El joven Casado se ha hecho de centro para no quedarse fuera del Gran Consenso que surgirá de los escombros de la pandemia. Es uno más de la cofradía del Santo Diálogo, de los que trafican con la moderación. Ha renunciado a una oposición fiera, que es lo que necesita el país. Se aleja la esperanza de verlo como presidente
Las televisiones del Régimen, que son todas, le conceden veinte segundos de sus informativos, no más de dos o tres veces a la semana, para que formule críticas respetuosas al Gobierno pinocho. En la pantalla se le ve envarado, vestido con traje azul marino, camisa blanca de cuello duro y corbata de pala estrecha, mirando fijamente a la cámara mientras una triste bandera española ondea a sus espaldas.
En estas brevísimas comparecencias televisivas, el joven Casado, con pinta de figurín de Acacias 38, se esfuerza en parecer un dirigente moderado siguiendo los consejos del búho gallego y de otros barones inodoros, insípidos e incoloros. Pablo quiere alcanzar la tierra prometida del centro en un viaje que se antoja infinito (¿de dónde vendrán estos del PP?, se preguntaba, entre risotadas, el patriota Guerra, y llevaba razón).
En el centro, en esa Arcadia política dicen los entendidos que se esconde el tesoro de la gobernabilidad. Quien encuentra el cofre y acierta a abrirlo tiene garantizado el acceso al corazón del Estado. Pero, también en política, muchos son los llamados y pocos los elegidos. Lo normal es que acabes como Antonio Hernández Mancha, de consejero en una empresa de gas, que no está nada mal tal como está el país.
El joven Casado, que iba para líder del centro-derecha nacional, me despierta una honda ternura. Es un político preparado, trabajador, excelente orador, españolísimo sin tacha, pero es decente. Y en España las personas decentes no llegan a la cima del Estado, con la excepción, tal vez, de Amadeo de Saboya, que tomó las de Villadiego, camino a Italia, en cuanto conoció el paño de los españoles.
La decencia podría disculparse si al menos estuviese acompañada por una virtud central en todo gran político, el don de la oportunidad, es decir, intuir por dónde soplarán los vientos de la historia, y encabezarlos. Sin esa cualidad no se llega a gobernante de un país. Luego está la suerte, los errores del adversario, el apoyo interesado de los tuyos; todo eso es necesario pero insuficiente si te equivocas de estrategia para alcanzar y conservar el poder, único fin de un hombre público.
"Puede que todo sea culpa de Cuca y Teo, que han convencido al presidente del PP para que encabece el ala derechista del nuevo Movimiento Nacional"
Yo creo que el joven Casado ha errado el tiro abrazando la cruzada centrista en un país dividido por los extremos. Pero puedo estar equivocado; alguien como yo, que ni siquiera habla idiomas, no tiene ni media hostia con un tipo como Pablo, mucho más inteligente aunque diez centímetros más bajo, como comprobé comiendo, muy cerca de él y su familia, en el restaurante Barbacana de Ávila el día de las elecciones del 20 de diciembre de 2015. Aquella noche empezó lo malo para los conservadores, y desde entonces no han levantado cabeza.
Este pobrecito hablador quería que Pablo Casado fuese su presidente y el de los españoles. Así lo escribió antes de que dejase barba para parecer mayor. Lejos de aparentarlo, cada semana que pasa tiene más cara de niño, y no se conoce hasta la fecha a ningún menor que haya alcanzado la jefatura de Gobierno, aunque no cabe descartarlo cuando entre en vigor la ley engendro de la abuela Celaá.
Hoy en día Casado y yo sólo tenemos en común los castellanos, un calzado que identifica a los hombres por su elegancia sobria en el vestir. Yo miro a la derecha y él al centro. Así será imposible coincidir. Puede que el presidente del PP esté mal aconsejado y que todo sea culpa de Cuca y Teo, que lo han convencido para que encabece el ala derechista del nuevo Movimiento Nacional, quedando reservado el flanco izquierdo para los neocomunistas de Podemos y el centro para el caudillo Sánchez.
Triste final le barrunto a la derechina del joven Casado si cree que ganará las elecciones dentro de tres años, a la espera de que la crisis económica le haga el trabajo sucio en la oposición. No estamos en 1993 ni el dirigente conservador parece tener las condiciones de Aznar para aglutinar a la derecha política y sociológica. Porque si las tuviera, no escupiría sobre la mano que le da de comer en Madrid, Andalucía y Murcia. Hay que dejar de citar a Ortega en el Congreso, ante una bancada de socialistas iletrados, y bajar el fango a pelear en defensa de España.
Y dicho todo esto, ¿qué hacemos los que éramos votantes del conservadurismo clásico por tradición familiar y respeto a unas formas en desuso? ¿Hacernos centristas? Sería lo último en la vida; antes confiaríamos en los animalistas. ¿Dar un paso más a la derecha y echarnos en brazos de Santi el Asirio? Todavía no estamos preparados para ello, sobre todo por consideraciones estéticas (¿qué tengo yo que ver con un caballero tan antiguo como Gil Lázaro?).
Decepcionados con el giro centrista de Casado, que tiene algo de traición suave y revestida de buenas maneras, y aún temerosos de que nos confundan con la derecha hiperbólica de Vox, los votantes estrictamente conservadores nos hemos quedado sin líder. ¿Y si volviera Felipe González para refundar el centro-derecha español? Sería lo mejor que nos podría pasar. Mi voto lo tendría asegurado.
Casado reivindica su legado estos casi cuatro años y expresa su lealtad en esta nueva etapa a Feijóo, al que desea "mucho acierto"