La compañía de Barcelona cierra en la Sala Russafa las representaciones de su aclamada obra 'Distancia 7 minutos'
VALÈNCIA. Titzina Teatro es una compañía sin repertorio. Desde su fundación en 2001, sus creadores e integrantes, Pako Merino y Diego Lorca, han montado cuatro espectáculos, pero han ido finiquitando cada uno de ellos a medida que han estrenado el montaje siguiente. Y no reponen. De modo que cuando en la Sala Russafa anuncian la programación de Distancia 7 minutos entre los días 9 y 19 de noviembre como la única y última ocasión de ver este drama sobre el escenario, no es una frase hecha. Esta propuesta ensalzada por la crítica y por más de 100.000 espectadores en España, Colombia, Argentina y Costa Rica se despide de las tablas para siempre. Como antes lo hicieran sus predecesoras, Folie a deux, Entrañas y Exitus.
Cada una de ellas ha tenido como eje un tema universal. Por orden, la locura, la guerra, la muerte y la felicidad. Pero compartían idéntica preocupación, la incomunicación contemporánea.
Su ópera prima llevaba por subtítulo Sueños de un psiquiátrico e incidía en las vivencias de los enfermos mentales, “personas privadas de la capacidad de comunicación”, señala Lorca, que junto a Merino comparte las labores de creación, dirección e interpretación de las piezas. La siguiente propuesta sería Entrañas, donde se incidía en la falta de comunicación en la pareja con la Guerra Civil como telón de fondo. Entre el friso de personajes de Exitus destacaba un moribundo con dificultades para confiarle a su hermano su fin inminente. Y Distancia 7 minutos apunta el foco hacia la falta de entendimiento intergeneracional, entre padres e hijos.
Los cuatro títulos exponen realidades paralelas que terminan confluyendo. Y en todos ellos hay un profuso trabajo de campo. Para abordar la locura en Folie a deux se entrevistaron con psiquiatras, pacientes y familiares. En el caso de Entrañas, las charlas fueron con personas que habían vivido la guerra en primera persona. Funerarios, médicos, genetistas y religiosos fueron consultados para fundamentar Exitus. Y en el caso de la obra que visita València estos días, los dos miembros de Titzina han frecuentado durante dos meses el juzgado de primera instancia. Su protagonista es un juez que se instala durante un tiempo con su padre porque su piso ha sido asolado por una plaga de termitas.
La escritura de su cuarta obra coincidió con el hito de la llegada a Marte de la sonda espacial Curiosity. La misión espacial les sirvió como metáfora y trama paralela al viaje emocional de su protagonista. Y lo que es más importante, les facilitó el título. La NASA llamó al lapso de tiempo previo al aterrizaje del robot “los siete minutos de terror”.
“Al igual que este robot inanimado intenta acercarse al planeta rojo, nuestro protagonista trata de aproximarse a su padre. La sonda sufrió un error y los técnicos de la Nasa tuvieron que decidir si continuar o realizar los cambios oportunos a fin de que no se estrellase. Finalmente, modificaron el software y Curiosity se posó sobre la superficie de Marte tras una misión de dos años. Del mismo modo, al juez lo vemos debatirse entre la opción de continuar con el silencio de su familia o cambiar la dinámica, y en el momento cumbre, lo enfrentamos a esos siete minutos de terror para comprobar si ese esfuerzo ha funcionado”, detalla Lorca, que da vida al juez. Merino se despliega en un crisol de personajes que van del autoritario padre del personaje principal a todos los protagonistas de los casos que ha dirimido su hijo.
Las disputas que recoge la función son de tipo cotidiano. “No nos interesaban los juicios mas llamativos o morbosos, sino los que ponen de manifiesto la falta de comunicación entre las parejas, los vecinos, donde todos nos podemos sentir identificados y donde creemos que una mediación a partir del diálogo podría cambiarlo todo”, apunta el actor y dramaturgo.
El día a día profesional halla su revés paradójico en su día a día personal. Su padre entiende la vida desde el respeto, la rigidez, el sacrificio y el esfuerzo, mientras que en el ejercicio de su profesión, el protagonista se sirve del diálogo para terciar entre las partes en conflicto.
En esta dinámica de anversos y reversos, paralelismos y símiles, la compañía se documentó durante dos años con antropólogos y psicólogos sobre los parámetros de la felicidad. “Hay cuatro pilares: la capacidad de decisión, la relación con los seres de nuestro entorno, el consumo y la capacidad de autonomía. Pero se nos desveló que el ser humano busca la felicidad en cualquier situación, incluso cuando estamos privados de libertad”, explica Lorca.
De ahí que contrapusieran el aparente mundo feliz del juez con el mundo de encierro y la cárcel a la que envía a sus enjuiciados. Titzina completó su trabajo de campo entrevistándose con trabajadores e internos de la Cárcel Modelo de Barcelona y con familiares y amigos de personas que han cometido suicidio. “Es el otro extremo, son gente inundada de porqués, de dudas e incógnitas en torno a la máxima infelicidad”.
El tándem arrancó año y pico con la que será su quinta puesta en escena. Se titulará La franja, y expondrá la necesidad de encuentro de dos culturas, la de España y América Latina. “Vamos a conjugar la forma de entender esos dos mundos en el pasado y en el presente. Y vamos a mezclar las dos épocas, la actual y el encuentro entre Pizarro y Atahualpa, el último soberano inca”.
De nuevo a vueltas con la incomunicación. Y de nuevo un riguroso y exhaustivo proceso de producción y documentación. Pura artesanía teatral.