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JESÚS ZOMEÑO, PREMIO DE LOS CRÍTICOS VALENCIANOS A LA NARRATIVA

“No pueden seguir un orden, porque si todo fuera lógico, no podrían sobrevivir” 

4/06/2017 - 

ELCHE. El escritor ilicitano, aunque oriundo de La Mancha, Jesús Zomeño (Alcaraz, Albacete, 1964), ha visto recompensado su trabajo de orfebre literario, paralelo al de su profesión de abogado, con el Premio de la Crítica Valenciana de Narrativa 2016. Con una extensa obra poética, que va desde Del eterno regreso (Malvarrosa, Valencia, 1989) hasta Lectura de Estaciones (LF Ediciones, Béjar, 2003) y una dedicación constante a la distancia corta del relato que ha llevado a autores como Agustín Fernández Mallo a expresar que “en mi opinión, Zomeño es uno de los mejores cuentistas en español”, Zomeño se mantiene agazapado, a salvo de los bombardeos del gran mundo literario. Conseguimos hacerlo salir de su trinchera, para tomar un té (“hoy ya llevo demasiados cafés”) y mantener una larga charla sobre la imposibilidad de la cordura en la guerra y ser capaz de convertir esta sinrazón en literatura.

- ¿El proceso de documentación para este libro ha sido mayor que para los anteriores?

-Cuando tú te acercas a la Primera Guerra Mundial, primero te llama la atención toda la estética de las alambradas, de las máscaras antigas, los ataques, ese abandono de las trincheras, evidentemente es una estética muy potente. Lo que pasa es que a medida que vas escribiendo, esa estética te va cansando, y si sigues escribiendo, vas profundizando más. No te voy a decir como la alcachofa que les vas quitando hojas, pero algo parecido, según vas desgranando, si te sigue apasionando. Y entonces empiezas a profundizar en la mente del soldado, lo que en Piedras Negras y, sobre todo en este, se nota más. Cómo podían aguantar ahí. Y entonces eres consciente de una analogía, cómo los reporteros de guerra, cuando iban, tanto Gaziel, como Insúa, te hablan del silencio de las trincheras. Esa suposición de que la gente está ahí hablando, contando chistes, contando historias, contándose su vida, de pronto te das cuenta de que a estos reporteros lo que les llama la atención es que al estar estancados en un agujero, la gente había dejado de hablar. Cuando la gente está arrinconada en silencio, fumando, pensando en sus cosas, te viene el siguiente paralelismo, los inmortales de Borges, que cuando descubren que son inmortales, ya no tiene pasión por hacer nada.

Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. [Jorge Luís Borges.- El inmortal.]

“El tiempo es infinito, el tiempo es líquido, para qué van a hacer nada. Es lo mismo. Cuando describimos a los soldados de la Primera Guerra Mundial, estamos dando imagen a los personajes del relato El inmortal de Borges”.

“Pero es que el siguiente paso es en qué puedes estar pensando cuando ya no hablas, cuando no dependes del exterior, sino únicamente de ti mismo, cómo lo puedes soportar. Entonces es cuando aparecen lo que en psicología llaman los mecanismos de defensa, que es lo que te permite sobrevivir. En mis relatos, por tanto, hay cosas muy evidentes, como por ejemplo en El urinario, con el personaje que lleva las propinas, la asimilación de los recuerdos, como en Una ciudad en la India, pero después también encuentras cosas menos evidentes, como por ejemplo el orden, en El farmacéutico, personaje que llega a la trinchera e intenta imponer un orden en el silencio. Que las camas estén alineadas, todo limpio, a una gente que en lo que está pensando es que en cualquier momento pueden morir, huyendo de la lógica”.

“Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras”. [Jorge Luís Borges.- El inmortal.]

- ¿Las trincheras son un primer no lugar en el corazón de Europa?

