VALENCIA. Recién acabada la II Guerra Mundial una serie de películas semidocumentales dejaron en el imaginario colectivo estadounidense un icono del agente de policía que aún perdura. Tal y como describe Desirée De Fez en su artículo del libro colectivo American way of death, ese arquetipo, presente en La casa de la calle 92 (Henry Hathaway, 1945) o La ciudad desnuda (Jules Dassin, 1948), subrayaba “el buen hacer de las autoridades al describir en tono hiperrealista la batalla librada por la policía para fulminar el crimen”. Y continúa, citando al ensayo Thrillers de Martin Rubin, “los héroes de los semidocumentales triunfan en sus batallas contra el crimen y, al mismo tiempo, permanecen relativamente limpios tras sus contacto con éste. Tales cualidades, junto con su aceptación de la tecnología, del trabajo en equipo y del sistema legal, los ubica como una alternativa afirmativa y racional de la paranoia y el pesimismo imperantes en el cine negro contemporáneo”. La imagen no sólo fue aceptada en los EE.UU. sino que también se trasladó al Viejo Continente con sus correspondientes modificaciones; nada que ver con los inútiles agentes de Scotland Yard de los que tanto se burlaba Sherlock Holmes o los policías a los que humillaba Charlot.
La postal idílica de la Policía como un cuerpo inmarchitable lleno de héroes, supermanes y superwomans capaces de todo, se consolidó a partir de entonces y sigue gozando de un gran predicamento hasta el punto que se puede ver nítida en algunos realitys contemporáneos y series de televisión (con C.S.I, como epítome), así como novelas. Este tipo de policías son capaces de perfilar a un asesino con la soltura de un catedrático de Psiquiatría, peinar un área criminal con la pericia del mejor representante de la policía científica y enfrentarse con sus manos a cualquier delincuente con la habilidad de un comando de operaciones especiales. Ya desde el principio, esa imagen, que de elogiosa resulta hasta paródica (inolvidable la saga Atrápalo como puedas), fue modificada en aras de dotarle de verosimilitud y tensión narrativa a las historias de ficción. Sin separarse un milímetro de la tendencia maniquea de dividir al mundo en buenos y malos, se comenzaron a plantear historias en las que los delincuentes se hallaban dentro del propio sistema. Citando de nuevo a Rubin, “los thrillers policíacos posteriores a 1967 se centran en policías que se oponen al sistema y que se toman la ley por su mano. Sin embargo, estas películas tardías suelen ser mucho menos críticas en su tratamiento del policía obsesionado por la justicia, que pasa a ser un superhéroe virtual que pelea para proteger a la sociedad allá donde las instituciones han fracasado”. Fue entonces cuando estos superpolicías asumieron para sí rasgos de justiciero solitario, icono telúrico que ha tenido representación en todo tiempo y lugar, desde los samuráis a los caballeros medievales, pasando por los vaqueros solitarios o los superhéroes de cómic. Cuando todo está perdido, ellos están ahí. Su mera existencia y victoria demuestran la perfección del sistema.
Jack Reacher, el personaje creado por Lee Child, alias tras el cual se encuentra el británico Jim Grant (1954), es una revisión posmoderna de este cliché del superpolicía solitario. Empleado de Granada TV, el alto Grant decidió dedicarse a la literatura después de un ERE en la cadena británica y lo ha hecho con una serie de novelas que gustaron pese a defectos tan obvios como su falta de originalidad. Probablemente esa familiaridad con los argumentos se trasformó en virtud ya que las hacía reconocibles a todos los lectores. La enorme carga de violencia generada en el interior de Grant-Child por el hecho de hallarse en paro (estaba cabreado y los malos lo iban a pagar) se volvió en un rasgo distintivo. Fue así como Reacher, una visión idealizada del propio Child con sus dos metros de altura y sus 100 kilos de puro músculo, se transformó en un icono actual, algo que habla mucho de las pulsiones del varón moderno. Antisistema, inadaptado, políticamente incorrecto, machista involuntario, chapado a la antigua, Reacher se mutó en un rebelde con causa, un Rambo haciendo el trabajo de un Hércules Poirot. Ése era el juego; si quiere se acepta y si no, a otra cosa.
