MADRID. Existen ciertos lugares que por su radical y constante belleza, expresada en todo tipo de dispositivos -fotográficos, pictóricos, literarios o fílmicos-, resulta imposible que uno se sorprenda ante ellos. Como si esa hermosura ya corroborada por todos a lo largo de los siglos fuera insuperable. Uno de esos enclaves es, por supuesto, París. ¿Qué decir de esta ciudad que no se haya escrito, filmado, fotografiado o pintado ya? Sin embargo, claro que queda mucho por decir. Incluso de algunos lugares tan 'de moda' como Le Marais, ese barrio judío que ahora es 'gayfriendly' y que aloja algunas de las boutiques y las galerías de arte contemporáneo más cotizadas de la actualidad. Y si queda mucho por contar es porque existe un París para cada viajero que lo visita. Un París único e intransferible. Un París xtraordinario.
Hasta el siglo XIII, Le Marais fue, como su propio nombre señala, una marisma. Es decir, un terreno pantanoso situado por debajo del nivel del mar tras ser engullido por el mismo. Aquel siglo sirvió de punto de inflexión para que Le Marais fuera fértil y tuviera sus tierras de labranza. Uno de los primeros renacimientos del barrio -ha tenido muchos a lo largo de su existencia- fue provocado por Enrique IV cuando se empeñó en convertir este vecindario en la zona residencial de París. Para ello tomó como símbolo la actual Plaza de los Vosgos, una maravilla de la arquitectura simétrica. Esta plaza es la más antigua de la capital francesa, pues data del año 1612. Cuatro siglos después, las 36 casas que rodean a la casa siguen intactas, con sus modestas buhardillas y las ventanas pintadas. En la actualidad, cada uno de los portales acoge una galería de arte contemporáneo. Allí van a adquirir obra los coleccionistas de arte parisienses. Entre todas ellas destaca la Art Symbol Gallery, fundada en 1999 por Richard y Bruno Mastey, unos apasionados que se especializaron en el arte contemporáneo figurativo. Pese a que muchos viajeros pueden considerar esta plaza la más 'snob' de París, actualmente estas galerías siguen representando a artistas consagrados y emergentes que permanecen ajenos a modas o medios de comunicación y cuyo trabajo está presente en las mejores exposiciones mundiales. Así pues, en la obligatoria vuelta (o vueltas) a la plaza por debajo de los soportales, resulta inevitable la mirada curiosa hacia los escaparates de estas galerías cuyas obras no siempre comprendemos.
Uno de los ilustres vecinos de esta plaza fue el escritor Victor Hugo. Entre 1832 y 1848 vivió en la tercera planta del Hôtel de Rohan-Guémené. La Maison de Victor Hugo -cuya entrada es gratuita- contiene alguna de la correspondencia -casi 18.000 cartas- que el autor de Los miserables redactó a lo largo de su vida. Gracias a las aportaciones de los nietos del escritor, se pudo completar este museo a través del cual es posible conocer mejor a uno de los más colosales escritores franceses. Impresiona la reconstrucción fidedigna de la habitación en la que el escritor pasaría sus últimos años. Entre el mobiliario, destaca el célebre escritorio elevado sobre el que Hugo escribía de pie.
Aunque parezca extraño, todavía en Le Marais se puede visitar otro museo más de forma gratuita. Y no es uno cualquiera. El Museo Carnavalet, inserto en dos mansiones de los siglos XVI y XVII, es una de las sorpresas que nos depara París. A través de más de un centenar de salas y con más de medio millón de objetos, su colección permanente nos ofrece un relato de la ciudad que va desde la prehistoria hasta la época moderna. Lo que no todos conocen es que una de las mansiones en las que se ubica el museo fue la residencia de una mujer misteriosa llamada Madame de Sevigné. Esta marquesa cultivada y talentosa que quedó viuda a los 25 años, retrató la vida cortesana de la Francia de su época a través de unas cartas dirigidas fundamentalmente a su hija. La marquesa jamás creyó no sólo que se publicarían, sino que llegarían a alcanzar el calificativo de obra maestra literaria del siglo XVII francés.
Otra de las grandes sorpresas de este barrio es el desconocido Museo de la Magia, en el número 11 de la Rue de Saint-Paul. Este excepcional centro propone una visita a la Historia de la Magia a través de una colección única en el mundo con autómatas, objetos de ilusiones ópticas, afiches u objetos de magia que hará las delicias de los aficionados a Harry Potter.
Pero si por algo resulta especialmente emocionante visitar Le Marais es porque en él todavía reside una numerosa comunidad yiddish cuyo patrimonio sigue siendo extraordinario. Símbolo del mismo es la Pletzl ('plaza') que comienza en la Rue des Rosiers y termina en la Rue du Temple. En su centro se encuentra la sinagoga art nouveau que diseñó en 1913 Hector Guimard, el mismo que diseñó las conocidas entradas de metro. Sin apenas brillo y con color amarillento, se eleva esta hermosa sinagoga en la que entran y salen habitualmente muchos de los vecinos judíos.
Es por este pasado judío por el que Le Marais también incluye el Memorial de la Shoah, uno de los centros de documentación sobre el Holocausto más importantes de Europa. Lo primero que desgarra en esa visita es el Mur des Noms, en el que están grabados, uno a uno, los nombres de más de 76.000 judíos que fueron deportados desde Francia hasta los campos de exterminio nazi. Muchos de sus descendientes todavía viven en este barrio y regentan alguno de los comercios más visitados. Y es que aunque esta ruta por las marismas parisinas podría acabar con un café en Les Philosophes o con un falafel sabroso en L'as du fallafel, nada es comparable a la comida yiddish que puede degustarse en el barrio. La visita obligatoria en este caso es al Pitzman, un local rojo, modesto y pequeño. En su interior una televisión donde se retransmite una imagen fija del muro de las lamentaciones de Israel, contrasta con la alegría de su dueño que conversa animadamente con sus amigos mientras toman sorbos de vino en sus copas minúsculas. Los viajeros hacen cola para degustar la mejor comida kosher de París; por ejemplo, los tradicionales beigels (panes con un agujero en el medio elaborados con harina de trigo y que nacieron en Cracovia) rellenos de crema de queso con remolacha y zanahoria.
Tras saborear esta delicia y ya de camino a la parada del metro de Saint-Paul es imposible descifrar por qué en tan pocas calles puede anidar tanto universo, tanta Historia con mayúsculas que se imbrica con la íntima hasta fundirse en una experiencia inolvidable. Tanta vida hay en Le Marais que más que un barrio, parece una nación entera.