-Es que las trincheras tienen toda la simbología, desde esta referencia de los inmortales  de Borges, a la del laberinto, porque su propia morfología lo era. No era una franja de terreno, sino que tenía una estructura en zig zag intercomunicadas. Podías entrar en una trinchera y recorrer cientos de kilómetros y no llegar nunca al fin, incluso perderte. Algunas con nombre propio, un mundo a parte, un mundo en el que no sólo resistes, sino que eres bombardeado. Incluso te están excavando túneles debajo para dinamitarte... y no puedes huir. Hasta el absurdo, como refleja el film Senderos de Gloria, los relevos y la arbitrariedad de la muerte. Si la mina explota hoy o lo hará mañana, cuando se hayan incorporado los hombre del nuevo relevo. Un mando inhumano y aburdo. Durante la famosa tregua de Navidad del 14, acabaron fusilando a un gato, por traidor. Era un gato francés que se había ido con los alemanes, para que lo acariciaran, y entre todos, como no podían fusilarlos a todos, fusilaron al gato.

- ¿Por qué esta encarnación del terror individual se puede narrar desde la perspectiva de los soldados de la Primera Guerra Mundial, pero es mucho más difícil si el contexto histórico es el de la Segunda Guerra Mundial, incluso de la Guerra Civil Española?

-Respecto de la Segunda Guerra Mundial, porque aparece ese elemento distorsionador que es el nazismo. Tú no puedes humanizar, darle sentido, análisis, ni estética, al ‘mal absoluto’. Narrativizar, estetizar la Primera Guerra Mundial, me permite un alejamiento, un distanciamiento, mío y del lector. En cuanto a la Guerra Civil, en Querido miedo ya intenté literaturizar una experiencia familiar, una anécdota vital de mi abuelo, enrolado en el lado Republicano, pero que yo situé en el lado Nacional en la narración. El relato habla de la psicología del personaje, de su carácter práctico, no toma partido, no carga las tintas... pues aún así, he tenido problemas. Me han acusado de equidistante, de no tomar partido. Si toco el tema de la Guerra Civil, tengo problemas, el lector ya te leer con prejuicio, tendría que tomar partido, utilizar categorías absolutas, tendría que añadir complementos que justifiquen las historias, y no me interesa, prefiero no entrar, no es mi lucha entrar en el doble salto mortal que significa hacer esa narrativa justificativa, cuando ni siquiera es eso lo que yo quiero contar. No me hace falta ese triple salto mortal de escribirlo, escribirlo bien y además contexturalizarlo en la Guerra Civil, que lo hace mucho más difícil de aceptar por el lector, sin prejuicios. Ese plus no me aporta nada como escritor, porque no es lo que yo pretendo, ni tengo la soberbia de ser capaz de saltarme todos los prejuicios.

- ¿Y entonces, cuál es la guerra como escritor de Jesús Zomeño?

-La guerra interior del ser humano, de los soldados, cómo tú puedes aguantar eso. La locura, la pérdida del tiempo o el gran símbolo, que para mí ha sido el relato La escalera. Ese subir y bajar peldaños en función del estado de ánimo, de las dudas, el ejercicio físico como metáfora de la situación de tu mente. Este libro en concreto está compuesto de relatos que han tenido un proceso de escritura muy largo. En algunos casos son relatos que empecé antes de los de Piedras negras, y no había podido, no había sabido, concluir. La experiencia, el tiempo, el profundizar en la psicología de estos soldados, es lo que me ha permitido acabarlos.

- Y este premio de la Crítica, ¿es un reconocimiento por haber llegado ya a un estatus, significa casi más un punto de partida que un punto de llegada?

-Es una satisfacción personal, una alegría, y también un reconocimiento, no ya a este libro, sino a esta trilogía de la Primera Guerra Mundial, que empieza en Cerillas mojadas (Denes, 2012), continúa con Piedras negras (Lengua de Trapo, 2014) y concluye con este De este pan y de esta guerra (Contrabando, 2016), y de mi trabajo, así es que tendré que cambiar de registro. Y después, el premio concede esa prórroga a un libro. Ahora mismo un libro dura seis meses, desde que sale. En imprenta, reseñas, presentaciones, no más de esos seis meses. Un premio lo hace revivir en las estanterías, en las librerías, en los medios.

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