VALÈNCIA. Estamos agotados. Cansados, hartísimos, hechos polvo. No podemos más. Esta primera mitad de 2021 nos ha vareado el lomo de lo lindo y la resaca pandémica empieza a formar parte de nuestro ser más íntimo, como la precariedad, los recados por hacer, los libros esperando a ser leídos en los estantes y el recurrente pensamiento de ‘no tengo tiempo’. El mantra se repite en cada encuentro con conocidos durante cualquier evento cultural de tote bag al hombro, en la charla casual con el fisioterapeuta, en la penúltima reunión por zoom del día (siempre es la penúltima) y en los grupos de WhatsApp con amigos: “Qué ganas de pillar las vacaciones”.
Pero para el sector de lectores de este diario que no son rentistas ni ricos herederos, todavía falta algo de tiempo antes de poder dedicarse en cuerpo y alma al dolce far niente. Y además, con las perspectivas pandémicas todavía meneando el bullarengue (efectivamente, uso esta expresión porque me vacunan en julio y quiero que se note) y el temor a una vigesimotercera ola en el retrovisor, la temporada estival se presenta, cuanto menos incierta.
Así que, hasta alcanzar un veraneo palpable, nos lanzamos al sano ejercicio de la proyección. ¿Que no tenemos días festivos reales? Pues recurrimos a los imaginarios. Y no lo hacemos solos. Hemos preguntado a unos cuantos profesionales de la cultura valenciana sobre qué lugar surgido de una obra de ficción elegirían para entregarse al asueto. Películas, libros, pinturas, canciones, piezas escénicas… libertad absoluta para elegir.
Con sus respuestas atravesamos Italia, Japón, Portugal o Argentina; recorremos bosques, huertos, islas y desiertos; viajamos al pasado y exploramos también nuestro entorno más cercano. Porque las vacaciones no son tanto un destino como un estado de ánimo. Y con la rachita que llevamos, ponerse disfrutón es casi una cuestión de supervivencia.
Allá vamos.
“Me iría de vacaciones a la ciudad de Oporto, tal como aparece retratada por Antonio Tabucchi en La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (Anagrama).
Sería la ciudad anterior a la capitalidad europea, a la Euro 2004, antes de la erección del ponte do Infante, antes de que la rua das Flores fuera peatonal y la Ribeira, en ese vaho húmedo y caluroso descrito en la novela y que jamás he conocido, aún guardara recovecos y recodos por donde no circularan las maletas de ruedas.
Aparte de a Dona Rosa, al editor Rui Silva y al abogado Loton, me encantaría conocer a los bulliciosos pandilleros de la Oficina Arara, a la informante Mariana Rabelo, al despiadado Ruca Bourbon, buhonero de las Fontainhas. Frecuentaría la praça dos Poveiros para conversar con el malencarado filósofo Rodrigo Neto bebiendo vino verde tras vino verde y cantaría con los gitanos hasta el amanecer en la Feria da Vandoma, antes de que fuera trasladada unos cuantos puentes más río arriba.
No sé si encontraría la famosa cabeza perdida ni si resolvería su misterio; pero sin duda me quedaría a vivir en esa novela, convertido en sombra, disuelto en la niebla, fantasma alegre en las Escadas das Verdades, apenas fogonazo nocturno en el Prado do Repouso del barrio de Bonfim”.
“Después de haberme sumergido en el mundo de Georgia O’Keeffe el último año para mi libro con Astiberri, estoy obsesionada con el desierto de Nuevo México y los paisajes que rodeaban su maravilloso Ghost Ranch y la casa de Abiquiu. El Chama River, la montaña Pedernal...Por suerte este verano haré una residencia artística en otra de las localizaciones de su obra, las llanuras de Texas”.
Nos ponemos agrícolas, ya que Olivas elige el huerto familiar o el huerto de la abuela del libro Los nombres propios de Marta Jiménez Serrano (Sexto Piso).
"El libro de Marta parece que me esté hablando a mí. También parece que lo hubiera escrito yo si hubiera tenido la genial idea de sentarme ante el folio y hablar sobre la infancia, los pueblos, las abuelas y la construcción del yo a partir de todas las palabras que desde niñas vamos añadiendo a nuestro diccionario personal. He escogido el huerto porque al leer a Marta he regresado al único lugar de mi infancia donde fui feliz: el pueblo de mi abuela, El Salobral, una pequeña pedanía de la provincia de Albacete famosa por sus patatas. Las mejores.
