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Jesús Zomeño: “No reivindico la URSS, sólo muestro la nostalgia de un tiempo perdido”

Apenas un par de años después de publicar “De este pan y de esta guerra”, el volumen de relatos que le valió el Premio de Narrativa de la Crítica Valenciana, el escritor ilicitano de origen manchego Jesús Zomeño (Alcaraz, Albacete, 1964), presentó el pasado 25 de octubre, en la librería Ali-i-truc, su primera novela, “El cielo de Kaunas”, una vez más bajo la tutela del editor valenciano Manuel Turégano y su sello Contrabando.

28/10/2018 - 

ELCHE. Para su primera incursión en el territorio fatídico de la novela,  Zomeño ha echado mano de herramientas que le son familiares, con las que se maneja de manera resuelta, como un ebanista haciendo saltar virutas de madera con la gubia colocada en el ángulo preciso para no desperdiciar el material moldeable del mundo interno de personajes con los testículos comprimidos por la resignación y el desamparo. Las 220 páginas de El cielo de Kaunas son un puzzle de vidas desesperadas, de inmersiones en el monólogo interior de individuos heridos que intentan sanar las cicatrices con el ungüento de la violencia. Herir para no ser herido, matar para no ser menospreciado, modificar un mundo propio que ha sido modificado por otros, removiendo los cimientos de una civilización insalubre, con algunos destellos de esperanza, como la aparición casi fantasmagórica de una Wislawa Szymborska de la que toma prestada su voz melancólica marcada por la ironía, paseando en el recuerdo de su Cracovia estimada: “Es una calle pequeña y encantadora, frente al río, al final del barrio judío. Yo solía ir a tomar café a casa de mi amiga Krysta, que vivía allí…”, la belleza, la calma y la reflexión interior de la polaca frente a las prisas, sinsentido y desorientación de los jóvenes rusos que la toman por una vieja loca.

El narrador Zomeño había ido creciendo en el interior de sus relatos de soldados atrapados en las trincheras, la suciedad, la muerte y la memoria como salvación, y desde Piedras negras (2014) había sometido a su narrativa a un crescendo sostenido en De este pan y de esta guerra (2016), con el que obtuvo el Premio de la Crítica Valenciana, Querido miedo (2016) y Guerra y pan (2017), coda de aquel premiado conjunto de relatos que era como un fin de ciclo, como un paseo por el alambre de la repetición, en busca de una perfección imposible.

Ahora, esos relatos como islas en un archipiélago, se unen para formar una península argumental sobre las cenizas de un imperio devastado. Como reza la cita inicial de Svetlana Alexiévitch, todos contábamos con una sola memoria, la memoria del comunismo.

“Este libro contiene tres historias entrelazadas. La primera hace un retrato de la soledad y la nostalgia por la juventud, que le coincidió con el comunismo. La segunda historia retrata a una sociedad rusa desencajada tras la caída del comunismo en el 89, sin referencias y sin capacidad de haber hecho creer en nada a sus hijos, estos protagonistas. Por eso todo para ellos es un viaje imposible al futuro, volver a Rusia.  Y la tercera historia, es un viaje no al pasado ni al futuro sino al interior de uno mismo. Una historia de amor e incomunicación, a la vez que una historia de amor nueva que se superpone, la de la camarera. Nuevamente con el elemento irracional de fondo que es la construcción de la historia paralela tras la primera víctima del francotirador. El francotirador la eligió por azar pero luego todas las evidencias construyen una realidad alternativa y que encaja perfectamente en todas sus piezas y termina incluso creando un conflicto internacional donde interviene la OTAN, el Mosad (que por eso está cuando en la segunda parte ejecutan a los terroristas narcos) y Rusia para ocultar las vergüenzas de su pasado Stalinista.


El detonante de esta novela es el intento de viaje al pasado de un viejo que no tiene nada, ni familia ni amigos, e intenta imponer unos valores comunes que unan a la sociedad. Intenta que el sufrimiento colectivo haga que la sociedad sea más sensible y solidaria y menos superficial (como cuando un atentado terrorista o unas inundaciones unen a todo un país). Intenta así protestar contra la superficialidad y el consumismo de la era postsoviética… por eso nadie hace caso a sus crímenes”.

En una confrontación entre la mentalidad del bloque comunista y el bloque consumista, el asesino incomprendido ve su reflejo distorsionado por televisión, en la sonrisa demente de un homólogo norteamericano que ha cometido una masacre en un colegio y cuyo acto sociópata abre los telediarios de todo el mundo.

“La noticia del asesino americano es el contrapunto: la superficialidad y la irracionalidad. El americano es famoso, su único motivo no es racional sino haber desayunado cereales con leche; y, por último, el método del viejo es perfecto y calculado porque es un profesional en sus objetivos, pero el método del americano es irracional, dispara dejándose llevar por el ritmo de la carrera de los críos… El viejo se rinde a la evidencia de su fracaso y acepta hundirse en el alzheimer”.

La nostalgia puede ser peligrosa, especialmente en manos de un narrador: “Dos meses antes de empezar la novela estuve en Lituania, por lo que eché mano de la nostalgia. Luego imité a mi personaje y volví muchas veces a Kaunas con el Google Street View”.

El volumen se cierra con una magnífica ilustración de Raúl (“el auténtico”) y una cita de El gran inquisidor, del autor ruso Fiodor Dostoievski, que no me puedo resistir a poner por aquí:

“¿Qué sentido tiene conocer la diferencia entre el bien y el mal cuando se paga tan alto precio por ello?”.

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