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isma romero- CONVERSACIONES CULTURPLAZA

“Sabía que aproximarme al pop era arriesgado, pero he hecho el disco que quería hacer”

El músico de Benetússer afincado en Madrid presenta el próximo 3 de febrero en la sala Wah Wah de València su segundo álbum, Luminiscencia, producido por Nigel Walker y publicado con Warner Music

11/01/2018 - 

VALÈNCIA. Me reúno con Ismael Romero en una cafetería del centro de Madrid, tres años después de aquella primera entrevista de 2013 que coincidía con la publicación de su álbum de debut, Antes de que esté prohibido. Todo y nada ha cambiado en el curso de estos tres años. El músico de Benetússer sigue luciendo el mismo aspecto cuidadosamente desaliñado; el mismo rostro enmarcado en rizos al puro estilo rolinga bonaerense. Sigue ahí el optimismo antropológico y la desenvoltura precoz al conversar. Pero, en lo musical, aquel rockero fanático de Tequila y Los Rodríguez que la multinacional Warner promocionó como la gran esperanza del rock en español ha emprendido un nuevo camino–no sabemos si definitivo o de ida y vuelta- hacia un pop de guitarras limpias y voces claras que ya se mira más en Jorge Drexler que en Andrés Calamaro.

Acompañado de músicos amigos, en lugar de la guardia pretoriana de all stars con la que grabó el primer LP (formada nada menos que por Candy Caramelo, Diego García “El twanguero” y José “El Niño” Bruno), Romero publicó el pasado mes de octubre un segundo disco que ha dividido a algunos de sus seguidores, pero también le ha hecho ganar muchos otros. El disco, titulado Luminiscencia, se presentará oficialmente en la sala Wah Wah de València el próximo 3 de febrero.

El cambio de sonido en Isma Romero se debe principalmente al afamado productor británico afincado en España Nigel Walker, en cuyo dilatado currículum profesional figuran artistas como Paul McCartney, Pink Floyd, Tom Petty y Jeff Beck, así como otros más “terrenales” como La Oreja de Van Gogh, Pereza y Hombres G. “Decidí que quería que Nigel me produjese el disco, porque buscaba ese sonido suyo tan limpio, tan a lo Beatles, tan inglés -comenta el valenciano afincado en Madrid-. Ahora me siento más identificado con ese estilo. Sabía que era arriesgado, pero es lo que me apetecía hacer. Es cierto que algunos de mis seguidores me han recriminado haberme pasado al pop, pero también he comprobado que es un disco que sigue gustando a muchos rockeros y que al mismo tiempo también le gusta a mi abuela. Yo lo que quiero es llegar a la gente, no me quiero encasillar. El rock and roll para mí nunca ha sido un estilo musical, sino una forma de vida, una forma de libertad. He hecho rock and roll, pero de la forma que he querido”.

Varias razones explican por qué este segundo disco se ha demorado tanto, un hecho poco habitual, sobre todo cuando hay de por medio un contrato discográfico con una multinacional. “Principalmente se debe a que necesitaba tomarme un tiempo para disfrutar, porque llevaba ritmo de vida muy acelerado y me di cuenta de que ya funcionaba con el piloto automático. Este tiempo me ha venido muy bien para sacar mejores canciones de las que tenía ideadas; para descubrir qué camino quería seguir, de qué quería escribir”. La segunda razón de este parón de tres años tiene que ver con la “parte burocrática de la industria”. Primero tuvo que  renegociar su relación con la discográfica Warner Music y la editorial Universal, y después hubo de esperar a que Nigel Walker, embarcado entonces en la coordinación de la banda sonora de la película La llamada, pudiera hacerle un hueco en la agenda. “En este tiempo de tranquilidad he aprendido a gestionar mejor las emociones, que es algo muy importante. No sabía hacerlo y vivía en una constante burbuja. No es que ahora lo tenga todo claro, tengo 25 años y toda la vida por delante, pero ser consciente ya es un paso”, afirma. 

Vivir deprisa

Efectivamente, la trayectoria de Romero despegó pronto y ha dado pocos pasos en falso. Con quince años fundó su primera banda, Piso 16, con la que se lanzó inmediatamente a la carretera. Con la ayuda de sus padres, que financiaron sin dudarlo sus viajes y les ayudaban a hacer camisetas para vender en las giras, el grupo ofreció más de 200 conciertos en 4 años. Apenas cumplida la mayoría de edad, se trasladó a vivir a Madrid con 250 euros en el bolsillo y el firme propósito de vivir exclusivamente de la música, ya fuera tocando versiones o dando clases de guitarra. En un momento dado, su destino se cruzó con el de el músico y productor Candy Caramelo, que vio en él un gran potencial y lo convirtió en su protegido. A los 19 años, Isma Romero ya había teloneado a artistas como Ariel Riot y Leiva ante 6.000 espectadores. A los 22 años, Warner publicaba un primer álbum de debut, grabado nada menos que con la banda habitual de Andrés Calamaro.

Romero asegura que ni el cambio de productor ni de sonido responde a una estrategia de la discográfica para posicionarle definitivamente en las filas del mainstream. “No me dejo llevar por lo que me impongan. Aunque he tenido ayudas, hasta ahora todo me lo he currado yo en mi carrera. Es muy bonito lo de tener detrás una gran casa de discos y todo eso, pero al final la vida te la tienes que buscar tú. Hay que equivocarse para seguir aprendiendo. Porque si dejamos que los demás se equivoquen por nosotros seremos marionetas toda la vida”. 

El aprendizaje es de hecho, junto al amor, un tema recurrentemente en las nueve canciones del nuevo disco. ¿Qué errores ha tenido que cometer? ¿Qué lección ha aprendido ahora que tiene una visión más clara de cómo funcionan los engranajes de la industria musical? “Muchos. Soy una persona muy impulsiva y pasional, lo que no es malo en sí mismo, pero tiene consecuencias. Una es fiarse de todo el mundo y entregarte sin esperar nada a cambio. He aprendido a ser más precavido, a no tomar decisiones demasiado precipitadas y saber elegir a mi equipo de trabajo. Me he equivocado mucho, pero no borraría nada. Ahora veo la vida con los mismos ojos, pero de diferente forma”. 

Hasta el momento, Romero ha podido cumplir su deseo de vivir de la música, aunque ahora modula sus expectativas. “Pienso que todo llega, pero para eso tienes que esforzarte y hacer música que sea de verdad. Hay mucha mentira, muchos filtros y muchas máscaras. Para mí, los pilares del éxito son la verdad, la paciencia y la tolerancia. Te mentiría si te dijera que no busco reconocimiento, pero el éxito creo que lo logré cuando cogí una guitarra y supe que me quería dedicar a esto siempre”.

Isma Romero tiene 25 años, pero su discurso tiene aparentemente pocos puntos en común con una gran parte de su generación. Hablamos, claro está, de los millenials y de géneros como el trap y el reggeaton, que observan la música de guitarras como una reliquia del pleistoceno, y reivindican la reafirmación personal desde valores como la capacidad para generar dinero y la libertad sexual. Poco que ver con la apuesta por el amor romántico y la contemplación mística de la vida de la que hacen gala las canciones del músico valenciano. “¿Qué que pienso del trap? A ver… a mí lo de juzgar no se me da muy bien. Y que no me lo ponga en mi casa no significa que haya que prohibirlo. Me parece bien que cada cual haga lo que quiera, pero creo que deberían ser consientes del riesgo de que las nuevas generaciones crezcan rodeados del vocabulario y el machismo que hay en esas letras. No estoy de acuerdo esa actitud vital, pero qué narices, ¡que viva el trap!”.


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