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EL AÑO DE GRACIA DE LA TETA CALVA

La Teta Calva, el teatro de las entretelas

14/12/2016 - 

VALENCIA. En julio de 2015, el crítico teatral de El País Marcos Ordóñez, preguntado en una entrevista digital por su dramaturgo vivo preferido, rechazó caer en clasificaciones, pero compartió el entusiasmo que le había despertado su última lectura. Era Llopis, el monólogo del valenciano Xavo Giménez. “No le conocía y me parece que tiene talento a espuertas”, aseguraba una de las plumas patrias más reconocidas en el análisis de las artes escénicas.

El actor, músico y autor dramático Xavo Giménez conforma desde 2013 junto a su pareja, la fotógrafa y también dramaturga argentina María Cárdenas, la compañía La Teta Calva. En sólo tres años, al fértil y lúcido tándem se le acumulan los reconocimientos y las citas.

Con Penev se alzaron con el Premio a mejor espectáculo de la Feria de Teatro de Huesca y fueron nominados al Max en la categoría de espectáculo revelación. Su vuelta de tuerca a Las aventuras de Tom Sawyer, con una arrojada niña como protagonista, colgó el no hay localidades en el Teatre El Musical y ha sido seleccionada en la feria de Gijón FETEN, el mayor referente nacional del teatro infantil y juvenil. Del 14 al 18 de diciembre se instalan en el Teatre Rialto con Síndrhomo, un grito des supervivencia en el barrio de El Cabanyal. Para 2017 han cerrado con Las Naves la producción ¿Qué pasó con Michael Jackson?, donde escrutan los miedos inculcados. Y en 2018 es su turno en los Graneros de creación puestos en marcha por Espai Inestable en colaboración con La Rambleta, para el que guardan un texto que ya quiere salir del cajón, Impala come tigre.

Su teatro invoca las ilusiones perdidas y las segundas oportunidades, sus puestas en escena concilian el humor con la tragedia. Siempre hay vuelcos repentinos del argumento, crítica social, música y actuaciones impecables.

Llopis vio E.T. (Steven Spielberg, 1982) y quiso ser Elliot. Vio Top Gun (Tony Scott, 1986) y quiso ser piloto. Xavo y Iaia, como se conoce familiarmente a la autora, vieron teatro y aquí estamos. “En las artes escénicas vimos una salvación. Gente que se mira a la cara. Que te da un abrazo cuando acaba el ensayo. Que llora después de un estreno. Eso no pasa en un juzgado, en un bufete o en Mercadona”, compara Giménez. En opinión del dúo, el teatro es la artesanía del alma, y en sondear las entretelas y esculpirlas sobre las tablas se pasan la vida.

—Xavo, has declarado que te costó 15 años de profesión llegar a la conclusión de que el teatro es ni más ni menos que contar una historia. ¿Cuál fue el punto de no retorno, en qué momento y cómo tuviste esa revelación?

—Xavo Giménez: No sé si fue exactamente así. Me llevo mucho tiempo aceptar que esto es un acto de valentía. La comodidad te enmudece. Te hace aprender, pero te silencia. En estos años he aprendido de grandes maestros, pero ahora soy más de los que creen que uno tiene la obligación de aportar. Me gustan los actores que se gustan por dentro, no por fuera. Esos los detesto. Lo de contar una historia es deshojar la flor. Uno aprende que no hace falta mucho para llegar a buen puerto, en cambio, con excesos, es fácil naufragar. En Valencia sabemos bien de naufragios. Descubrir los víveres para cada obra es la parte del proceso que más me gusta. ¿El momento? Puede que fuera con mi primer texto, Ártico, que venía de un taller de dramaturgia con Gabi Ochoa. Lo hice y gustó. Así de simple. Penev fue el segundo paso y así hasta hoy.

María, has comentado que, generalmente, tus textos parten de una imagen, ¿cuál inspiro Síndhromo?

María Cárdenas: Creo que a todos nos ha afectado la situación de El Cabanyal, las imágenes de gente que pierde sus casas, a las que expropian su dignidad. La imagen de los solares de El Cabanyal es sin duda la imagen de un vacío lleno de contenido, lleno de historias personales, de familias diferentes, de recuerdos derrumbados. De esa imagen desoladora parte Síndrhomo y parten las ganas de hacer algo para parar esa insensatez. A veces hay que volverse un poco loco para detener tanta locura.

—En la versión que estrenasteis en la Sala Ultramar, incorporasteis a un tercer personaje ¿Nos espera alguna sorpresa en el Rialto?