Allí sucede la magia, lo mundano, lo real. Allí, las niñas eran niñas y jugaban a interpretar obras de teatro o clásicos de Disney tal y como lo hacía yo, pero con series como Un Paso Adelante y programas como Eurojunior. Allí, los adultos ocupaban los sofás según la jerarquía familiar y las niñas se tumbaban en el suelo. Allí, se hacía la siesta después de comer aunque no tuvieras ganas de dormir y compartías cuarto con la abuela.
Allí, algunas mañanas te encargaban ir a por el pan Ca la Adriana y, de paso, podías comprarte alguna chuchería en el quiosco de la plaza mayor. Allí, en el patio, crecían claveles y geranios tan altos como rascacielos. Allí, los domingos se comía paella y papas empapadas de limón y mejillones. Allí, algunas noches se cenaba patatas asadas y chuletas y guarrillas (choricitos) bajo la parra y al lado de la higuera. Allí, fui niña y añadí palabras a mi diccionario como: amistad, juegos, felicidad y abuela”.
Desayunamos ligero y emprendemos la ruta hacia Unas gotas de aceite, de Simonetta Agnello Hornby (Gatopardo ediciones).
“La autora se sienta con su hermana y reconstruyen sus veranos en la finca familiar en el sur de Italia a través de las recetas de su abuela. De hecho, la mitad del volumen es una recopilación de esas recetas, que están ordenadas por temporada. La obra habla mucho de los parientes que van de visita, pero lo que lo vertebra todo es la comida. Ha sido el primer título que me vino a la cabeza, porque quizás por la situación que estamos viviendo, ya no anhelo unas vacaciones lejísimos, solo quiero poder reunirme con mi familia en algún patio trasero, un mantel de cuadritos vichy y croquetas de mi tía Amparín jajaja. Y este libro te transporta a ese tipo de escenario; es verano, comer bien, seres queridos, recogimiento… justo lo que me apetece para esta temporada estival”.
“Em quede amb «Al país de l’olivera», la cançó d’Obrint Pas
Al país de l’olivera hi ha séquies, rialles, cames arrapades, parotets, baladres, cireres, catxirulos, ametles i arròs.
El país de l’olivera pot ser qualsevol lloc del País Valencià: allà on vam passar els nostres primers estius, on vam ser menuts i on ens vam fer grans. Al meu país de l’olivera hi ha una estora d’agulles de pi, xitxarres, baladres, un riu, granotes, bancals d’ametlers, una figuera, diverses muntanyes, milions de formigues i un rellotge on les hores passen més lentament que en cap altre lloc. Hi ha, també, persones que ja no estan i que trobe molt a faltar.
M’agradaria viatjar al país de l’olivera, perquè és el país de la infantesa: allò que fou i que mai no es repetirà, aquell lloc que, per molt que visitem, mai no serà el mateix al qual vam passar els estius més llargs. Vull passar l’estiu allà, un estiu que dure una eternitat, avorrint-me com una ostra, tesa a terra i mirant com passen de llarg els insectes, com es colen els raigs de sol a través de les branques, sentint la veu de les iaies a la cuina”.
“Cada día, probablemente, pensaría en ir a sitios diferentes: los paisajes de Vermeer, los lugares vacíos de Hopper, los cielos y arcoíris de Rinko Kawauchi, las películas de Yasujirō Ozu... pero hoy mismo viajaría a Mi vida en barco, de Tadao Tsuge (Gallo Nero). El autor te ubica en Japón, en un entorno natural de los que, sin darte cuenta, te obliga a reflexionar y a viajar a otros espacios diferentes.
En uno de los capítulos, por ejemplo, aparece un hombre que dedica todo su tiempo a construir una especie de jardín de ruinas en un descampado de escombros y te hace conectar, desde un punto de vista casi contemplativo, con la filosofía sintoísta y nuestra idea barroca de que todo esfuerzo humano es vanidad”.
Apuesta por una cabaña de madera en un bosque remoto de la Patagonia Argentina. En concreto, la que se vislumbra en El aura, de Fabián Bielinsky.
“A pesar de que una parte importante de la trama de esta película tiene como base argumental la caza y la taxidermia (ambas, prácticas que desprecio profundamente) la idea de desaparecer en ese bosque en el que los personajes cazan, me parece deseable. Me gustó mucho esta película. Me gustaría poder escapar a la cabaña en la que se oculta Ricardo Darín. Sin armas. Sin animales muertos. Y sin móvil. Con naturaleza, humedad, luz, árboles centenarios y olor a tierra”.
