VALÈNCIA. Hoy empieza otro año según el calendario gregoriano que caracteriza nuestra forma de ordenar el tiempo. Para otras culturas hoy es un día normal y corriente, pero para todas aquellas personas que comimos las uvas anoche con la sensación de que algo terminaba y otro algo empezaba, este lunes de Marcha Radetzky por la tele es el albor de un nuevo grupo de trescientos sesenta y cinco días, en definitiva, el despertar de otro año. Dos mil dieciocho, si nada cataclísmico pasa, ha venido para quedarse, y como buenos anfitriones -estábamos aquí antes- habremos preparado unas cuantas metas ya con las que agasajarle, o estaremos ahora mismo en ello, pensando, anotando objetivos que nos harán mejores, que nos pondrán más en forma, que nos darán una mayor calidad de vida, que nos sacarán de la rutina en la que Instagram dice que nos hemos estancado. Dejar de fumar y apuntarse al gimnasio son clásicos; desde hace un tiempo también lo es entrenarse para correr una maratón, y por supuesto, correrla. Si ya corrías maratones entonces la meta puede ser un ironman. Si los ironmans te saben a poco desde dos mil quince, entonces puede ser hora de probar con un ultraman.
Todo lo anterior está muy bien, desde luego, pero para completar la ecuación del mens sana in corpore sano, estaría bien incluir entre los propósitos navideños una meta relacionada con la lectura, quizás porque el tiempo que te gustaría dedicar a este placer siempre se te acaba escurriendo, se esfuma, se terminar por diluir entre todas las horas que no te queda otra que dedicar a los quehaceres diarios -horas para llevarlos a cabo o para estresarte y lamentarte por tener que llevarlos a cabo-. Cuando no es eso, es el tempus fugit vegetando improductivamente mirando la pantalla en busca de notificaciones que liberen dopamina en tu cerebro cansado por el día a día. Que no todo tiene que ser productividad, ni mucho menos, no hacer nada es hacer mucho, pero la realidad es que perdemos muchísimo tiempo haciendo una nada tonta, y que mucho tiempo lo tenemos ocupado en hábitos que podrían sustituirse por la lectura. Por la lectura de calidad. Porque lo que es decodificar caracteres unidos lo hacemos constantemente, pero no es lo mismo, vaya que no, leer titulares o estados sin ton ni son, que coger un buen libro que nos introduzca en un tema o historia en profundidad, que nos obligue a pensar y que nos ofrezca una experiencia duradera. Que no, que no es lo mismo.
Lo mejor para que el tiempo nos se nos escape más de la cuenta y nos plantemos en dos mil diecinueve con un par de libros a medio leer como toda lectura anual, uno de ellos cuyo argumento ni siquiera recordamos, es elaborar una lista con propósitos. Lo que se planifica y se apunta es mucho más real y factible que lo que solo se considera. Un papel en la nevera obliga, una idea acaecida por el champán, no. ¿Qué propósitos pueden ser estos? Podemos darte unas cuantas ideas, así que si te hemos convencido de la necesidad de leer mejor, o si el convencimiento ya lo traías de casa y solo te faltaba un empujón, toma nota, porque allá van esos propósitos literarios de Año Nuevo:
Lee más. Parece evidente, pero concienciarte de que lees poco es el primer paso. Como reconocer un hábito negativo para poder dejarlo atrás. Siempre se lee poco. Hay demasiados libros fabulosos ahí fuera y una esperanza de vida demasiado corta para poder disfrutarlos todos. Sé realista pero no cómodo: establece el número de libros que quieres leer.
Lee más autores actuales. Es una pena cuando uno descubre un autor o una autora con la que establece una conexión literaria instantánea y resulta que ese autor o autora lleva ya tiempo criando malvas y por tanto no podremos coincidir nunca en una presentación. Esta situación se puede evitar de una forma muy sencilla: leyendo a gente que todavía respire. Podrás seguir su carrera, su progreso e incluso su decadencia. Y comunicarte con él o ella a través de las redes sociales.
