VALENCIA. Una de las mentiras más extendidas en la sociedad contemporánea, dañina y perniciosa como pocas, es el lema de que querer es poder. Insuflado de manera enfermiza desde todo tipo de instancias, jaleado por triunfadores de todo pelaje, se ha extendido entre la ciudadanía la convicción de que cualquier reto que se pretenda es factible por el simple hecho de intentarlo. La idea alimenta decenas de libros de autoayuda, ha dado de comer a miles de conferenciantes y se ha traducido en toda clase de manifestaciones populares. Pero la existencia cotidiana de cualquier persona mínimamente normal está repleta de numerosos ejemplos de lo contrario, de que no existe ni la justicia poética ni karmas, de que son millares los mediocres y miserables que logran grandes metas y de que son miríadas los que se quedan por el camino pese a haberlo dado todo en el empeño o, como dicen no sin cierta arrogancia algunos, que lo más habitual es morir en la orilla.
La tragedia de Robert Hall narrada en la película Everest (2015) por Baltasar Kormákur sería un buen ejemplo de esto. Hall, montañero y organizador de viajes de aventuras, estaba convencido de que cualquiera podía subir la montaña más alta del mundo. Su proselitismo enfermizo, repleto de ingenua e inconsciente fe en el ser humano, fue sepultado por la trágica realidad y su cuerpo, inerte, quedó congelado en las faldas de la gran montaña junto al de otros esperanzados alpinistas que se creyeron esa falacia. Su triste final es una de las tragedias más conocidas de las miles que han tenido por escenario la cordillera del Himalaya.
Pese a la contumacia de los hechos, el sueño de que no hay límite a la voluntad humana se ha instalado en el subconsciente colectivo de manera indeleble. Una de las personas que más ha pregonado esa fantasía y que la ha convertido en un mantra, es el actor estadounidense Will Smith. Talentoso y esforzado, Smith ha creído siempre en la quimera de la voluntad, en lo que por estos lares se llama cultura del esfuerzo, y ha hecho gala de ello repitiendo allá por donde va la historia del muro que construyó enfrente del negocio de su padre. Un verano su progenitor derribó una pared de ladrillos y le dijo al preadolescente Will (entonces 12 años) y a su hermano de nueve que lo reconstruyeran. Ellos le dijeron que era imposible. Les llevó un año y medio, pero finalmente lo hicieron. Cada día, después de clase, ponían un ladrillo, y al final su padre tuvo su pared.
La anécdota la lleva narrando de manera casi mecánica y en una entrevista explicó que su padre les dijo: “Nunca vuelvas a decir que hay algo que no puedes hacer”. Insuflado por la fe que da conseguir un gran reto, Smith lo tradujo en una filosofía vital que ha ido pregonando como una profecía y que resumió en una famosa entrevista que realizó con Charlie Rose en 2002. “No tratas de construir una pared. No sales a construir una pared. No dices: Voy a construir la pared más grande que nunca se haya construido jamás. No empiezas ahí. Dices: Voy a poner este ladrillo tan perfectamente como un ladrillo pueda ponerse. Y lo haces todos y cada día, y pronto tienes una pared”.