LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

En defensa de Vargas Llosa

Foto: RICARDO RUBIO/EP

Mario Vargas Llosa está en aprietos por vivir en un país de chismosos. La prensa del hígado intenta malmeter hablando de problemas en su noviazgo con Isabel. Otro ejemplo de la envidia nacional. Sus lectores debemos salir al paso de esta campaña envenenada de infundios.

11/07/2022 - 

Las malas lenguas, que son muchas y afiladas en esta España que se va al garete, sostienen, con enorme desvergüenza y desparpajo, que hay problemas en la relación entre Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler. Esta mentira nos obliga a abandonar nuestra torre de marfil y aparcar la lectura del cachondo de Gógol, a volver a mancharnos las manos para salir en defensa del último Nobel de Literatura en español.

Hace un par de semanas, una revista publicó unas fotos en las que se veía a don Mario entrando en su piso de soltero, en el centro de Madrid. Las imágenes levantaron sospechas en mentes calenturientas que quieren ver lo que no hay, poniendo palos en la rueda de un noviazgo ejemplar, sin importarles mancillar el honor (qué bonita y desfasada expresión) de dos personas dignas de todo respeto.

“EN EL INVIERNO DE LA VIDA, A UN ESCRITOR CÉLEBRE SÓLO LE QUEDAN LOS LIBROS PARA SER LIBRE”

Ya sabía, por mi amigo y compañero Imanol, que don Mario vivía en la calle Arenal o alrededores. Mi amigo lo vio paseando con su exmujer, Patricia Llosa, en los últimos años de un matrimonio longevo: duró hasta medio siglo. En 2018 se divorciaron. Antiguas malas lenguas, tan afiladas y mendaces como las actuales, sostuvieron entonces que Patricia, prima de él, lo desplumó en pago a lo que ella consideraba una traición después de una larguísima convivencia. Sólo don Mario sabrá cuánto patrimonio sacrificó por estar con Isabel.

Se dijo que la sentencia de divorcio abría la puerta al casamiento del intelectual con la famosa, pero no hubo nada, lo que da que pensar después de siete años de noviazgo. Isabel se ha definido siempre como  “una mujer de maridos, no de romances”. Ahí está la historia de su agitado corazón para atestiguarlo: a nuestro admirado Julio le sustituyó el pobre marqués de Griñón, y el aristócrata cedió cama y almohada al exministro Boyer. Sólo queda uno vivo de los tres.

El último representante del ‘boom’

En esta situación tan delicada para el escritor hispano-peruano, en que las cañas se vuelven lanzas, es obligado salir en su apoyo porque a don Mario le debemos muchas horas de lectura placentera e inteligente: de La ciudad y los perros a Conversación en La Catedral, de La casa verde a La fiesta del chivo. Su obra narrativa y ensayística es la de un grande del siglo XX; no lo olvidemos, es el último representante del boom iberoamericano. Por tanto, si lo defendemos es por gratitud a la prosa privilegiada del autor de La tía Julia y el escribidor, novela en la que recuerda a su tía Julia Urquidi, su primera mujer. Disculpemos su liberalismo atlantista con olor a azufre. ¿Qué intelectual puede estar libre del pecado de la soberbia? Si así fuera, nadie leería a Alberti y Neruda por estalinistas. Si leemos a don Mario es a pesar de su gran amor al Gran Dinero, a esa libertad de mercado que llevamos años buscando, acaso lustros, sin dar con ella. Tal vez estemos demasiado ciegos para verla.

Llegados a este punto, ¿qué tiene de malo que nuestro protagonista se recluya en su piso de soltero a leer para preparar su próximo libro? Esa es la versión oficial que debemos aceptar. Todo hombre necesita huir de la rutina. ¿Alguien cree que en la urbanización Puerta del Hierro, hogar de tantos pocholos y cayetanos con pulsera rojigualda, donde al parecer sigue conviviendo con Isabel, puede salir algo de provecho para la historia de la literatura universal? No, no y no. Es en el centro del viejo Madrid, en las mismas calles por las que callejeó su estudiado Galdós y meditó Larra pegarse un tiro, donde don Mario puede volver a ser el gran escritor que fue, condición que perdió —la de gran escritor— por pactar con el diablo del papel cuché. A Cela le ocurrió lo mismo con Marina Castaño, y desde entonces el gallego no levantó cabeza.

La literatura nunca traiciona

Comprendemos que el novelista busque la paz de los desiertos que sólo puede encontrar en su biblioteca, envuelto en el maravilloso silencio que pide a gritos la escritura de cualquier novela o ensayo. En el invierno de la vida, a un escritor célebre sólo le quedan los libros para ser libre. La literatura es amiga que nunca traiciona, al contrario que los hombres y las mujeres, incluida su querida Isabel, con la que se le vio la semana pasada en Ibiza y el Teatro Real, en un vano intento por acallar los rumores de crisis.

En su caserón del Madrid de los Austrias, lejos de la mirada de los curiosos, a salvo de las trampas de los paparazzis y de los periodistas del hígado, don Mario, en la soledad de sus 86 años, debe hacerse la siguiente pregunta: "Isabelita, ¿en qué momento se jodió lo nuestro?". El Hola tendrá la respuesta en su próximo número.

Foto: JOSÉ OLIVA/EP

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