No suele ser habitual que a los 31 años te elijan como sucesor de la empresa. Y máxime en una gran empresa, en un territorio, como la Comunitat Valenciana, en el que no cunden los casos. Y menos, en compañías, como hacen muy pocas -a no ser que cotizen en Bolsa o estén en las grandes capitales- que cada año se someten a una sesión de striptese informativo para dar cuenta no solo de sus resultados, sino de todo lo que gira a su alrededor.
Con el tiempo se deberá poner en valor la trayectoria de Baleària, como otras muchas, pero especialmente la de la naviera de Dénia y de su máxima accionista, Adolfo Utor, ejemplo que él ha narrado en diferentes charlas o conferencias. Surgida de otra empresa, Flebasa Lines, que quiebra a finales de los 90, de la que sus trabajadores se hiceron cargo con el liderazgo de Utor y que finalmente éste compra la parte accionarial a sus ex compañeros; que posteriormente se alía con su antiguo competidor, Abel Matutes, al que con el tiempo, acaba también comprándole las acciones y que de una línea, la de Dénia-Ibiza -entonces en Sant Antoni de Portmany- acaba teniendo 53 rutas por todo el mundo. El balance, mire por donde se mire, no deja de ser un caso de éxito, con un modelo de negocio clásico -el transporte marítimo- pero en el que juegas una especie de liga de campeones con grandes players mundiales, algunos de ellos, respaldados por fondos de capital; en el que te tienes que dar cabezazos todos los días contra la administración (diferente en cada país, con gobernantes de todo tipo y de diferente signo) y con una transición ecológica que está cambiando los clásicos combustibles fósiles por otros menos contaminantes o directamente eléctricos a gran velocidad.
Baleària es líder en el transporte de Baleares tras una competencia dura, con varias compañías que lo intentaron en su día desde el puerto dianense, o que lo siguen haciendo desde València; con un papel muy protagonista en Marruecos -representa ya el 30% del negocio de la sociedad-; con parte del negocio con Argelia reconducido -no desde Alicante, como le gustaría a Utor-; con líneas en el Caribe y, sobre todo, con apetito, como la compañía no oculta, para crecer en Canarias, o donde se vea mercado.
Y todo ello, como pregona el propio Utor, en una mercado de capital intensivo, donde cada nuevo barco tiene un coste que oscila entre 90 y 100 millones -como mínimo-, que empiezas a amortizar cuando no todavía no está en funcionamiento y, como he dicho anteriormente, expuesto a los movimientos de la geopolítica, en el que cada crisis entre gobiernos genera un cambio de rumbo en tu cuenta de resultados. Para ejemplos, la pandemía o el Sáhara. Baleària fue a Argelia y la posición de España con el Sáhara le costó meses de aislamiento -con una única línea entre València y Argelia-. O cómo el covid cerró la fronteras de Marruecos y generó otro torniquete a las expectativas de crecimiento de la naviera en ese mercado.
Ahora, sin quererlo, le ha salido otro problema en Baleares: el Govern de las Islas va a hacer pagar este verano a los turistas que viajen con coche a Ibiza, Formentera, Mallorca o Menorca para atenuar la saturación de los meses de verano, lo cual no deja de ser otra piedra en el camino al negocio. Utor pide templanza con la medida, pero ya sabe que le tocará apechugar (una vez más). Como el mar, hay pocos días de tranquilidad en esta empresa que es el transporte marítimo.
Entiendo que casi todos los negocios, sobre todo, internacionales, tendrán estos vaivenes, pero quizás no con inversiones de 100 millones en juego. O muy pocos. El éxito de Baleària es que todo (o casi) se hizo desde Dénia; que no tuvo que entrar ningún gran accionista de fuera; que cuando las cajas de ahorro valencianas ponían todos los huevos en el mercado inmobiliario, Utor y Baleària parecían los tontos del bote; y que tuvieron que suplicar avales para poder comprar el primer barco, que se financió en Estados Unidos.
Después de 25 años, que la compañía cumplió en 2024, el presidente decidió el miércoles presentar en sociedad a su hijo Guillermo Utor Pérez, el segundo de los dos que tiene y que todo apunta a que será el futuro gestor de ese gran milagro empresarial que es Baleària. Además de la formación, Guillermo tiene una virtud de las que siempre hizo gala su padre: pasar por todos los departamentos de la empresa. Adolfo padre comenzó vendiendo los billetes a Ibiza en una caseta en la explanada del puerto de Dénia. Y tiene alrededor otra cosa de la que su padre hace gala: los equipos directivos. Las empresas no dejan de ser equipos. Está claro que Adolfo no va a dejar la empresa el próximo año, cuando cumpla los 65 años. Como dijo, tiene energía para rato y, además, como exhibe, disfruta con su trabajo y de sus objetivos. Pero lo que parece claro es que ha puesto a Guillermo en las mejores manos, la de su equipo, para que tome decisiones y se equivoque. De los errores vienen los mejores conocimientos. Así al menos lo pienso yo, y así lo comprobará él. A Adolfo se le ve seguro de la decisión y de las capacidades del hijo. El miércoles pudo poner el foco en otras cosas, más allá de los resultados, de las excelentes perspectivas, de las nuevas inversiones -y quejarse de otras muchas-, pero decidió que el protagonista era Guillermo. Así que, mucha suerte. Dirigirá una empresa que hace gala de cualquier movimiento de su día a día, y lo más importante, de sus orígenes como elemento de vertebración del territorio. Y eso sí que no lo puede decir todos.