Después del libro de Jaime Gonzalo sobre los Stooges, poco truculento queda por contar de un grupo que ha generado como pocos una leyenda negra y un mito dentro de los tópicos habituales del rock and roll. El documental que filmó Jim Jarmusch sobre el grupo fue, sin embargo, una explicación detallada y coherente de lo que fue la forja de uno de los sonidos y conceptos de rock and roll que más han influido en la historia del género
VALÈNCIA. Estrenado en la primera edición del festival DocsValència, Gimme Danger, el documental de Jim Jarmusch sobre los Stooges recibió por lo general críticas negativas. En el mejor de los casos, dejó al público tibio. No obstante, al verlo ahora en las plataformas digitales después de la tormenta de expectativas, hypes y promociones, no es una pieza que merezca el vilipendio.
De los Stooges pocas camisetas se veían en su día. Tampoco es que haya muchas ahora. Su influencia en el punk español no ha sido muy acentuada, aunque Eskorbuto o Cicatriz arrastren leyendas negras más truculentas que la de los de Detroit.
Cuando tocaron en el Azkena por primera vez, en 2003, recuerdo que se produjo el mismo fenómeno. Tras unas expectativas altísimas, la gente pensaba que iba a ver a Dios, pero el show fue corto, con un bis repetido, y a campo abierto poco parecido tenía con los sueños de los connoisseurs que tenían idealizadas sus apariciones en tugurios o pabellones.
A mí no me emocionó la música, pero los momentos previos a su aparición en el escenario fueron tensos. La gente estaba nerviosa y se palpaba en el ambiente cierta violencia. Nadie cedía su sitio y el murmullo metía miedo. Ese es el recuerdo que me quedó a mí de haber visto a los Stooges, la expectación previa de la gente. No fue poco.
Años después, apareció The Stooges, combustión espontánea - Un instante de eternidad y poder (1965-2007) (Libros Crudos, 2008). El libro que Jaime Gonzalo les dedicó siguiendo las pautas de estilo del Por favor mátame de Gillian McCain y Legs McNeil. Difícilmente se haya publicado una biografía de un grupo de rock en cuyas páginas haya más salvajismo que en la del periodista español. Un libro que, por cierto, no tiene grandes competidores en lengua inglesa.
Después de leer el tratado de Gonzalo, poco se podía esperar de un documental para el que no hay imágenes. Si acaso, fotos. Y están todas. Las mejores. El resto era que Iggy y los Stooges que siguen vivos aportasen en las entrevistas. Quizá alguien como Jarmusch podía haberlos podido llevar a un terreno más personal, para llegar más lejos que el simple relato biográfico, pero para mí es algo que ya estaba hecho en ese libro. No esperaba tanto.
Se nota que en la película, de hecho, se han cortado con las adicciones y la heroína. Aparece mencionada, porque determinó la vida de los músicos y su trayectoria, pero no como para hablar de esa habitación en la que soltaban un chorrito de sangre en la pared con la jeringa cada vez que se pinchaban y que, por lo visto, daba pánico verla, como se ha escrito.
Lo que se ha centrado en hacer Jarmusch es un documental canónico. Situar en su lugar a un grupo que fue vilipendiado por la crítica y por la industria en sus primeros años de vida. Si sobrevivió más allá de la primera embestida fue gracias a que había creado un mito entre las estrellas, como Bowie, que querían absorberlo todo como buena esponja que era.
Es interesante cuando Iggy cuenta que aprendió a escribir letras cortas y directas por la influencia de un programa de televisión infantil donde pedían que la correspondencia no superara las veinticinco palabras. "No era un Bob Dylan", confiesa el músico, "si las hacía cortas pensaba que no estarían mal".
Es interesante escucharle de su propia voz corroborar el mito sobre Detroit. Se supone que la maquinaria pesada y las fábricas fueron responsables del sonido prototípico de los grupos de esa ciudad. Iggy dice que una visita de niño a una prensa de metales le alucinó. También, que siempre quiso llamar la atención, desde el primer momento, y con su grupo primigenio The Iguanas, donde era percusionista, montó una plataforma para elevar la batería cuatro metros de altura.
El bajista de la Paul Butterfield Blues Band, Jerome Arnold, le dio un consejo simple pero sincero e importante: "Cuando toques, toca siempre de verdad". Fue en los años de Iggy en Chicago, donde descubrió que con los negros todo era más relajado. Sabían pasárselo bien, veía que tenían una vida más rica aunque fuesen pobres, que de adultos seguían conservando al niño que había en cada uno gracias a la música. De forma un tanto rimbombante, Iggy confiesa que se propuso hacer por su generación lo que los músicos negros hicieron por la suya.
En el resto del grupo, es importante la parte de la parafernalia nazi. Presente siempre en todo lo que tiene que ver con los Stooges. Ron Asheton explica que era hijo de un veterano de guerra, como Iggy, que seguía obsesionado con las reliquias del conflicto y le traía obsequios nazis a su hijo de ocho años. Aparecen imágenes del grupo con motivos de la wehrmacht y nacionalsocialistas que no son fáciles de encontrar.
La fase de las revoluciones, los MC5 y John Sinclair, es más conocida. Iggy subraya que ellos no tenían nada que ver con la política y que el movimiento de los Panteras Blancas le parecía ridículo. Más importante fue para él la influencia de Velvet Underground. De hecho, el primer disco se lo produjo el gran John Cale.
Es interesante cuando Iggy denuncia que detrás del verano del amor californiano había grupos que fueron formados en mesas de negocios. Y que en aquella época, la industria estaba absorbiendo a todo el rock and roll. Volviéndolo algo inofensivo y comercial, como ya ocurriera con los teen idols que surgieron inmediatamente después de Elvis banalizando sus propuestas y edulcorándolas para un mercado masivo.
A partir de ahí, de Stooges solo queda la inmersión en la heroína y la desaparición de un grupo que alcanzó su punto álgido con Raw Power. Pese a las malas mezclas iniciales, Search and destroy es una de las canciones definitivas de rock and roll crudo y directo de todos los tiempos y su expresión como grupo más depurada.
Las imágenes de las reuniones y la muerte de los miembros del grupo entran ya dentro de lo previsible. El resultado es un repaso aseadito y veraz de la trayectoria de una leyenda. Faltan truculencias, mito que podrá engordar Iggy en un documental centrado solo en su figura, pero lo que es la forja de un sonido y un concepto cuya influencia marcó más de veinte años de rock and roll posterior, es bastante impecable.