—M.C.: En el Rialto presentaremos un Síndrhomo cuya trama ya no gira alrededor de una fiesta propia como  las Fallas, porque la invisibilidad de los “olvidados” es una realidad que va más allá de Valencia, de España. Ahora es la Navidad, como metáfora de la hipocresía hinchada a mazapán, la que envuelve la historia de estos tres “locos” que luchan contra una sociedad en crisis con poco tiempo para ayudar a los que pierden su lugar en el mundo.

¿Os habéis planteado Síndhromo como un work in progress ilimitado?

 —M.C.: Para La teta Calva los espectáculos siempre están vivos y se van modificando, intentando mejorar, y los vamos adaptando a las nuevas realidades, tanto de la compañía como sociales. En el caso de Síndrhomo la incorporación del personaje de Nevia (Leo de Bari), nos abrió no solo la puerta a la comedia, sino a ampliar ese sentimiento de abandono. Hay mucha gente que se siente invisible ante una sociedad enceguecida por las luces de las fiestas.

El punto de partida fue una obra corta escrita para Cabanyal Íntim 2015 y María también participó en la última edición de Russafa Escènica junto a otras dramaturgas con Los hijos de Verónica. ¿Cuán importantes son ambos festivales como campo de pruebas para los creadores valencianos?

M.C.: Toda posibilidad de mostrar nuestro trabajo es importante y, si hablamos de festivales como Russafa Escènica o Cabanyal Íntim, más todavía, porque no sólo tienes la posibilidad de probar, sino que lo haces de una forma muy cercana. El contacto con el público, con la ciudad, con sus casas, sus gentes, sus lugares, nuestros lugares, hace que tu trabajo cobre un sentido diferente. Por otra parte, es de agradecer que festivales como estos den la oportunidad a tantas propuestas y creadores, de ver la luz y de compartir nuestro trabajo tanto con otros creadores como con el público.

—Xavo, ¿de qué manera cambia la dirección de una obra en la que no actúas?

X.G.: El director es espectador y el actor, no. Esa es la gran diferencia para mí. Creo que la única. Ver y aportar o hacer y aportar.

—¿En qué fase de vuestras creaciones se incorpora la música?

X.G.: Desde que me levanto a medianoche al baño. No somos, ni María ni yo, autores de cantera. Somos autores por casualidad. Antes nos envenenó la música. Es una herramienta que elimina desperfectos y que completa lo que a veces no entiendes. Y poder incluirla en directo, ya sea con un tocadiscos o con un instrumento, la convierte en personaje. Hemos contado con Carles Chiner o con Lukas Lehmann, dos músicos que viven en las antípodas pero que se encuentran en nuestro universo. Dos estudiosos del silencio y del relato. La música me gusta más que el teatro.

—Como en Penev, en Síndrhomo volvéis a hablar de la segunda vida de las cosas, de recuperar objetos considerados de un solo uso para volver a sacarles luz. ¿Qué metáforas se esconden en las segundas oportunidades?

X.G.: Que el teatro no muere. Es un acto de reencarnación. Yo no veo el teatro como el arte de la repetición, sino como el arte del reciclaje de las emociones. Y esto se ve en Síndrhomo. Tres personas colapsadas que se reinventan y se vengan del mundo. Su terrorismo es poético, del que más víctimas causa. Y su cóctel molotov es una mezcla de amor y odio. Y su religión es esa, convertir la mierda en abono. En Penev pasaba lo mismo. Personas gastadas que renacen a costa de lo que sea. 

—Merce Tienda repite con vosotros en Síndhromo tras Tomasa Sawyer y también colaboró en El oro de Jeremías. ¿Qué aporta a vuestras obras la presencia de actores de la casa? 

X.G.: Merce es una actriz descomunal que ha entrado en la compañía para dejarse hacer y al mismo tiempo hacer lo que quiera. Es una actriz que crece cada vez que sale al escenario y se escabulle cada vez que sale de él nadie sabe dónde. No sé dónde puede llegar de lejos. No sé cuál es la clave, pero tal vez tenga algo que ver esa libertad de la que hablaba antes para trabajar con el actor y dejarle dudar y acertar. Dejar a tu equipo que explote por algún lado. No somos más que una ONG de actores en la marea. Yo he trabajado con directores como Pep Cortés, Roberto García y, sobre todo, Rafa Calatayud, y mucho de ese dejar hacer viene de ellos.

El oro de Jeremías, Llopis, ¿qué os motiva tanto del universo del western?

