Más de dos meses después, parece que la paz va llegando al Ayuntamiento de San Vicente del Raspeig después de las turbulencias vividas en el grupo socialista, que no ha sido otra cosa que un intento por hacerse con los mandos de una agrupación y una ciudad apetitosa para cualquier dirigente político. Desde ese 14 de abril que Belén Arques decidió dejar el acta de concejal, asqueada y hasta lo moños, de las pugnas y las puñaladas de los bandos socialistas, pero especialmente uno que exigía obediencia ciega -como han retrato los grupos de whatsapp- y un objetivo claro: descabalgar a Jesús Villar de la Alcaldía.
Las prisas siempre han sido malas consejeras, y más en política: cuando uno emprende una acción de estas características -como fue la moción de censura de Murcia, por ejemplo- debe tener todo atado y bien atado. No sucedió en San Vicente, en el que la magnanimidad del gobierno paralelo metió en su órgano de debate- el grupo de whatsapp- a vecinos y desconocidos, que al final han acabando filtrando y esparciendo las miserias de unos para acabar con los otros.
Todo presagiaba que iba a ser un auténtico calvario para Villar y, por extensión, para el PSPV de Ximo Puig. Y en menos de dos meses, la situación ha dado la vuelta como un calcetín, gracias en parte a que el alcalde de San Vicente se ha dado cuenta de que había que reaccionar; que había argumentos para neutralizar a los disidentes y, sobre todo, que había balas informativas contra las células socialistas que se habían atrincherado en la colonia de Santa Isabel bajo la amenaza de hacer saltar por lo aires todo el edificio.
El veterano José Gadea -sí, ese que ya le birló la Alcaldía a su partido en 2001- estaba en la azotea con el detonador en la mano y el reloj a punto de activar la marcha atrás. Esas balas informativas, aunque en forma de insultos y politiqueo rastrero y chabacano, han acabado siendo más eficaces que toda la pólvora de los kamikazes en forma de votos en un asamblea. Gracias, en parte, a que esta vez, Villar puso las cartas sobre la mesa del PSPV, que esta no ha dudado y ha actuado con antelación y con determinación: había que respaldar a Villar y devolver la estabilidad al equipo de gobierno de una gran ciudad, con todas las armas posibles. Si el partido hubiera despertado antes en las crisis de Teulada o en Agres, hubiera retenido ambos gobiernos. Pero como muchos valencianos, sucumbió, de confianza, ante la tercera ola.
Lo dicho. En 15 días, Villar, con el cheque en blanco que le dio el PSPV, le ha dado la vuelta al calcetín. El líderes de la insurrección -José Luis Lorenzo y Jesús Arenas- han dimitido de sus actas de concejal para no pasar vergüenza a la hora de tener que pisar las puertas del ayuntamiento y que el levantamiento de los funcionarios les impidiera en paso. No sé quién han sido el mentor de la operación, pero algún Iván Redondo -o Miguel Ángel Rodríguez, como prefieran- debe tener cerca Villar para haber obrado el milagro de alinear los agentes para que la caída de Lorenzo y Villar fuera más rápida de la esperada. Insisto, sorprende incluso la rapidez de la caída.
Pero aunque la batalla parece superada, y la rebelión sofocada, ni el PSPV ni Villar deben cantar victoria todavía. Quizás la marcha de los díscolos sea un hasta luego. Los expedientes ahora abiertos por el partido, y que pueden acabar con su expulsión, pueden ser la clave. Puede que el nuevo asalto, cuando se convoquen las primarias del partido, sea produzca más tarde; a finales de 2022. Esa será una clave: ahí veremos si los insurgentes lanzan el nombre de la ex jefa de prensa, Ana López Tárraga, como rival de Villar en unas hipotéticas elecciones internas para la Alcaldía en 2023.
La otra incógnita que queda por resolver puede ocurrir en cualquier momento. Y ahí es donde veremos sin los sanchistas de la provincia de Alicante están detrás de la operación Sanet pero sequet. Si dimiten tres personas más en la ejecutiva local del PSPV de San Vicente, Jesús Villar dejará de ser secretario general y se deberá implantar una gestora. Y en esas, los sanchistas pueden tener mucho que decir para colocar a sus peones y, por tanto, retomar la operación, sí es que de verdad están en ella. La agrupación socialista tiene hoy mismo 70 afiliados más que sus cifras habituales: de 150 a 220. Y ahí el PSPV no podrá hacer nada, aunque Villar ha ganado mucho crédito (interno y externo) en este golpe sobre la mesa para sofocar la rebelión de unos concejales, que no olvidemos, comenzaron esta operación usando -no sabemos si en vano- el patrocinio del sanchismo.
Insisto, San Vicente es una caramelo político: tanto la agrupación como la ciudad. Hacerse con el control del partido puede ser capital para el futuro congreso del PSPV -y el futuro de Puig- y para aminorar el poder de Ángel Franco en la comarca. Tener la Alcaldía es el culmen. Así que, Villar y el PSPV han ganado la última batalla, pero no la guerra. El PSPV tiene la última la palabra. De ejecutarla o no, veremos hasta qué punto los kamikazes de Santa Isabel actuaban solos o en nombre de Pedro Sánchez.
P.D. Parece que la cinta hallada en la furgoneta era de La Habitación Roja y contenía una clave para ser diputado autonómico en 2023.
A partir de enero, los clubes de San Vicente podrán empezar a utilizar las instalaciones para sus entrenamientos.