VALÈNCIA. Hay mujeres que, con sus obras, cambiaron mi vida y transformaron mi visión del mundo. Afortunadamente, son muchas. Hoy quiero destacar a una de ellas, Laurie Anderson. Acaba de publicar Landfall, una nueva exhibición de talento, inteligencia y sensibilidad. Hace años hablé con ella y el eco de aquella conversación me ha perseguido hasta hace unos días, cuando tuve la oportunidad de volver a aquella charla.
Hace 24 años entrevisté a Laurie Anderson. No consigo recordar si esa entrevista fue publicada en algunos de los medios en los que colaboraba entonces. Días atrás, buscando unos papeles que tampoco encontré, me topé con el casete donde está grabé la entrevista. El azar se comporta de manera impredecible y a la vez, te muestra un camino. Últimamente Laurie Anderson vuelve a cobrar presencia en la actualidad. Acaba de sacar un álbum grabado con Kronos Quartet. Se llama Landfall. Está inspirado en el huracán que azotó Nueva York en otoño de 2012, aunque ese es solamente el punto de partida para reflexionar sobre otros asuntos concernientes a lo humano. Aquella entrevista con Anderson tuvo lugar en octubre de 1994, 18 años antes de aquella tormenta monstruosa que colapsó su ciudad. El encuentro transcurrió en el Hotel Villareal de Madrid, que está junto al Palace y frente al Congreso de los Diputados. Muchos políticos hacen noche allí, y aquel día también estaba Laurie Anderson. Su trabajo siempre me ha fascinado. Volver a él es como recorrer un pasillo en penumbra donde se van encendiendo diferentes luces de distintos colores e intensidades. El recuerdo de aquella conversación se parece mucho a algunos de sus temas musicales.
Anderson habla con una voz suave, como si estuviera contando un cuento. La escucho de nuevo al colocar la cinta en el reproductor de casetes. No es un recuerdo magnificado. Su voz es tan dulce que a veces casi desaparece al terminar una frase. La escucho mientras veo llover. La espuma de las olas es de un blanco celestial. El viento azota el agua que cae del cielo. Las tormentas en El Saler me recuerdan que soy un extraño aquí. Me dicen siempre quién tiene la última palabra aquí. La naturaleza impone sus leyes cuando quiere, como quiere. A veces el viento hace que entre agua en alguna habitación. La veo abrirse paso, de incógnito, hacia los muebles donde están los libros, para empapar la madera de los estantes donde están los discos. Todo lo que he ido acumulando a lo largo de mi vida corre peligro. Landfall vierte música sobre historias muy parecidas. Las tormentas llegan para despojarnos de algo.
En el Hotel Villareal, Anderson va contestando a mis preguntas. Se define como artista. Es lo que pone en su pasaporte, dice. Es mejor ser considerada una artista de manera indefinida, así puede hacer lo que quiera. Quiere hablar de cosas que la gente reconozca. Asegura que son los detalles los que hacen que podamos ver el mundo de otra manera. Se trata de saber observar desde un ángulo distinto. Su trabajo consiste en retratar escenas y personajes, en hacer preguntas. Explica que uno de los motivos por los cuales había algunos duetos en el disco que promocionaba entonces, Bright Red, era para establecer conversaciones con otras voces. Me interesa cómo funcionan las conversaciones, explica. No solamente por lo que dicen sino porque también proyectan una especie de nube sobre nosotros. Porque lo que estamos diciendo cuando hablamos no es necesariamente lo mismo que pensamos.. A veces me gustan las conversaciones cuando acaban, oigo que dice en la casete, y a continuación hace una breve y marcada pausa, como si hubiese terminado. Por un segundo es como si hubiésemos pasado a formar parte de uno de sus espectáculos.
Aquel encuentro con Laurie Anderson fue una especie de hechizo, una prolongación de su obra. Sus entrevistas son una extensión de sus obras. La manera que tiene de comunicarse. El modo en que suena su voz y cómo la acompaña de instrumentos y sonidos, historias que llegan para cuestionar la realidad tal como la vemos. ‘O Superman’ es una obra maestra. Un ejercicio de minimalismo cuyo mensaje tiene la capacidad de conmover porque, como dice Anderson, las ideas necesitan de las emociones porque por sí mismas son algo muy frío. El día que la entrevisté, o puede que el día anterior, Anderson hizo una pequeña actuación en un lugar de Madrid que ahora mismo no recuerdo. Actuó con el instrumental mínimo, pero así y todo, hipnotizó a los allí presentes. A pesar de la barrera idiomática. Cuenta historias como se contaban ya en las cavernas, alrededor del fuego. Sólo que su fuego son las luces electrónicas de la tecnología y sus historias hablan de esa parte de nosotros y de nuestras vidas que no alcanzamos a ver.
Durante la charla en el hotel, me dijo que una de sus preguntas favoritas era sobre el futuro. Porque el futuro es un lugar del que nadie puede contarnos nada porque nadie ha estado en él. Contó que, un par de años atrás, había conseguido entrevistar a John Cage, un referente para cualquier artista de vanguardia, y para cualquier creador en general. Le alegró comprobar que era un hombre feliz, un octogenario contento con la vida, lo opuesto a un viejo gruñón. Ella quería hacerle una pregunta sobre el futuro, quería preguntarles ¿vamos a mejor o vamos a peor? Pero como la pregunta la parecía una estupidez, empezó a divagar y a dar vueltas sobre el tema sin llegar a mencionarlo. Al final, Cage le dijo: ¿Estás intentando preguntarme algo? Así que le hizo la pregunta y él, sin dudarlo, dijo que íbamos a mejor. Y ella le creyó porque es optimista y piensa que seguimos evolucionando, lentamente. En 1994, el cambio de milenio estaba próximo. Internet todavía no había transformado el mundo.
El punto exacto de ese futuro estoy yo ahora. En El Saler, observando la lluvia, rodeado por árboles y plantas, sin gente alrededor. Dice Laurie Anderson que si la llevas al campo, después de una hora mirando flores se vuelve loca. Le gusta observar a la gente, porque es la materia prima de su trabajo. Quizá yo debería contemplar menos los árboles y observar más a la gente. Lo que me pasa es que cuando llevo más de una hora rodeado de muchas personas me vuelvo loco. Pero las historias navegan a través de la gente; los paisaje son solamente un estado de ánimo. Estoy en el furo mientras mantengo este diálogo mudo con ella a través del tiempo con ella, una conversación que ha dejado respuestas en el aire para que yo mismo las conteste algún día. ¿Merece la pena seguir juntando objetos? ¿Necesitan los recuerdos una justificación física? ¿Qué ocurre si mañana una tromba de aire rompe el cristal de mi despacho y la lluvia empapa mis discos, mis papeles, las cosas? Las cintas con todas mis entrevistas, mis discos de Laurie Anderson.