VALÈNCIA. Hay muchas mujeres artistas que son madres. Algunas, como Kristin Hersch o Yoko Ono, han eliminado las barreras entre una y otra labor. Patti Smith y Tracey Thorn también han conseguido que la maternidad se funda con sus creaciones en discos y canciones que para mí son imprescindibles.
Tengo varias madres favoritas entre las mujeres que se dedican a la música pop. Me puse a pensar en ellas el otro día, después de hablar con algunas que tengo geográficamente cerca. Fue después de la presentación de It’s only rock & roll. Una historia del rock ilustrada, en Splendini Bar, con sus dos autoras, la periodista Susana Monteagudo y la ilustradora Marta Colomer, alias Tutticonfetti. La idea del libro nació como una guía para introducir a los niños en la música –un vínculo en el que Susana ya tiene bastante experiencia-, hasta que Javier Ortega, el caballero que desde Lunwerg hace maravillosos libros ilustrados donde abundan las firmas femeninas, les sugirió que por qué no ampliar el target y llegar a los adultos. Esa tarde estuvimos entre mujeres madres y música. Por allí estaba también Ana Elena Pena, artista interdisciplinar que ahora mismo se enfrenta a la creación más importante de su vida, ser mamá. Aunque Ana Elena esté más cerca del cabaret, será una rock & roll mamma de armas tomar.
Desde ese día llevo pensando en artistas que me gustan y que también han sido madres y no, no será este uno de esos inventarios en forma de artículo porque los detesto. Será más bien la excusa para hablar de dos de mis mujeres favoritas ya que ambas, en algún momento de su vida, han combinado las canciones y la crianza. Me acuerdo de cuando Tracey Thorn volvió a grabar discos. Después de un retiro que se hizo muy largo, la que fuera vocalista de Everything But The Girl regresó a la música (que no a los escenarios; hay gente que no tiene la necesidad de interpretar su música en directo y yo les aplaudo porque yo, que cada vez tengo menos necesidad de ver música en directo, me siento así menos solo) con Out Of The Woods. Por aquel entonces, año 2007, tuve la oportunidad de hablar con ella. Me contó que habían sido cinco años de parón artístico que dedicó a tener y criar a su hijos. Y me explicó también que el título tenía que ver con ese regreso a la actividad.
Cuando pensó en componer canciones de nuevo, tras un retiro de seis años, descubrió que no había escrito absolutamente nada durante todo aquel tiempo. Por eso lo tituló así, fuera del bosque, porque era cómo se veía a sí misma durante ese proceso de regreso a la composición. Era como salir de la oscuridad de un retiro, explicaba, buscando la luz. Desde entonces, sin prisa pero sin pausa, Thorn ha seguido haciendo discos. El último de ellos, Record, es todo un alegato feminista, además de otra estupenda colección de canciones. En ella hay una canción titulada ‘Babies’ que dice: “Porque no quise a mis niños hasta que quise a mis niños / Y entonces no había otra más que mis niños”.
En 1980, Patti Smith abandonó la música para ser la esposa de Fred “Sonic” Smith. Poco después tuvo a su primer hijo, Jackson, nacido en 1982. Jesse Paris llegó en 1987. Cuando su marido falleció repentinamente en 1994, a causa de un ataque al corazón, todavía eran unos niños. De alguna manera ambos estaban ya integrados en su obra, pero desde que Patti reactivó su carrera al quedarse viuda, para poder ganarse la vida-, entonces lo estuvieron más. Jackson se dejaba ver en algunos conciertos acompañando a su madre, la cual años atrás le había escrito una nana, ‘The Jackson Song’ (“y cuando en tus viajes veas reyes guerreros / piensa en papá / y si ves a una mamá ave plegando sus alas / acuérdate de mí”). Jesse también es música. Ha compuesto scores para acompañar diversos proyectos, muchos de ellos relacionados con la causa tibetana, de la que su madre es también una gran defensora. Hace un par de años acompañó a Soundboard Collective en un disco llamado Killer Road, en el que Patti recitaba letras y poemas de Nico.
En ‘O Superman’, Laurie Anderson introducía en la letra a una madre sorprendida al llamar a su hija y encontrarse con su voz grabada en la cinta de un contestador automático. “Hola, soy tu madre. ¿Estás ahí? ¿Vas a venir a casa?” Un momento de ternura oscilando entre el efecto repetitivo del vocoder, antes de que aquella presencia maternal se transformara en algo inesperadamente siniestro. La madre de la canción pasaba a ser Estados Unidos, el útero de todas las guerras, esa madre malvada que te dirá siempre que la vida es porquería, tal como cantó Lou Reed en ‘Sweet Jane’. A mí me cautivaba igualmente esa madre bondadosa confundida ante el contestador -corría el año 1981- porque me recordaba a la mía cuando se veía en similares circunstancias. Fue aquella una época con miles de madres desafiando a la incertidumbre de aquellas máquinas. Lejos de amilanarse, dejaban sus mensajes esperando ser escuchadas por sus hijos. Y les preguntaban, como me lo preguntaba la mía cuando vivía en Madrid, ¿vas a volver a casa?
Es sorprendente como el amor de una madre hacia un hijo es siempre distinto del que siente un hijo por su madre. Es un misterio pero sobre todo, una gran certeza. Para mí, que ni siquiera soy padre, la clave de ese amor, que aun en su correspondencia significa cosas distintas, está hermosamente descrito en M Train, segundo libro de memorias de Patti Smith. En él escribía: “Queremos cosas que no podemos tener. Intentamos recuperar cierto momento, cierto sonido, cierta sensación. Yo quiero oír la voz de mi madre. Quiero ver a mis hijos cuando eran niños. Manos pequeñas, pies ligeros. Todo cambia. El hijo crece, el padre muere, la hija es más alta que yo, llorando por una pesadilla. Por favor, quedaos para siempre, les digo a las cosas que conozco. Nos os vayáis. No crezcáis.”