La credibilidad se gana día a día y se pierde en un segundo. Vale para cualquier ámbito de la vida, pero sobre todo para aquellos que trabajan sobre la base de la confianza de los demás, sea en la empresa, en los medios de comunicación y, por supuesto, en la política. Generar confianza no es difícil si uno sigue unas pautas bastante sencillas: sinceridad, cumplimiento de los compromisos, explicaciones razonables si no se pueden cumplir… Pero más fácil aún es romper todo eso cayendo en la tentación de la mentira, que es el principio de todos los males que nos aquejan.
Es un avance que el Ministerio de Sanidad reconociera el jueves que ha habido "un gravísimo problema de comunicación", después de 15 meses de pésima comunicación en la pandemia que hemos soportado con resignación. El "gravísimo problema" ha provocado, según reconocía el Ministerio, que la gente menor de 60 años vacunada con AstraZeneca (AZ) crea que puede elegir entre AZ y Pfizer para la segunda dosis. Carolina Darias dijo que era blanco y en botella y la gente pensó que era leche, menuda sorpresa. La ministra sigue tratando de convencernos de que "no se puede elegir vacuna", pues solo si esos vacunados menores de 60 no quieren Pfizer les pondrán AZ. Es decir, pueden elegir, están eligiendo.
Y como los ciudadanos no son tontos, entre la opinión de decenas de expertos y de la Agencia Europea del Medicamento que recomiendan que esa segunda dosis sea de AZ y la recomendación de una dirigente política de que se pongan Pfizer, la inmensa mayoría se decanta por creer a los científicos. Sobre todo si la ministra presenta la decisión con medias verdades, ocultando que varias CCAA, que también tienen sus expertos, están en contra, y, más grave aún, vistiendo la decisión con una consulta al Comité de Bioética a posteriori, con la decisión ya tomada, con una pregunta trampa para presentar como científica una medida política.
Darias no preguntó al Comité de Bioética si era ético guardar en la nevera dos millones de dosis de AZ y administrar a los bomberos, policías y docentes vacunas de Pfizer que estaban destinadas a otros grupos, cuya vacunación se verá retrasada. No preguntó si el riesgo de enfermar y morir para las personas cuya vacunación se vería postergada por la decisión ministerial es mayor o menor que el riesgo de poner una segunda dosis de AZ a los menores de 60, riesgo que no se conoce porque el 0,00008% de muertes por trombocitopenia se produjo con la primera dosis, mientras que la segunda dosis era para quienes no tuvieron problemas con la primera.
Lo que la ministra preguntó es si, tomada la controvertida decisión de ponerles Pfizer, era ético que quienes se negaran pudieran ponerse AZ, es decir, pudieran elegir, porque eso es elegir aunque el Comité de Bioética dedique varias páginas a explicar que no lo es. E hizo pasar la respuesta positiva como un aval a su decisión. Es como si Ximo Puig hubiese decidido autorizar las Fallas en marzo y hubiese preguntado al Comité de Bioética si a la mascletà había que ir con mascarilla. Y tras la lógica respuesta positiva, hubiese mostrado su satisfacción por el respaldo de los científicos a la celebración de las Fallas.
Por cierto, Sanidad colgó en su web el informe del Comité de Bioética pero no el voto particular en el que se criticaba la forma de actuar a posteriori, con la decisión ya tomada. Sobre el rumor de que la decisión de poner Pfizer se debía a que no hay suficientes dosis de AZ reservadas para la segunda dosis, a Darias se le entendió perfectamente en su desmentido: "Si la compañía cumple, no tendría que haber ningún problema". ¿Y si no cumple?
Con todo, lo peor estaba por llegar. Si lo primero había sido un gravísimo error de comunicación, ¿cómo calificar que la ministra, desesperada por su falta de credibilidad, sacara del armario cuatro muertos por trompocitopenia después de ponerse la primera dosis de AZ? Otra vez el manejo de las cifras de muertos a conveniencia, en este caso para meter miedo a quienes tienen que elegir.
Carolina Darias ha mentido a los españoles al ocultar una realidad que teníamos derecho a conocer, como es el fallecimiento de esas cuatro personas. Podría alegar que es una mentira piadosa, una más, de un Gobierno que trata a los ciudadanos como a niños pequeños a los que se edulcora la realidad y se insta a obedecer porque sí. Pero la ciudadanía, que es muy obediente –herencia del Franquismo–, ha ido perdiendo la fe en Fernando Simón, en Illa y ahora en Darias ante el cúmulo de decisiones contradictorias, las medidas incoherentes, la falta de explicaciones, el manejo de los muertos y las mentiras. Hasta los medios de comunicación más alineados con el Gobierno empiezan a distanciarse por miedo a perder, también ellos, la credibilidad.
El PP perdió unas elecciones en 2004 por una pésima política de comunicación tras los atentados del 11-M. La credibilidad del Gobierno de Sánchez va sumando agujeros por méritos propios: los másteres, el Falcon, el caso Delcy, las numerosas trolas de Marlaska, las de Montero, las de la pandemia… Como dijo Rubalcaba aquel 13-M, "los ciudadanos españoles se merecen un gobierno que no les mienta, un gobierno que les diga siempre la verdad".
A todo esto, en el asunto de la segunda dosis para los menores de 60 vacunados con AZ no sabemos la posición del Gobierno de Puig. La Conselleria de Sanidad oculta su postura respecto a temas controvertidos y sigue a pies juntillas las decisiones del Consejo Interterritorial aunque impliquen dejar fuera de la vacunación durante meses a personas de alto riesgo. Por eso sorprende que se olvidara de incluir a los ciudadanos de 50 años en el grupo de vacunación de 50-59 años que está recibiendo estas semanas la primera dosis. Olvido, torpeza en matemáticas, un truco para reducir el grupo y acabar antes… Que cada uno se quede con la explicación que más le guste porque el departamento de Barceló, para variar, no ha dado ninguna. Tampoco ha corregido este incumplimiento de la estrategia de vacunación.