristocràcia del bacallà. 

Sus élites políticas, empresariales y culturales se han ignorado con fruición. Como si hablaran idiomas distintos,que a lo mejor también. Escasean los mediadores sociales que faciliten el tránsito amable entre una ciudad y otra, que fomenten las relaciones humanas derribando los muros invisibles que se alzan en ambas orillas de Agua Amarga. Cada una su universidad, sus hospitales, su Cámara de Comercio, su equipo de fútbol, su Corte Inglés y, desde hace unos días, cada una su propia oficina de tráfico. Eso de tener que venir a Alicante para sacarse el carné de conducir irritaba a los ilicitanos pero servía de excusa para callejear por la capital de la provincia, una auténtica desconocida más allá del estrecho círculo que pivota sobre la estación de Renfe. Cuando algún día el AVE llegue también a Elche, se habrá roto el último cordón umbilical entre las dos ciudades que yo amo sin estar loca. 

Sin embargo, hay motivos para la esperanza. Las concejalías de cultura de ambas localidades comenzaron el deshielo el año pasado organizando el Festival Abril en Danza Elche- Alicante 2016. No se lo creerán pero esta ha sido la primera colaboración cultural entre ambas ciudades en toda su historia. Un circuito cultural conjunto no vendría nada mal. Y el ayuntamiento de Alicante se ha sumado a la legítima demanda para que la Dama vuelva definitivamente a Elche. Un importante reclamo turístico beneficioso para ambas. 

Por si no sobrevivo a esta columna (quién me mandará a mi enarbolar una bandera blanca en la tierra de nadie de una eterna guerra de trincheras), dejénme decirles una cosa. Si se consiguiera una relación igualitaria, un tú a tú sin menosprecios ni duelos económicos que entorpezcan el entendimiento, el eje de rotación del centralismo valenciano bascularía con fuerza hacia el sur, hacia un territorio poderoso en el que vivimos más de medio millón de personas, entre la Albufereta y el Vinalopó. @layoyoba

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