La Universidad de Alicante rompe el guión: por primera vez en la historia habrá una rectora, Amparo Navarro, y, además, la titular del cargo viene sin aval de su predecesor, ni de las vacas sagradas del campus. O no de todas. Es verdad que Manuel Palomar no hizo ninguna manifestación expresa de respaldo hacia ninguno de los dos candidatos, pero está claro que el actual equipo -del que la propia Amparo Navarro formaba parte- trabajaba para que las elecciones las ganase José Cabezuelo y había movido los hilos para ello. Pero el voto oculto les sorprendió a todos ellos.
Y vistos los últimos episodios de elección de cargos, incluidos los universitarios, cuando las estructuras de una organización se alinean con un candidato, lo que se consigue más bien es debilitarlo. Salvando las distancias, pasó hace unas semanas en el campus de la UPV en Alcoy, en las que Pau Bernabeu con un mensaje de cuestionamiento de todas las estructuras en esa esfera, se impuso a Juan Ignacio Torregrosa, hasta ahora director y con todas las papeletas para seguir otro mandato más. No hace falta que hablemos de la política: Pablo Casado o Pedro Sánchez no partían como favoritos, pero acabaron venciendo y liderando sus organizaciones.
En el caso de la Universidad de Alicante, el trasfondo ha sido otro. La pandemia se ha convertido en un elemento esencial para que todo se haya cuestionado, y ahí es donde Amparo Navarro ha sido moverse bien y pescar en ese caldo de cultivo adverso que se había generado en torno a la gestión de la Covid: Palomar estaba en la puerta de salida y tuvo que volver a entrar a tomar decisiones que acabaron siendo muy cuestionadas. Navarro ha recabado ese apoyo aunque los intereses de esos votos sean muy diferentes, y a veces contradictorios. Y además lo ha hecho con una retahíla de promesas que veremos si es capaz de cumplir.