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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

La soledad era un perrito

Foto: KIKE TABERNER

Nos curamos la soledad con la compañía de animales. La proliferación de perros, hasta el punto de rozar el millón de censados en la Comunidad Valenciana, refleja lo solos que estamos. Las mascotas reciben un trato privilegiado de sus dueños que ya quisieran muchos humanos

20/05/2019 - 

A la seis de la mañana de un sábado, el perro comienza a ladrar en la vivienda de la puerta 1. No cesarán de oírse sus ladridos hasta las ocho y media. Los dueños no están en casa. Los vecinos de arriba llaman a la Policía local. Yo, muy nervioso, me limito a dar vueltas en la cama. Empiezo a acostumbrarme a que ese chucho, con sus ladridos ininterrumpidos, me despierte cada sábado, día en que uno necesita descansar del trajín de la semana.

En la puerta 2 vive otra pareja con un perrito, pero este, que al parecer ha ido a colegio de pago, está mejor educado. Sólo ladra cuando oye a sus dueños entrar por la puerta. Ladra de alegría. ¡Guau, guau! En la puerta 3, enfrente de mí, el propietario es un viudo con el pelo tintado que vive solo, es decir, sin la compañía de una mascota. Pero recibe la visita de su hija, que viene siempre acompañada por una niña pequeña y otro can. De manera que soy el único vecino del piso de mi escalera que no convive con un animal doméstico. De ello se desprende que soy un ser humano sin corazón e insensible con los queridos animales, tan extendida, por lo demás, entre las generaciones más jóvenes y ágrafas.

Lo que sucede en mi escalera es harto frecuente en otras comunidades de vecinos. Hace unos días leí que en la Comunidad Valenciana hay censados casi un millón de perros, una cifra que supera holgadamente a la de los menores de 13 años. Entre tener un hijo o comprarse una mascota, no hay color. Porque el niño corre el riesgo de convertirse en adolescente, categoría humana indescriptible, mientras que el perrito, de naturaleza más bien sumisa, siempre hará lo que le digamos.

La moda es tener tres perros

Ahora lo que marca tendencia es tener tres perros, sin reparar en el tamaño. He visto a dueños introducir a perros casi tan grandes como una burra en pisos de 70 metros cuadrados, lo que demuestra que en el sur de Europa se ha perdido la cordura y todo sentido de la medida.

Foto: KIKE TABERNER

Entre tener un hijo o comprarse una mascota, no hay color. Porque el niño corre el riesgo de convertirse en adolescente, mientras que el perrito hará lo que le digamos

Los perros, los gatos, los cerdos vietnamitas, las iguanas, los periquitos, las serpientes, todos los animales domésticos, reciben de sus propietarios un trato semejante al dado a las personas, a veces incluso mejor. Hay dueños que duermen con sus animales en la cama y les dan besitos en el hocico antes de dormirse. Los acompañan al psiquiatra. Por no soliviantarlos se niegan a recoger sus cagaditas esparcidas por las ciudades y pueblos del país. Les resulta difícil ocultar que están enamorados de ellos. Son algo más que sus animales; a menudo esos perros y gatos son los sustitutos de las personas que se fueron de sus vidas dejando un vacío que no sabían cómo cubrir.

Lo entiendo. Como estamos tan solos, más solos que la una, una manera rápida y fácil de aliviar la soledad es comprarse un perro. Al fin y al cabo, la soledad era esto: un caniche babeando, con la lengua fuera, mientras espera a que lleguemos a casa. El incremento exponencial de las mascotas —hay veinte millones en España— es parejo al de nuestra soledad.

Soledad desde la cuna a la mortaja

La soledad de las viudas, de los solterones, de los opositores a notarías, de los niñatos con acné, de las parejas que ya no se consuelan, la soledad que nos acompaña desde la cuna hasta la mortaja, como nos recuerdan los clásicos, esta soledad se hace más liviana en compañía de un perro o un gatito. Los animales, además, tienen la ventaja, respecto a las personas, de no exigir una relación de igual a igual.  

Como tanta gente, me siento terriblemente solo, pero por el momento no pienso comprarme un perro. No estoy preparado. No quiero ser como esos desaprensivos que los abandonan en una gasolinera en vísperas del verano, o los dejan solos en casa la madrugada de un sábado, sin importarles que con sus ladridos impidan el derecho al descanso de los vecinos. Estos vecinos, aunque no voten al Partido Animalista, también se merecen un respeto. Incluso algunos de ellos son buenas personas pese a ser aficionados a la fiesta nacional.

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