La izquierda está triste... ¿qué tendrá la izquierda? Los partidos que la representan sufren un ataque de melancolía. En la peor crisis económica que se recuerda, han sido incapaces de ganar apoyos entre los suyos. Es la consecuencia lógica de hacer políticas superfluas que no llegan a la mayoría
Las encuestas revelan que la izquierda española no levanta cabeza. Pese a enfrentarse a un Gobierno lastrado por la corrupción y las mentiras, formado por hombres y mujeres a los que nadie en su sano juicio les confiaría la cartera, los partidos de izquierda no levantan cabeza. Se diría que han desaprovechado la gran ocasión de esta crisis de final imposible para ganar apoyos entre la población. PSOE y Podemos no levantan cabeza porque han dejado de ser útiles para su electorado natural.
Gran parte de los trabajadores ha dejado de confiar en ellos, como se desprende de lo sucedido en las últimas elecciones catalanas. Muchos votantes de barrios obreros se han pasado a la abstención o a la derecha guapa y sibilina del Rivera. Esto explica que Podemos, perjudicado por su líder incapaz y autoritario, camine hacia la insignificancia y el PSOE del veleta de Pedro Sánchez (cuando digo no quiero decir sí) haya tocado techo. Al populismo de resabios comunistas se le ven las costuras, y la socialdemocracia ya no vende una escoba en el mercado de la seducción política. Pasó la hora de los socialdemócratas porque el capital, tan embravecido últimamente, ya no los necesita.
LA IZQUIERDA NO TIENE NADA MEJOR QUE OFRECER QUE ARRANCAR CRUCES, INVENTARSE UNA NEOLENGUA PARA CONTENTAR AL FEMINISMO Y ALIARSE CON LOS NACIONALISMOS REACCIONARIOS
Hubo un tiempo en que las cosas no fueron así. Juro que conocí a los dirigentes de una izquierda moderada (“jóvenes nacionalistas” los llamó, acertadamente, el Departamento de Estado de EEUU en 1982) que llegaron al poder con el propósito de modernizar el país. Lo consiguieron a medias. Algunos de sus cambios fueron superficiales. Pero aquel impulso reformista, respaldado con dinero de franceses y alemanes, se materializó en realidades concretas. Aquellos socialistas de Felipe González (y que me perdone Pedro J. por lo que voy a decir) universalizaron la sanidad pública, dignificaron las pensiones, aumentaron el seguro de desempleo y dieron un impulso a las infraestructuras. Nos metieron en la Comunidad Europea e incumplieron su promesa de no entrar la OTAN haciendo suya la ética de la responsabilidad sobre la de la convicción. Al menos habían leído a Max Weber.
Aquella izquierda hizo cosas reales, concretas y palpables en beneficio de la gente. Por eso ganó cuatro elecciones seguidas. Lo único que nunca le perdonaremos es que destruyese la enseñanza pública y permitiera crecer la corrupción en sus filas. No cabe reprocharles los GAL porque, en contra de lo que se sostiene, fueron un acierto político, pues los franceses empezaron a colaborar contra ETA, si bien aquel terrorismo de Estado fue un dislate moral.
Pero ya no existe tal izquierda; ha sido sustituida por otra centrada en lo superfluo y completamente inútil para mejorar las condiciones de vida de los que vivimos de nuestro trabajo. Zapatero puso las bases de la izquierda actual, que no tiene nada mejor que ofrecer que arrancar cruces, inventar una neolengua para contentar al feminismo talibán (recordad la memez del vocablo portavoza) y ser el compañero de viaje de los nacionalismos reaccionarios. Así traiciona el valor de la igualdad, que fue siempre su seña de identidad, como nos recordó Norberto Bobbio.
Con estos planteamientos, ¿a qué pueden aspirar los partidos de izquierda? ¿Creen que alguien imparcial puede tomarles en serio? ¿Por qué no hacen autocrítica? Con esta izquierda infantil no sería de extrañar que un anciano taimado como Mariano Rajoy fuese presidente una legislatura más. Cosas más extrañas se han visto. Si así fuese, la izquierda española se parecería al antiguo Partido Comunista Italiano de la segunda mitad del siglo XX. Durante décadas el PCI se conformó con ejercer de leal y acomodada oposición a la Democracia Cristiana. En España, sin embargo, carecemos de políticos conservadores con la finezza, la cultura y la maldad del inteligente Giulio Andreotti o la valentía del pobre Aldo Moro. La vieja derecha sigue siendo una cosa rancia y sin atractivo. Sólo se salva Andrea Levy, uno de mis amores imposibles.