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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR  

Voces grabadas en viejas cintas de casete: adiós a Javier Furia

20/10/2019 - 

VALÈNCIA. Hace casi veinte años empecé a escribir un libro que para mí fue muy importante. Además de las alegrías que me proporcionó, que no fueron pocas, Alaska y otras historias de la movida marcó el comienzo de una manera de encarar mi escritura sobre música. Nunca he vuelto a escribir un libro de música después de aquel. Si alguna vez reincido, será únicamente para hacer algo que supere a ese. Lo que más disfruté de hacer Alaska y otras historias de la movida fue que al fin pude dar prioridad a la narración en detrimento del lenguaje especializado. Aquel fue un libro sobre la protagonista y los protagonistas de un momento concreto de la reciente historia de España y yo lo abordé de un modo que, al menos yo como lector, echaba de menos entonces. 

Quizá fue leyendo a Sabino Méndez contando sus historia en primera persona en Corre, rocker. O quizá fue el hecho de que, como todo aquel relato había discurrido paralelo al de mi adolescencia y juventud, lo sentía como parte de mí. Sea como fuere, olvidé la fijación por el detalle y la especialización que suele perseguir a mi trabajo, y decidí, simple y llanamente, contar. Contar cosas que nunca se habían dicho de aquella manera y que eran más importantes que saber quién tocaba la guitarra rítmica en aquel grupo o qué tema estaba en la cara B de aquel sencillo.

Tengo claro que, aparte de los deseos que yo pudiera albergar, si aquel libro llegó a significar algo, fue por las voces que tomaron parte en él. Más allá de cómo y cuándo aparecieran sus testimonios en el texto, lo importante era su presencia y cómo iba  desgranando su historia, su parte de la historia, su visión de los hechos. Lo que contaron y cómo lo contaron fue lo que le confirió algo único a aquel libro que, dos décadas después, siento que ya no es mío en absoluto porque hace mucho que pertenece a quienes lo leyeron, a quienes lo han descubierto recientemente, a quienes siguen buscándolo en el mercado de viejo porque no se conforman con la edición digital. Las voces. Todas ellas quedaron encerradas por obra y gracia de mi grabadora en cintas analógicas que en su día fui transcribiendo y que ya nunca volví a escuchar después.

Carlos Berlanga fue la primera de aquellas voces que se apagó. A continuación sobrevino un proceso, lento pero implacable que ha ido llevándose a muchas de aquellas personas que yo siempre vi como los equivalentes cercanos de las escenas musicales y creativas de Londres y Nueva York que tanto me gustaban. Se esfumaron también las vidas de personajes mencionados en el libro y con los que, por una u otra razón, nunca llegué a hablar de cara a este. Se fue Blanca Sánchez, un elemento aglutinador que posibilitó que sucedieran acontecimientos que hoy forman parte de ese legado cultural. Se fue también el pintor Sigfrido Martín Begué, que tantas noches había compartido con Carlos, Fabio de Miguel, Almodóvar y Bernardo Bonezzi, de cuya muerte se cumplieron siete años este verano. Paloma Chamorro moriría unos años después. Pablo Pérez Minguez, Ceesepe, El Hortelano, Joe Borsani; todos  fueron parte activa de aquella nueva ola madrileña que acabó siendo conocida como movida. Hay fragmentos de aquellas conversaciones que no se me olvidan. Con Enrique Sierra, que tampoco está ya con nosotros, o con Javier Pérez Grueso, que se fue el pasado miércoles, para reunirse con sus compañeros, en ese insaciable más allá en el que ahora flotan todos.

Antes decía que la movida me dio la posibilidad de admirar a gente que vivía en el mismo país que yo, hablaba mi idioma, veía los mismos anuncios de televisión y leía la misma prensa que yo. Es muy triste ver morir a tus ídolos, pero la muerte de personajes como Javier lleva consigo una tristeza que trasciende a lo imaginado. Los pocos momentos que compartimos fueron buenos momentos simplemente porque estaba con un artista al que yo no podía ver como a un igual porque había formado parte de aquel maravilloso y a la vez olvidado disco debut de Radio Futura, Música moderna. Y porque en aquella primera versión del grupo, Javier brillaba de una manera poco habitual en el pop de aquí. En la cinta con su entrevista quedan guardadas historias muy divertidas, como la que vivió junto a Luis Miguélez cuando Javier era asistente de Alaska y se les averió el coche de camino a un concierto. No se me olvida el cuadro que presidía la buhardilla que Carlos Berlanga tuvo por el barrio de las letras, y que visité para entrevistarle. La pintura estaba firmada por Javier. Javier Furia, que era su nombre artístico porque en algún momento, tras su salida de Radio Futura, habló de montar un grupo llamado Furia Española, como aquella película de Francesc Bertriu.

Remi Carreres me ha contado más de una vez cuando La Banda de Gaal actuó con Radio Futura en València. La anécdota estrella siempre era cómo Javier maquilló a los miembros del grupo que se prestaron a ello, imagino que para darles un poco más de ese atractivo glam que ellos no sabían cómo expresar. También lo recuerdo haciendo coros en Tablada 25, cuando Dinarama no habían grabado más que dos maquetas y aún no contaban con Alaska. Con todo esto no quiero dar a entender que estuve especialmente cerca de Javier. Es simplemente la constatación de que siempre le tuve un gran respeto, por lo que fue y por lo que seguía siendo, que es algo que me pasa con la gran mayoría de sus compañeros de viaje de aquella época. Ellos formaban parte de un cuadro que a mí me fascinaba.

Hace tan sólo unos días hablaba con Pablo Sycet, miembro por derecho propio del grupo de artistas plásticos inscrito en la llamada movida. Con Pablo sí tengo, parafraseando a su amigo Gil de Biedma, una amistad a lo largo. Y de lo que hablábamos el otro día era de esa sombra amenazadora que se manifiesta con cada muerte de un amigo o compañero de aquellos tiempos. Fallecimientos que imagino duelen más porque tienen un eco público que funciona como una extraña caja de resonancia. Despedidas tristes que van diezmando un presente en el que la memoria cada vez pesa más. Para él, porque fueron sus camaradas. Para mí, porque todos ellos me dieron algo valioso en algún momento. Y la única cosa que tengo clara es que, algún día, alguien escribirá palabras como estas cuando nosotros nos hayamos ido también.

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