Lee algún clásico. En el leer, no todo es cantidad, también calidad. Y muchos clásicos tienen garantía de calidad certificada por decenas de años de éxito -otros no-. Tienes de todas las temáticas, y en ediciones de bolsillo.
Lee a mujeres. Las mujeres escritoras han sufrido el peso del heteropatriarcado durante siglos, y el momento actual no es una excepción. ¿Cuántas mujeres escritoras conoces? Si la respuesta es “pocas”, te estás perdiendo auténticas maravillas. Si no se te ocurre ninguna, el tiempo apremia. Corre a la librería o a la biblioteca.
Lee local. Seguro que conoces a muchos más autores del otro lado del charco o del continente que de tu propia ciudad, comunidad o incluso país. Da que pensar, ¿no? Local no es sinónimo de calidad, pero no conocer sí es garantía de estar perdiendo literatura de proximidad emocional. Prueba si no a leer a Vicente Blasco Ibáñez.
Lee poesía. Es un hecho que a lo largo de nuestra educación, se nos ha enseñado principalmente a leer narrativa, pese a que en la infancia, la poesía jugaba un papel importante entre las herramientas que nos ayudaron a desarrollarnos. Recuperar esa conexión con la poesía que la enseñanza obligatoria adolescente y postadolescente se llevó por delante, es una meta necesaria que nos abrirá las puertas a dimensiones desconocidas a un palmo de distancia.
Compra más libros. Escribir un libro cuesta mucho. Piénsalo. A lo sumo, un autor muy prolífico puede firmar uno o dos al año. Dos es ya de nota -si son buenos-. Durante todo ese tiempo, además, habrá sacrificado vida social, familiar y laboral para poder centrarse en la escritura. Qué menos que compensar ese esfuerzo con una apuesta de diez o veinte euros. Si no nos gusta, podemos seguir intentándolo con otros. Más se pierde con un décimo que no toca.
Regala más libros. Un libro es un regalo fantástico: ocupa horas y ofrece emociones de todo tipo. Además, es barato, y bonito, si es en papel. Si es digital, es práctico. Un buen libro se recuerda, y si es regalado, recuerda a quien lo regaló. Una dedicatoria en la primera página releída al cabo de años es como viajar en el tiempo.
Apoya a las librerías locales. No es cuestión de vilipendiar a las grandes superficies, ni mucho menos: cumplen un papel importante y la mayoría cuenta con trabajadores amantes de la lectura. Pero las librerías locales, a diferencia de las grandes superficies, viven de vender libros en exclusiva, son elementos vertebradores de la cultura en un barrio y suelen ser regentadas por personajes ilustres y sabios de la ciudad. Comprar allí es proteger la heterogeneidad cultural de tu ciudad.
Sácate el carnet de la biblioteca. Es gratis, y pone a tu disposición de forma igualmente gratuita miles y miles de libros, cómics, discos, películas, e incluso videojuegos. Si no sabías esto, es que hace demasiado que no pisas una.
Sustituye minutos de móvil por minutos de lectura. A estas alturas está bastante claro que gran parte del tiempo que invertimos en hacer scroll en distintas aplicaciones, es tiempo perdido. No solo eso: está demostrado que esta actividad realizada en la cama, provoca insomnio. Demasiada luz, demasiados estímulos. Leer, sin embargo, relaja. En la mesita, el móvil cargando. Cámbialo por un libro. Todo lo que leas te enriquecerá mucho más que saber con qué parte de la familia ha cenado en Navidad un contacto al que ni saludas cuando te lo cruzas por la calle.
Como puedes ver, muchos de estos propósitos se pueden combinar: puedes regalar un libro de poesía escrito por una mujer viva y de tu ciudad comprado en una librería local. O leerte varios clásicos sacados de la biblioteca a golpe de lectura antes de dormir. Anótalo todo, especifica tus objetivos, apunta títulos, cuantifica, crea tu plan de acción. Dentro de un año analizamos los resultados.