VALÈNCIA. No es sencillo encontrarnos con el asombro en un panorama literario que, generalmente, cumple patrones similares. Una primera novela como Panza de burro no es habitual. No sólo por su perfecta estructura, trama genuina o personajes extraordinariamente dibujados. Si algo asombra de Andrea Abreu (Santa Cruz de Tenerife, 1995), autora de Panza de burro, es su insólito uso del lenguaje oral, el desparpajo con el que emplea vocablos eufónicos de una lengua que necesita ser atravesada por referentes culturales tan notables como este. Su arrojo literario está conquistando a lectores de todo el país pero también de Latinoamérica, pues la obra de Abreu bebe de aquellos autores. Es eminentemente latinoamericana.
- Háblame del origen del libro porque creo que es bastante insólito, ¿no? Nace de una voluntad individual que es la tuya pero también a través de una relación con Sabina Urraca.
- Estaba en Torrevieja porque mi pareja tiene una casa familiar allí y era el sitio al que podíamos ir a veranear porque no teníamos dinero. Me acuerdo que estábamos en una Casa del Libro y mi novio estaba viendo si podría robar algún libro y me senté en el suelo a ver los libros que había en la parte de abajo y, de repente, me vino una imagen súper fuerte de un poema que era, en verdad, la acción del primer capítulo de Panza de burro, con la niña vomitando. Es un poema muy breve de cuatro o cinco versos. A medida que estaba aquellos días allí, me iban saliendo más poemas relacionados con esa historia y, poco a poco, me fui dando cuenta de que había un hilo del que tirar y una historia medio larga que se podía contar. Empecé a releer esos poemas y todos hablaban de la infancia y el descubrimiento de la sexualidad en la preadolescencia. Me di cuenta de que no me bastaba el contenedor del poema, que me venía mejor un libro de relatos o una novela. Como en ese momento estaba leyendo a muchas autoras latinoamericanas me pregunté por qué no podía escribir yo un novela. Y ahí surgió la idea y escribí unas 15, 20 páginas de corrido de una novela que se llamaba Mejores amigas y lo dejé aparcado durante un tiempo.
- ¿Y luego llegó el curso de escritura en Fuentetaja con Sabina, verdad?
- Eso es. La idea era desarrollar una novela autoficcional y, claro, mi novio me regaló ese curso con la idea de que yo siguiera escribiendo esa novela. Pero ya no me sentía nada cercana a ese texto ni me gustaba lo que había escrito. Así que fui a talleres y escuché a compañeras que escribían muy bien. Aprendí mucho de ellas. Como no me daba tiempo de hacer la tarea de los talleres, presenté los fragmentos de esa novela porque no tenía otra cosa. Yo no me imaginaba que Sabina estaba escuchándome y que le gustaba, porque realmente no me decía nada. Veía que las demás compañeras escribían súper bien y pensaba que no debía ni leer eso. El último día de clase falté pero Sabina me llamó para decirme que le habían propuesto ser editora por un libro en Barrett y que había pensado en mí. En ningún momento pensé que estuviera interesada en mi libro. Ahí pensé que si quería que el libro me gustase tenía que fusionarlo con otra idea que era un libro de relatos que se llamaba Panza de burro que era una persecución de la escritura oral de mi tierra, en Canarias. Luego me di cuenta de que, en realidad, para hacerlo como yo quería, tenía que fusionar las dos cosas: las niñas y el abordaje de lo oral.
- Has hablado mucho de la idea de la precarización del autor: escribías la novela mientras trabajabas. Es cierto que durante buena parte de la tradición literaria precariedad y autoría han estado unidas. Sin embargo, últimamente los escritores se han asociado a un cierto glamour, a un mundo sofisticado.
- Cuando eres pequeña y dices que vas a ser escritor o incluso periodista y salir en la televisión, parece que creen que vas a ser rico y famoso. Estar bien económicamente. Pero puede suceder que te esté yendo bien a nivel público y de redes sociales pero que lo estén pasando mal. Es decir, capital social y cultural en redes no significa capital económico. Yo, en concreto, me considero muy privilegiada. No todos se pueden permitir escribir un libro. Mucha personas simplemente se dedican a sobrevivir, a sacar adelante a su familia. Ahora, con la situación que vivimos del Covid-19, muy poca gente tiene noticias positivas. Yo, sin embargo, en este 2020 estoy teniendo las mejores noticias personales y profesionales. Me estoy planteando por primera vez poder dedicarme a lo que he estudiado que es el periodismo. Ha sido todo una sorpresa. Pero antes de esto, mi intención al trasladarme de Madrid a Tenerife era seguir siendo dependienta que es lo que he hecho en el último año. Cuando me senté a escribir en serio Panza de burro me di cuenta de que tenía que dejar de hacer prácticas en medios que no me daban ni para pagar el alquiler y siempre tenía que estar pidiendo dinero prestado. Y la verdad es que tener que vivir pidiendo dinero es una cosa horrible. Te sientes en deuda con todo el mundo. Así que tomé la decisión de intentar ser periodista porque es muy difícil y me puse a ser dependienta. Por las mañanas escribía y por la tarde trabajaba. Ese dinerito me daba para pagar un alquiler desorbitado en Madrid y comer. Es algo muy asociado al trabajo creativo que explica muy bien Remedios Zafra en su libro El entusiasmo. Ser creativo y asociarlo a lo económico parece que no es puro. Y no, la personas que escribimos también queremos comer. Pero sí, yo lo que quería era trabajar de cualquier cosa para sostener el lujo de escribir.
- ¿Panza de burro puede leerse como un poema?
- Sí, creo que a nivel de estructura y cómo yo lo ejecuté puede leerse así. La única experiencia que yo tenía a la hora de escribir un libro era escribir un libro de poemas. Y para mí, al menos, era más fácil que una novela. Panza de burro es un conjunto de poemas un poco más largos en prosa. Evidentemente la acción tiene mucho más papel que la poesía porque es la gran diferencia, pero puede leerse como un libro de poemas. Capítulos muy breves en los que la búsqueda de la belleza está muy presente y la experimentación formal. Creo que tiene que ver con la brevedad de los capítulos y la búsqueda de la belleza. De la misma manera que escribo poemas, escribí Panza de burro.
- Hablemos de esa relación de la escritura con la oralidad que has mencionando antes y eso que has dicho, que te fuiste asalvajando conforme escribías más y más.
- Para escribir el libro tuve que bloquear una parte de mi cabeza porque, por lo general, cuando una escribe no huye pero sí se aleja del lenguaje hablado. Es como si lenguaje hablado y escrito no fuera lo mismo exactamente. Pero creo que todos estos años leyendo autoras latinoamericanas pero también otros como el canario Víctor Ramírez me hizo entender que, en realidad, podía intentar perseguir la oralidad. Cuando me di cuenta de que podía trasladar al papel algo parecido a lo que se habla en mi barrio, no sé cómo explicarte, es como cuando quedas con una amiga que nos ves hace mucho tiempo y tenias mil cosas que contarle. Fue algo así porque son cosas que yo sé, son cosas mías, son mi forma de hablar y que me habían hecho creer que son incorrectas y yo misma había corregido a mi abuela o mis padres. Una vez asumí que ninguna palabra es incorrecta y todas son válidas y existen, me dejé ir por completo. Fue como abrir una compuerta y dejar salir un torrente de agua súper bestia. Evidentemente hay un proceso de lima. Al final, para mí, escribir es limpiar. Creo que asalvajé pero gracias a la autoconsciencia y el respeto a mí misma y a la gente que me rodea y a mis referencia culturales.