Abogada penalista y escritora, se ha propuesto poner voz a los casos de violencia intrafamiliar que no encuentran los instrumentos legales para evitar nuevas agresiones y reparar los daños sufridos. El libro Violencias silenciadas habla de esas víctimas que se salen del esquema global de mujeres que sufren, e incluso mueren, a manos de su pareja masculina. Aquellas que, por ese hecho, no cuentan con los mismos derechos
La alicantina Antonia Chinchilla ha decidido plasmar en su último libro, Violencias silenciadas (Ed. Almuzara), su experiencia como abogada penalista. En el desarrollo de su ejercicio professional, la experta en casos de violencia en el ámbito familiar o doméstico ha atendido a numerosos clientes que, a la hora de denunciar esos episodios, se han visto discriminados por los mecanismos legislativos. Es el caso de colectivos como las personas LGTBI, los menores o las personas mayores. Y es que, según explica, estos colectivos no cuentan con los instrumentos legales suficientes para evitar o reparar plenamente sus perjuicios y se ven claramente discriminados por una Ley de Violencia de Género que establece mayores instrumentos y recursos económicos para combatir la violencia machista. Esta situación, unida al aumento constante de las denuncias de violencia machista, que no está llevando aparejado un descenso del número de víctimas, obliga, según Chinchilla, a replantear los términos en los que se debe combatir la violencia intrafamiliar, independientemente de la condición sexual de la víctima y bajo los términos absolutos de víctima y agresor.
— ¿Quién y por qué silencia la violencia? ¿Lo hace la sociedad en general o el Estado?
— Ni una cosa, ni otra… y todo a su vez. No hay razón única por la que una violencia podamos considerar que esté silenciada o que ha quedado relegada a un problema de segunda categoría. Existen, posiblemente, varios factores que pueden influir en ese silencio. Pero, las actitudes hacia todos los tipos de violencia que se genere en cualquier colectivo deberían estar igual de sensibilizadas que cuando se genera la violencia contra una mujer.
— ¿No es útil la discriminación positiva?
— En este momento, los legisladores quizás deberían contemplar que se debe dar una solución a la discriminación que existe contra ciertos colectivos y ese es el trabajo más importante. Hoy en día es el reto más difícil de conseguir. Es cierto que debemos estar sensibilizados y debemos luchar para erradicar cualquier tipo de violencia sobre la mujer. Pero si queremos encajar todas las piezas del puzle, deberíamos trabajar de manera conjunta para evitar las injusticias y el sufrimiento, porque ellas existen, pero también hay más víctimas.
— ¿Falta sensibilización y concienciación?
— En nuestra sociedad no somos conscientes de que no hay la misma sensibilidad hacia el resto de maltratados. Existen todavía muchas ausencias en las encuestas sobre violencia. Violencias silenciadas como son las que se ejercen hacia los hombres, colectivos LGTBI, niños o ancianos. La mayoría de las estadísticas se hace de manera que se realiza una serie de encuestas para recopilar datos y, cuando una mujer responde que a veces se ha sentido víctima, ya consta como maltrato técnico. No existe en nuestro país una unidad de criterios a la hora de recabar datos y eso hace que los números que arrojan las propias estadísticas no aporten certeza en cuanto a la realidad del panorama y de la violencia silenciada que se vive en nuestro país. Sin ir más lejos, Unicef publicó recientemente que 275 millones de niños y niñas expuestos a la violencia en el hogar y eso es alarmante.
— Esa sensibilización se trabaja desde diversos conceptos: violencia doméstica, machista, de género… pero parece que todavía no han calado cuáles son las diferencias entre esos términos.
— La Asamblea General de la ONU resolvió en 1993 que por ‘violencia contra la mujer’ se entiende todo acto de violencia contra el sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o un sufrimiento físico, sexual o psicológico, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la vida privada. Tiende a confundirse la violencia de género con la violencia doméstica. Este último término incluye la violencia en el ámbito familiar por parte de uno de los miembros contra otro. Puede ser de padres a hijos, de hijos a padres o de mujer a hombre cuando son pareja. En cuanto al machismo, puede entenderse como una ideología que recoge actitudes, prácticas sociales, conductas y creencias destinadas a marcar la diferencia y superioridad de todo hombre contra, y sobre, una mujer. En este sentido, parece ser que no tenemos claro que el machismo lo practican tanto mujeres como hombres.
— ¿Cuáles son esos tipos de violencia?
— Básicamente son cuatro los tipos de violencia pueden suceder en el seno de la pareja: física, verbal, psicológica y económica. La física es la más fácil de visualizar, la que da más muestras, desde palizas a empujones, golpes, pellizcos, etcétera. En cuanto a la verbal, existen varias acciones que se materializan mediante discusiones. Hablar en tono despectivo a la persona a la que se quiere agredir, gritar e insulta, etcétera. Lo complicado es distinguir entre una discusión acalorada y el maltrato continuo verbal que se quiere ejercer sobre la víctima para convertirla en impotente, culparla de algo o avergonzarla. Otra de las prácticas habituales es la culpabilidad a la víctima de todo cuanto sucede. Es la violencia más difícil de demostrar de cara a ejercer acciones legales.