“Tinc pendent, de fa molt de temps, acostar-me al sud habitat del planeta. A Ushuaia, esperonat per la imaginació de Joan Benesiu, voldria visitar els escenaris de la novel·la Gegants de gel (Edicions del Periscopi), amb personatges que fugen dels seus buits o que han sigut expulsats de la seua geografia particular. Trobe que també seria una manera de “retrobar-me” i una excusa fantàstica per a tornar a llegir aquesta bona novel·la de Benesiu.
M’abelleix anar de tant en tant a geografies molt llunyanes de les meues, mediterrànies. Ushuaia es presenta com la ciutat més austral del planeta, disputada amb la xilena Puerto Williams. M’abelleix conéixer la Tierra de Fuego. En l’estiu de 2016 vaig viatjar a Finlàndia i a l’est de Noruega. Estiguérem uns dies per damunt del cercle polar àrtic. I pujàrem molt al nord, fins a Vardø, una illa petita amb el municipi més oriental de Noruega, al mar de Barents. Vardø fou el centre de diverses caces de bruixes i té un monument, el Memorial Steilneset, en record de les noranta-una persones, la gran majoria dones, executades al segle XVII. M’impressionà aquell paisatge silenciós, de tundra (sense arbres) i colpejat pel vent. La sensació d’assistir a un confí del món m’estimulava”.
“Sin duda alguna si tuviera que pasar un periodo vacacional lo haría en la serie Legends of Tomorrow, donde con su máquina del tiempo, con apariencia de nave espacial, alta tecnología e inteligencia artificial incorporada, viajan de periodo en periodo, viviendo distintas épocas en momentos clave históricos, arreglando líneas temporales siempre con humor, siempre con la gran familia encontrada que ha formado la tripulación llena de diversidad y amor.
¿Por qué? Porque si algo nos han enseñado estos dos últimos años es que lo importante no es lo que creíamos y tenemos que descubrir nuevas maneras de vivir”.
“Con tantas ganas de viajar que tenemos, me voy a incluir dos sitios. El primero, de la mano de la maravillosa adaptación cinematográfica de Llámame por tu nombre (André Aciman) que hizo Luca Guadagnino, me perdería por el norte de Italia, por los pueblecitos donde se despliega la historia de amor de Oliver y Elio en la película, en la zona de Lombardía. Bérgamo, Crema, Verona, el lago Rincengo, Pandino… Pero, francamente, mi reino por un verano en Villa Albergoni (en Moscazzano), su biblioteca me parece el mejor refugio para un caluroso verano italiano y poder cenar a la sombra de las parras con las chicharras de fondo, un paraíso.
Luego, por irnos a la otra punta del mundo y vivir un verano más eléctrico, me iría al Nueva York fitzgeraldiano, a colarme en las fiestas locas del buen Jay Gatsby y bailar hasta el amanecer; a correr con descapotables para ir al centro de la ciudad y pasar la noche en bares de jazz de dudosa reputación”.
“Per a aquestes vacances imaginàries trie dos llocs reals, un d'un llibre i l'altre d'un disc.
Acabe de llegir la novel·la La sega, de Martí Domínguez (Proa). I els boscos que l'autor descriu amb molta precisió en les seues pàgines, escenaris d'històries de maquis i masovers, em semblen un lloc fascinant i màgic. Sempre he sentit molta atracció pels paisatges boscosos, banyats per l'aigua de rierols d'aigua freda que baixa de les muntanyes. Em transmeten molta calma. A més, l'univers dels masovers de les nostres comarques interiors també m'ha semblat sempre fascinant.
I per a deixar clar que soc de mar i de muntanya, el segon lloc que trie són les aigües cristal·lines de Hawaii, que el músic Jack Johnson dibuixa a la perfecció en bona part de la seua música. Johnson ha sigut una de les referències importants del meu primer disc en solitari i cançons com 'Upside down' em transmeten una sensació de despreocupació i senzillesa que m'encanta. És precisament això el que vull per a les meues vacances”.
“La Isla de Villings de La Invención de Morel (Adolfo Bioy Casares, Cátedra) es un lugar perfecto para unas vacaciones eternas. Sirve igual tanto si estás escapando de la monotonía de la vida en la urbe, como si eres un prófugo de la justicia.
La isla cuenta con instalaciones de lujo (museo, acuario y piscina incluida), y al ser de difícil acceso (hay barcos naufragados alrededor), la tranquilidad está casi asegurada. Como para pasar un tiempo de reflexión mientras no te comas mucho la cabeza intentando desentrañar las presencias extrañas”.