CASTELLÓ. La vida nos lleva, nos trae, casi sin descanso, sin tregua. Nacemos y el paso del tiempo acaba siendo vertiginoso, la infancia, la adolescencia, la juventud galopante, los estudios, el primer trabajo, el primer novio, la escapada del hogar, la independencia, la deseada libertad, el primer hijo, el segundo hijo, el trabajo, el desempleo, las concesiones familiares, los cuidados, las alegrías, la obligada deserción laboral, los hijos que crecen y se van, el hogar que descubres como un absurdo sueño, la soledad infinita, las humillaciones, la tristeza, las mudanzas, la casa a cuestas, con la espalda doblada, el dolor que depara la vida…
La casa, los valiosos significados de esas paredes y techo que han protegido vidas familiares y personales. La casa como metáfora del paso del tiempo, las casas que habitamos, las casas que no tenemos. Cuando la actualidad informa, constantemente, de los desahucios de personas mayores, de mujeres y sus hijos, de parejas jóvenes… o cuando la noticia es el suicidio de alguien de setenta años, de una persona que decide perder la vida antes que ser desahuciado, algo muy grave esta fallando en esta sociedad.
El suicidio de este hombre ocurrió a finales de Marzo en Sabadell. Tras 30 años de alquiler de su vivienda, no soportó las presiones por el impago de la renta. Además, convivía con su esposa, enferma y con problemas de movilidad. Aquí la vida se detiene. Hay miles de vidas que se detienen ante el anuncio y amenaza de un desahucio. Es fuertemente impactante, triste, impotente, indignante.