Una rebeldía, por supuesto, muy matizable, porque en el fondo Reacher no lucha contra el sistema, sino contras las deficiencias del mismo; no viene a cambiar las cosas, sino a reinstaurarlas. Esta característica de Reacher como salvaguarda del orden más allá de las normas fue resaltada en el tráiler publicitario de la primera película: “No le importa la ley, no le importan las pruebas… Sólo le importa lo que está bien”. Así es nuestro chico; vehemente y expeditivo, sus maneras y universo son una apología del macho alfa blanco anglosajón y del individualismo más feroz, con mucho en común con el justiciero de Charles Bronson y menos con el violento Harry Callahan de Clint Eastwood, más pragmático que fascista (véase Harry el fuerte). No es de extrañar que haya quien se pregunte si Reacher votaría a Trump. El propio Child lo ha negado, recordando que de entrada no podría hacerlo porque es un vagabundo y no está registrado, pero lo cierto es que lo que sí parece es que muchos votantes de Trump serían partidarios de los métodos de Reacher.
La saga Jack Reacher se ha hecho un hueco destacado en las librerías de todo el mundo y se ha aupado a los puestos altos de las listas de ventas, hasta el punto de contar con una legión de seguidores tan fieles como acríticos que hacen que cada entrega expenda millones de ejemplares. Las novelas entretienen a su parroquia, le dan lo que ella pide, y eso es imprescindible para el éxito. En la receta de la pócima mágica, además de un cierto trabajo de campo que dota de contenido a los argumentos, podemos encontrar la susodicha violencia a la altura de los más sanguinarios libros de Jack Higgins, destellos cómicos irónicos y una hábil estructura narrativa, con argumentos tópicos pero intrincados que incluyen sorpresas y golpes de efecto imprescindibles para animar la lectura. La última entrega de la saga que ha visto la luz en España es Nunca vuelvas atrás (2013), publicada el pasado 3 de noviembre, y coincide en las librerías con el estreno de la versión cinematográfica protagonizada por Tom Cruise y dirigida por el veterano Edward Zwick (Tiempos de gloria, Leyendas de pasión).
Es también la segunda vez que el actor encarna al personaje (pese a la evidente diferencia de altura del Reacher de ficción y él), y lo hace tras una primera experiencia positiva que llegó en 2011. La película se tituló Jack Reacher y era una adaptación de Un disparo. Estaba escrita y dirigida por Christopher McQuarrie, guionista oscarizado por Sospechosos habituales (Bryan Singer, 1995). Era la segunda colaboración entre Cruise y McQuarrie, tras haber redactado éste el guión de Valkiria (B. Singer, 2008). La relación fue buena como demuestra que después de Reacher se sucedieron el guión de Al filo del mañana (Doug Liman, 2014) y la quinta entrega de Misión: Imposible, que dirigió y coescribió McQuarrie. Para esta segunda parte de las andanzas del ex policía militar vagabundo, Cruise, en su faceta de estrella-productor, ha apostado esta vez por otro conocido: Con Zwick trabajó en El último samurái (2003). A sus oficios se ha entregado, confiado en las posibilidades de reeditar el éxito de la primera entrega, algo que puede que se cumpla a pesar de que la película es notablemente inferior.
Un éxito que no es de extrañar. Si algo ha demostrado estos últimos treinta años Cruise es su habilidad para encontrar el filón de las películas comerciales. Tras unos papeles más o menos relevantes como secundario, alcanzó el estrellato como protagonista con Risky Business (Joel Godsen, 1983) y cumplió así su reto de que debía ser famoso antes de que pasaran 10 años de su llegada a Los Ángeles. El ambicioso Cruise ha triunfado, es obvio, y, lo que es más difícil, se ha mantenido en el candelero gracias a su excelente ojo para la taquilla y su habilidad para elegir buenos personajes, con tres nominaciones a los Oscar (Nacido el 4 de julio, Jerry Maguire y Magnolia). Este buen quehacer ha ido paralelo a uno de los aspectos más controvertidos de su biografía personal: su implicación con la Iglesia de la Cienciología. Ésta es una de las sectas con mayor implantación en Estados Unidos, ha sido denunciada por ex miembros y fue retratada por el cineasta Alex Gibney en el documental Going clear. Es su lado oscuro, muy oscuro; a Reacher no le gustaría.