— ¿Por qué se pasa de puntillas ante esos casos? ¿No interesan o no se sabe cómo abordarlos?
— Quizás porque existen intereses políticos o económicos tras muchas instituciones tanto públicas como privadas. El fenómeno de dar prioridad al empoderamiento de la mujer y los movimientos feministas, con todos mis respetos, considero que está dando una importancia extrema a la mujer y no deja margen para dar el trato igualitario que se merece el sexo masculino, porque no todos los hombres son maltratadores ni todas las mujeres somos víctimas. En mi ejercicio profesional vivo de cerca muchas de estas situaciones que me sensibilizan y motivan para luchar con todas mis fuerzas por cada cliente y su caso. El dolor que me produce vivir la violencia no justificada o ver cómo el sistema tiene una serie de agujeros que permiten que paguen justos por pecadores ha hecho que escriba el libro Violencias silenciadas.
— ¿Visibilizar ayudaría a encontrar una solución?
— De eso se trata. Lo que se ve, se conoce y se siente. Es lo que me motiva, en mi lucha para transmitirlo a la sociedad y a quien proceda. Hay que conseguir despertar esa sensibilidad. La difusión sobre la violencia de género debería ser igual a cualquier otra. Si ponemos un ejemplo, podría hablar de los colectivos LGTBI, los cuales se encuentran en una situación totalmente marginada. Y es que una mujer maltratada por su pareja, siendo esta otra mujer, si acude a denunciar por violencia de género, no podría hacerlo. No se le puede aplicar las mismas penas a su agresor ni la misma protección a la víctima que si le agrediera un hombre. Por lo tanto, si estamos ante una mujer maltratada, ¿por qué diferenciar entre esa mujer y otra heterosexual?
— ¿Cómo se puede combatir esa discriminación?
— Cuando alguien del colectivo LGTBI se decide a denunciar la violencia de pareja o la violencia de género se encuentra que no existe una legislación específica para poder reparar igual que a otra persona. Sin embargo, la Constitución española recoge que todos somos iguales ante la ley. En estos colectivos, la gente no denuncia por miedo a la discriminación. Tiene poca confianza. Tienen miedo al chantaje o al outing. A que si, por ejemplo, padece VIH, su pareja pueda hacerlo público. Por ello es necesario en España una ley específica para apoyar la violencia doméstica, con protocolos específicos y ayudas a víctimas según el colectivo al que pertenezcan. Órdenes de protección, casas de acogida, apoyo psicológico y juzgados específicos. Igual que las mujeres víctimas de violencia de género. Tenemos colectivos desprotegidos.
— ¿Lo abrumador de la violencia machista está eclipsando a otras violencias por ser ‘minoritarias’?
— La equidad está en no enfrentar. No se trata de ver dónde hay más víctimas. Creo que hay que distinguir entre víctimas y agresores y no entre hombres y mujeres. Las formas de maltrato pueden ser hombre-hombre, hombre-mujer, mujer-hombre, mujer-mujer. La gravedad del problema no nos puede dejar indiferentes por el hecho de que las cifras de mujeres víctimas de violencia de género sean tan alarmantes. Todos los casos generan víctimas. Las cifras respecto a los hombres víctimas, en el año 2007, se situaban en 58, según la fiscalía. En cuanto a las mujeres, por desgracia, a día 6 de enero, ya hay dos víctimas, las primeras del 2020, una niña de tres años y su madre. El agresor no había sido denunciado antes, como sucede con la mayoría de las mujeres asesinadas. Por lo tanto, la verdadera violencia va mas allá de las denuncias o las estadísticas. La violencia se da con mayor gravedad y en un ámbito mucho más vasto de lo que se ve.
— ¿De qué forma afectan las denuncias falsas?
— La mayoría de mujeres muertas en manos de sus agresores no había denunciado. Existe una macabra picaresca por parte de algunas mujeres que no son maltratadas y utilizan la ley de violencia de género como una herramienta de ataque contra el hombre. Mujeres que lo hacen por fines económicos, personales o para evitar una custodia compartida. Pero lo que consiguen es poner en riesgo la credibilidad de las verdaderas víctimas de violencia de género. Por todo ello, considero que no debemos hablar de mujeres y hombres, sino de víctimas y agresores, insisto.
— Crece el número de denuncias, pero no disminuye el número de mujeres asesinadas...
