El Café Ifach en Alicante 

El café de las historias inconfesables

18/02/2017 - 

ALICANTE. Hay cafeterías que son de todos porque estaban ahí cuando también era de todos el ambulatorio de la calle Gerona por donde pasaron la mayor parte de los alicantinos (de toda la provincia) en alguna ocasión. Tras el ayuno, la larga espera, las extracciones de sangre que te dejaban desfallecida, la recompensa siempre era el Café Ifach. Abrías su puerta con cristalera y el mundo, hasta ese momento en cámara lenta, empezaba a bullir: su barra siempre atestada de gente, el calor de su interior, el “pide lo que quieras” de mi padre, seguido de la mejor coca de mollitas, el mejor croissant y el mejor café con leche del universo (sí, entonces se daba café con leche a las niñas desfallecidas). Madrugar, desmayarte de hambre, los pinchazos, el miedo a los pinchazos, todo, valía la pena por ese desayuno.

Hoy el Café Ifach es más pequeño, más bonito y no tan bullicioso. Sigue pasando mucha gente por su barra, pero ya no sufre el mismo ajetreo que cuando decenas de profesionales de la sanidad y cientos de famélicos como yo acudían a su barra implorando olvido (los primero) y volver a la vida (los segundos). Su dueño, Rafa Sempere, hijo de Carola Galant, antigua propietaria junto a su hermana Maruja, ha rehabilitado con gusto lo mejor del Ifach: el arco que escondía su falso techo, su barra exterior, su café natural con leche fresca, la maravillosa panadería de los Hermanos Guardiola y sus historias. Quizá eso sea lo más admirable del relato de Rafa: habla de sus proveedores como si fueran de la familia y de alguna manera lo son, porque se han mantenido con él desde siempre. El aceite y los huevos de sus deliciosas tortillas, la leche fresca, la bollería…, siguen teniendo el mismo origen que hace medio siglo, pequeños, excepcionales y desconocidos productores que deben a la rara fidelidad de establecimientos como éste su permanencia durante varias generaciones.

Y es que la historia del Ifach ha estado siempre estrechamente asociada a su pasado, cuando era una prolongación de la Caja Nacional (como llamaban al ambulatorio provincial), abierto entonces las veinticuatro horas, y el bar se convirtió en testigo de excepción de las anécdotas inconfesables del personal de sanidad relatadas en las horas de guardia. “Me acuerdo del practicante –dice Sempere-, Emilio Casarubio, de aquellas jeringuillas de cristal que desinfectaba en alcohol de quemar, de su cigarro permanentemente en la boca como una prolongación de él mismo y de los dedos amarillos que lo sujetaban” (sí, porque entonces se podía fumar incluso en la consulta). Entra en la cafetería Matías Sánchez y Alarcón, cliente asiduo y dueño de la histórica Bolsos Soriano que se encuentra justo en frente y me asegura que puede contarme todos los secretos de la calle Gerona desde hace siete décadas. Otro cliente pide un croissant “de esos que sabes” y Rafa, que es un cachondo, le responde que “se los han llevado todos una chica esta mañana” y que lleve cuidado porque le ve la piel algo amarilla. 

De vez en cuando interviene Juan Carlos Díaz, que lleva como camarero en el Ifach desde los trece años y de eso hace ya más de cuarenta (sí, entonces los chavales de 13 años trabajaban) y recuerda al médico de la copa de Dick: “la pedía siempre a rebosar y un día contó que se había quedado dormido auscultado a una mujer encima de su barriga” (porque, sí, entonces se bebía más y no había controles de alcoholemia). A mi lado, se ha sentado “Don Salvador Balaciart” (así me lo presentan), uno de los médicos de guardia de la antigua “Caja Nacional” que sigue desayunando por aquí todas las mañanas y Rafa empieza a contarme una anécdota de Agapito, que era conductor de ambulancia: “nos contaba que los llamaron para una emergencia en Benidorm, se ve que cerraron mal la puerta de la ambulancia y se les salió la camilla con el enfermo en plena carretera, imagínate la que armaron, la guardia civil echándose las manos a la cabeza…”

Pocas paredes de una cafetería pueden hoy día estar tan llenas de historias ajenas como las del Café Ifach, especialmente porque nuestro mundo ya es demasiado civilizado para dar anécdotas como aquellas. Así que me termino tranquilamente mi tortilla de alcachofas, agradecida de que mi médico de cabecera ya no beba ni fume mientras me ausculta, pero sobretodo mucho más ufana que cuando entré. 

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