En la carrera de Cruise Jack Reacher se ha convertido en una franquicia low cost, cuya breve pero intensa vida está yendo en paralelo a la de la saga Mission: Imposible, verdadera gallina de los huevos de oro. Esta última franquicia ha recaudado en sus cinco entregas cerca de 2.800 millones de dólares, de los cuales dos terceras partes procedían de fuera de Estados Unidos. Algo parecido está sucediendo con la saga Reacher, si bien con cifras absolutas más modestas. Las dos películas de Reacher han contado con presupuestos relativamente bajos (60 millones de dólares, menos de la mitad que las últimas entregas de Mission: Imposible) y sus recaudaciones han sido también más modestas, aunque igualmente rentables. Así, la primera entrega superó los 210 millones de dólares y esta segunda va en estos momentos por los 112. Lo significativo es que la audiencia está repartida de forma similar que la saga Mission: Imposible: un tercio de los espectadores, estadounidenses; dos tercios, del resto del mundo.
En Jack Reacher: Nunca vuelvas atrás se consolida a Reacher como garante del orden contra un sistema pervertido, fantasía trumpiana donde las haya, y se hace desde la primera secuencia en la que detiene a un sheriff corrupto. Ya saben: Ante el cinismo de una sociedad desnortada, el héroe solitario se alza como última esperanza de la gente común; Trump se relame de gusto en su sillón. Todo el artificio se construye a partir de un argumento mínimo. Reacher tiene que descubrir por qué han encarcelado a su amiga la comandante Turner y liberarla, al tiempo que recibe la noticia de que existe una posible hija suya, a la que deberá también proteger. Algunas de las frases que se pronuncian en la película le encantarán al nuevo presidente de los EE.UU., como cuando la hija de Reacher dice: “Los tipos fuertes te protegen; los débiles son los que te lastiman”. Las amenazas, y en especial los diálogos de chulo de barrio que mantienen el protagonista y el antagonista, un ridículo malvado de opereta, constituyen una apología de la violencia gratuita y del primero-dispara-y-después-pregunta. “Voy a romperte las piernas, voy a romperte los brazos, voy a romperte el cuello. Lo que notas en mi voz es excitación”, dice el personaje de Cruise. El mundo Reacher se parece a las zonas de guerra de Siria porque la vida humana no tiene valor alguno. Los testigos y personajes secundarios son liquidados con una alegría digna de la peste. Por si fuera poco, la violencia de Reacher es imitada por parte del resto de personajes positivos que compiten a ver quién es más cafre, con momentos tan clarificadores como las agresiones a un testigo drogadicto, ni Miranda ni pollas en vinagre, por parte de la comandante Turner, una mujer moderna que actúa como un machote. Bienvenidos a la fiesta de la testosterona.
Todo se sazona con decorados supuestamente costumbristas y más que vistos. El uso del Mardi Gras de Nueva Orleáns, que ya se ha exhibido en películas como Easy Rider/Buscando mi destino (Dennis Hopper, 1969 o Déjà vu (Tony Scott, 2006), tiene más en común con el turisteo de James Bond que con el retrato sutil de la sociedad a través de sus telones de fondo. Obviedad, reiteraciones, todo ello no es óbice para que la película resulte entretenida pero sin más. A ratos espectacular, por lo general acelerada, parece más una entrega de una serie de televisión que una película. Su meta es cumplir con el rito de que en el cine siempre han de vencer los buenos, mandar esa buena nueva urbi et orbe, con un maniqueísmo tan simplón como resultadista que vendría a ser al cine lo que el catenaccio al fútbol. Al final, como los libros, su mayor servicio es dar placer a las fantasías heroicas de varones de mediana edad, descolocados ante las exigencias de la vida contemporánea, que hallan en estas historias un goce similar al que encontraba don Quijote en las novelas de caballería o muchas féminas contemporáneas en los romances de Grey y Anastasia. En vez de enfrentarse a gigantes y dragones, en vez de enamorarse de ricas riquísimas adictas al sexo, optan por luchar contra delincuentes malos malísimos con una premisa: El orden hay que restaurarlo a la antigua, que es como lo hacen los machos de verdad, con dos hostias y a la trena. Para bien o para mal, hay un mundo antiguo que se resiste a desaparecer. Lo de Trump no puede ser una sorpresa; los nuevos héroes del cine nos lo estaban advirtiendo. Pero que el nuevo presidente no se confíe: si se pasa de la raya, Reacher le dará para el pelo. Menudo es Jack.