Anda el alcalde de Alicante, Luis Barcala, con el botafumeiro a toda pastilla para desvíar la atención tras la semana negra que vivió después del puente de diciembre, bien resumida por el compañero Raúl Navarro con su análisis Los 'fichajes', el ruido, los contratos y las cuentas lastran el medio año de bipartito de Alicante. El dictamen deja algunas conclusiones, que el propio alcalde debería tener en cuenta si no quiere que su crédito quede amortizado en el primer cuarto del mandato: sus fichajes estrella no funcionan, aunque toda la responsabilidad no sea suya, pero al final y al cabo lo que ven los vecinos son las caras de los concejales, y no de los técnicos; que con Mazón en la Diputación y José Ramón González de baja médica, su equipo queda muy menguado para una singladura que no se augura fácil, dada la distancia que le están aplicando (o provocando) a Vox ; que no tener presupuesto a las primeras de cambio puede suponer una losa para los tres años y pico que quedan por delante, y que si Ciudadanos no mete mucho la pata -a excepción de las boutades del concejal Antonio Manresa en la gestión cultural-, las vergüenzas se le verán más al PP que a los naranjas por la inacción, claro está, de los segundos. Pero bueno, esto es largo y todo es susceptible de cambiar.
Las consecuencias de la semana negra de Barcala son dos, y si cuajan, parte del mérito habrá que concedérselo a su concejal de Urbanismo, Adrián Santos. Hablamos del futuro Plan General de Ordenación Urbana, que si logra aprobarse en una fase estructural ya será todo un éxito, y ese globo sonda que es situar el Palacio de Congresos en la zona sur de la ciudad, más en concreto, en el futuro solar que ahora ocupan hoy las harineras. Desconozco el tamaño y los detalles del proyecto, la opinión del sector hotelero o hostelero de la ciudad, ni si las arcas municipales disponen de suficiente riñón para asumir tal empresa (compra del terreno y posterior construcción), o si habrá que acudir a papá Generalitat o mamá Diputación para sufragar tal asonada. Se conoce poco. Pero tal intención, por bondadosa y beneficiosa que sea, ya supone un fracaso: la ausencia de la estrategia de la ciudad y, por extensión, del propio bipartito, en tanto en cuanto no genere un enorme consenso a su alrededor.
Y en caso de que se den pasos en esas dirección, sin tener el consenso político y social, supondrá caer en el error de antaño, como lo fue el proyecto de instalar el edificio congresual en la ladera del Benacantil, que ni las mayorías absolutísimas del PP lograron vencer, ni el extemporáneo proyecto de Salvador Pérez Arroyo en Sangueta. El primero, aún teniendo un amplio respaldo electoral, quiso hacer una voltereta con las cuestiones técnicas, medioambientales y patrimoniales, como era trucar el esternón trasero de la Cara del Moro. Y chocó el menfotismo de la intelligentsia de la ciudad, y con el perro del hortelano mediático, que todavía rezumaba progresía original. Y el segundo, además de contar con menos consenso, nació en el precipicio de la crisis. Ni se intentó.