VALÈNCIA. Andrés, hace poco tiempo, paseaba entre los patios del grupo de viviendas Santa Rosa. Como en tantos hitos de su tío abuelo -el arquitecto Javier Goerlich-, este fragmento de ciudad volcaba como por alud la memoria de un momento, de una familia, la suya, y por extensión de un estado arquitectónico. El de València, cuando esta consolidación urbanística comenzó a imaginarse, era paupérrimo, de una cirugía en urgencia que requería sellar aquello que se despedazaba y salvar los restos de un profundo naufragio. 1946, ¡Santa Rosa!
Nada parece vincular Santa Rosa a las höfe, las típicas construcciones berlinesas o vienesas, fortalezas rojas entre patios, donde el aire discurre, con esas otras unidades de un espacio indeterminado, cuando la Avenida de Burjassot se encuentra a su paso con Jaume II, Florista o San Mauro. En 1946, literalmente, todo esto era huerta hasta que la urbe fue dándole abrazos y abrazos hasta casi asfixiar el sentido original de la construcción.
En su tránsito entre conductos, a Andrés Goerlich -al otro lado- le apabullaba la austeridad de un conjunto que todavía ahora desprende su modestia constructiva. Es habitual imaginar a Javier Goerlich -el arquitecto que todo lo explica- ingeniárselas desde el acero, ecléctico. Pero es el 46. La autarquía. “La falta total de materiales se compensaba con el ingenio de todos tipo de inventos con los que mantener la estructura”, comenta Andrés Goerlich. “Al revés de otros edificios que había proyectado antes de la guerra, con estructura de acero, tuvo que recurrir a muros de carga con crujías muy cortas para aguantar la estructura”.
Y, claro, es el 46 y los planes de Goerlich de construir, con la promotora SOCUSA, un complejo de viviendas sociales de planta baja y dos alturas, sufre contratiempos. ¿Dos alturas? Que sean tres. La obra se eternizará durante una década. La presión demográfica sobre las ciudades españolas empuja al más difícil todavía. Un pequeño dato abrumador ilustra el momento: cuando Goerlich nace, en 1886, València tenía cerca de 190.000 habitantes; cuando muere, en 1972, supera los 700.000 habitantes.
No, el complejo de casas Santa Rosa nada tiene que ver con el Trianon Palace, ni con el Metropol, nada con la Casa Castelló, ni con la Casa Barona, nada con la casa Niederleytner, ni la mismísima Casa Goerlich. Tampoco con la Casa del médico, ni con el Edificio Barrachina, ni con el Martí Alegre. Claro que todavía menos con el Lluis Vives, el Patuel-Longas, o el Roig-Vives. Nada con el Mercado de Abastos.
Un ‘goerlich’ en el olvido. Su piel rosa parece querer combatir la asepsia. “Ni un alarde decorativo”. Ni una mínima licencia estética. Sí, en cambio, una amplia carga de manifiesto. En los cuarenta y cincuenta la mayoría de tipologías similares optaban por manzanas cerradas que ventilaban o bien al patio de viviendas o bien a la vía pública. Pero en esta ocasión, Goerlich, siguiendo el eje centroeuropeo, se decidió por manzanas no cerradas, abiertas con pasajes o calles interiores. Las casas se disponían con 100 metros, salón comedor, tres dormitorios, cocina independiente con ventilación exterior y cuarto de baño.
El reflejo adusto de la edificación apenas proyecta atención, pero justo por eso conviene reivindicar aquello que nace de la carencia, de la frustración, de la emergencia. Hay que imaginar a Goerlich, con todo lo que ya había hecho, con la manera con que se había consagrado a la ciudad, ejerciendo una suerte de oficio de arquitecto cirujano de emergencia. Aperturando el primer tramo de la Avenida del Oeste, levantando viviendas para poder dar cobijo a los damnificados por las reformas interiores, los bombardeos, las migraciones o las viviendas bonificadas. Una ciudad, de los cuarenta, que crece sin previo aviso.
Lo hizo Goerlich con el grupo de viviendas sociales de la calle Alboraia (una suerte de intercambio poblacional entre el cogollo de la ciudad y sus alrededores). Con los grupos de Industria I y Federico Mayo, o el de San Jerónimo-Coronel Montesinos.
Es la faceta menos romántica, la cara oculta de la luna urbana, en cambio, una franja ‘goerlich’ que explica en crudo una ciudad cogida por alfileres. El dibujo original de la promoción reza: “Proyecto de bloques de viviendas económicas acogidas a los beneficios de la ley para la ‘clase media’ a emplazar junto al camino de Burjassot’. Valencia, febrero, 1946. Firmado, El Arquitecto.