ALICANTE. Sin pena ni miedo. Así afronta Henry Chukwuma la segunda oportunidad que le ha dado la vida en Alicante, donde aterrizó en enero de 2008 cuando huía de la corrupción y las mafias que atenazan su ciudad natal, Onitsha South, en Nigeria. Pero habiendo salvado la vida, a pesar de haber tenido que dejar todo atrás, ahora se siente afortunado.
A sus 52 años, prefiere no pensar demasiado en lo que ha vivido y se centra en lo que vendrá. Incluso da su nombre y apellido porque no tiene miedo a futuras represalias. Lo que quiere es visibilizar su caso y dar a conocer la historia porque, por propia experiencia, está convencido de que nadie puede hacer nada, a no ser que intervenga alguien superior, de la mano de la Unión Europea, por ejemplo. Al mismo tiempo, quiere lanzar un mensaje de esperanza para quienes, como él, han tenido que huir de su país en busca de un futuro mejor. «Lo más importante es que quien quiere, puede», asegura. «Con trabajo y esfuerzo, todo es posible».
Sus vecinos le habían elegido como representante público para defender los derechos y libertades de su pueblo, pero, entonces se dio de bruces con lo que él define como «la corrupción del poder». Henry solo quería conseguir que tuvieran servicios básicos como agua potable, electricidad, alcantarillado, limpieza en la calles, etcétera. Conceptos por los que pagan impuestos aunque nunca lleguen a materializarse. «Van a las casas a coger el dinero por la fuerza y luego no hacen nada más que quedárselo», asegura.
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Pero su empecinamiento por intentar mejorar la vida de la gente le llevó a enfrentarse con los poderes establecidos, quienes, según sus palabras, «prefieren guardarse el dinero en el bolsillo en lugar de cumplir con su deber», cuenta indignado. «Me dijeron que lo que yo hacía perjudicaba sus intereses porque acabaría con sus negocios». Y es que la vocación activista de Henry, desde una cámara que equivale en España a una Diputación Provincial, solo consiguió que intentaran asesinarle hasta en tres ocasiones. «Enviaron sicarios a por mí y tenía que ir de aquí para allá, escondiéndome en las casas de familiares y amigos», relata.
Quienes le perseguían no imaginaron que se le ocurriría salir del país. De haberlo pensado, le habrían bloqueado la salida. «Me conocen en mi país como un luchador, un guerrero anticorrupción, por eso no pensaron que podría marcharme de allí huyendo». Sin embargo, decidió salir para seguir luchando en la distancia. Es entonces cuando uno de los contactos que había cosechado durante su periplo político le consiguió la documentación necesaria para poder coger un vuelo directo a Alicante y así escapar. «Salí corriendo de allí porque lo único que me preocupaba era salvar mi cabeza». Así que llegó sin hablar español y sin saber qué le depararía el futuro. «Mi estatus me hacía pensar que todo sería más fácil, pero no fue así; estuve casi un año viviendo en la calle hasta que en un centro social me pusieron en contacto con Cruz Roja».