— En 2017 se interpusieron 142.893 denuncias por lesiones o ataques contra la libertad de la víctima y quebrantamiento de medidas y penas como órdenes de alejamiento. Solo el 11,49% acabaron en condena. Un 45,46% de ellas terminaron en sobreseimiento libre provisional, el 22,85% fueron elevadas por los órganos competentes y el 2,76% terminaron en absolución. Si todos los hombres que han sido denunciados fueran maltratadores, no existirían cárceles para encerrarlos. Esto es lo que se desprende de las estadísticas. En España, a diferencia de lo que ocurre en otros países, se está acomodando una postura radical que no nos permite avanzar hacia el entendimiento, hacia valorar a las personas por igual. Se está destruyendo social e institucionalmente al hombre y a otros colectivos en la parcela del maltrato. Si aumenta el número de denuncias y aumenta el número de víctimas, los números no cuadran. Algo está sucediendo y no lo estamos haciendo bien. El sistema no funciona y la consecuencia es que estamos fallando todos los que estamos dentro.
— Vox habla de ‘fracaso’ respecto a esta ley y propone sustituirla por otra que incorpore esas violencias silenciadas de las que usted habla en el libro…
— He oído hablar de la propuesta de Vox y de su programa político. Parece que coincidimos en muchos aspectos y en cuanto a la forma de entender la situación del sistema y la violencia, pero desconozco con profundidad en qué consistirían los cambios que proponen para valorar de manera técnica y pronunciarme al respecto. Por supuesto que es necesario un cambio en la ley.
— Esa postura ha causado la mayor crispación política hasta la fecha respecto a esta problemática...
— No es la primera vez que plantea una fuerza política esta línea. Ciudadanos en sus comienzos ya lo hizo y tuvo que cambiar la dirección del discurso político porque generaba controversia y perdía votos. Ahora Vox, con fuerza y contundencia, defiende lo que yo inicié años anteriores impartiendo conferencias por todo el país y con el apoyo de los medios de comunicación donde he colaborado. Desde la promulgación de la Ley de Violencia con PSOE parece que discrepar sobre esta ley y la aplicación de protocolos o el sistema es un tema tabú del que está complicado hablar. Afortunadamente, yo he podido hacerlo por ser una profesional liberal y por ser mujer.
— Esa crispación está polarizando a la sociedad…
— Yo diría que más que crispar, se está generando ignorancia de la realidad que existe. Actuamos como los tres monos sabios (ver, oír y callar). Se le está dando alas a colectivos con intereses y restando importancia a colectivos afectados. Nos olvidamos de que el artículo 14 de la Constitución establece que los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Ante todo somos personas, independientemente del sexo, e iguales ante la ley.
— El movimiento feminista ha conseguido empatizar con la sociedad más que nunca, pero al mismo tiempo está suscitando reacciones contrarias que le acusan de tratar de llegar demasiado lejos...
— Creo que la mujer debe estar considerada igual al hombre y, hoy en día, eso ya está muy superado. Poner el punto de mira solo en la mujer me parece injusto e innecesario.
— ¿Es el hombre el culpable de la violencia doméstica?
— Hay quien asegura que el dominio universal del feminismo genera una atmósfera de intolerancia que rodea a los hombres. Si queremos hablar de igualdad y de relaciones entre hombres y mujeres, niños, personas mayores y colectivos LGBTI, hay que partir de la premisa de que sean tratados por igual. No es culpable el hombre por el hecho de serlo. El culpable es toda persona, todo agresor, que ejerza la violencia sobre otra persona. Por lo tanto, quien agrede que pague condena, porque nadie tiene derecho a hacer daño a nadie y toda víctima debe ser protegida, independientemente de que sea hombre o mujer.
— ¿Por qué el feminismo no es opuesto al machismo?
— Feminismo y machismo no son antónimos. El feminismo busca la igualdad entre ambos sexos, mientras que el machismo supone una preponderancia del varón.
— ¿Cuál es el modelo para combatir la violencia intrafamiliar o doméstica?
— Siendo abogada, defendiendo y viviendo de cerca los casos de los clientes de nuestro gabinete, pienso que ante todo hay que informarse y evitar toda situación de violencia. Es importante estar asesorados. Esto evita costes, problemas y facilita que se resuelva la situación con resultados exitosos. En otro orden de cosas, es importante trabajar la educación, desde los centros de enseñanza hasta en las familias. Trabajar en materia de prevención. Los menores que viven la violencia pueden ser los maltratadores del mañana. Esto horroriza, porque podemos evitarlo con programas específicos de ayuda e invertir más en ello. Es momento de replantear el concepto de ‘violencia de género’ y hablar de ‘violencia de sexos’. Olvidarnos de ideologías y trabajar desde el órgano colegiado del gobierno en unión con todas las fuerzas políticas y centrando todo el esfuerzo en la formación de los agentes que pueden intervenir en cualquier caso de violencia. Desde jueces, abogados, fiscales, psicólogos, psiquiatras, fuerzas de seguridad del Estado, etcétera. Son muchos los deberes pendientes y debemos ser conscientes de que el sistema falla y culpables somos todos.
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