X.G.: Es un género que me encanta, al igual que el de ciencia ficción. Ambos comparten el concepto “descubrir”. Carreta o nave espacial. Escotillas para contemplar el universo desde la imaginación.  Encontrar algo y hacerlo tuyo. Plantar una valla o una bandera y decir: “Esto es mío”. No como el discurso de Rousseau que hablaba de empezar a mirar a los demás y querer que lo miren a uno. O el de la propiedad privada. Sino con un sentido de miedo a lo desconocido. De aventura y peligro. Y algo de fantochismo, ¿por qué no? Vivir en una escafandra o con espuelas mola.

—¿Qué aprendizaje personal habéis extraído de Llopis?

X.G.: Llopis nos ha demostrado que a la gente le gusta ver el dolor ajeno. Llopis es el amigo del mundo, así lo digo en la obra. Todos vemos en él nuestros límites. Pero Llopis deja cabalgar a los miedos. La gente que viene a ver la obra se apiada de él. He aprendido que la gente es sádica y tierna a partes iguales.

—Penev fue un héroe para muchos niños y adolescentes, Michael Jackson también tiene ese elemento icónico, como también los vaqueros. ¿Qué placer y qué amargura os procuran los ídolos caídos?

X.G.: En Michael se verá, espero, ese contagio que nos acompaña desde hace tiempo en la compañía. Ese pienso que nos han dado desde que nacemos. Ser el mejor. Forrar una carpeta con tu guitarrista favorito cuando empiezas a tocar o ponerte la chapa de El Che. Hay gente que se peinaba como Aznar. Una fábrica de la imagen sin fin. Iconografía o mitología, no sé cómo se define, pero un póster en tu cuarto lo resume bien. A eso me refiero. Uno hace teatro para ser visto. Eso es querer gustar. Y querer gustar es algo indigesto. Encontrar un equilibrio entre el agrado y el desagrado es muy complicado. En eso estamos.

—En el tándem de Penev te has medido con Toni Agustí y después con Carles Sanjaime. Aunque las palabras sean tuyas, ¿cómo cambia la energía de una obra cuando lo hace tu interlocutor?

X.G.: Este tipo de ejercicios desmonta aquello de los perfiles. Carles y Toni son dos actores muy diferentes que le dan al personaje de Antonio dos verdades muy personales en escena. Porque si hacer un “personaje” no es ponerle algo de “persona”, ya me dirás qué es. Carles aporta más dolor al drama y un pasado adicional que dota a la historia de una verdad compartida. Toni construye su Antonio desde el juego y el descaro ante los hechos. Y ambos matan al presidente al final. Hay en Penev una libertad de caracteres que creo que, por ejemplo, también está en Les Aventures de T. Sawyer. Trabajar con lo que el actor fabrica para que lo pueda moldear siguiendo tu intuición. Siempre comparo el teatro con un equipo de fútbol o una banda de rock. Se puede cambiar un músico o un lateral izquierdo pero el planteo es el mismo; aprovechar las peculiaridades para alcanzar un todo.

—Habéis comentado que la clave al hacer teatro es ser uno mismo. ¿Qué referentes estáis intentando no imitar? 

X.G.: A los referentes hay que imitarlos con descaro. Ser uno mismo o ser alguien sin pasar por el resto de la humanidad es pura soberbia. Tenemos referentes de lo más variados. Desde el mundo de la publicidad, la moda, la pintura, la foto y el rock hasta el teatro porteño. Si hablamos de teatro exclusivamente… Ricardo Bartís, Mauricio Kartun, Agustín Mendilaharzu, Walter Jakob, Mariano Pensotti, Cristina Blanco, Patricia Pardo, Pérez & Disla, Paco Zarzoso, Jokin Oregui, Esteve y Ponce, entre tantos otros. Hay barra libre en nuestras influencias.

—¿En qué manera sentís vuestra obra influida por el teatro ebrio de Paco Zarzoso?
 —
M.C.: Yo personalmente me siento muy influida por la obra de Paco, ya que fue quien me introdujo en la dramaturgia y me inyectó la pasión del teatro en vena. Pero también me influyen todos los dramaturgos con los que he aprendido, como Matías Feldman, Xavi Puchades o el mismo Xavo Giménez, y con los que he colaborado, como el trabajo conjunto con otras cinco dramaturgas en Los hijos de Verónica. Y el aprendizaje continúa. Con cada texto que leo o cada función que veo, en cada proyecto de creación colectiva que participo. Uno siempre busca su camino, su marca de identidad, pero no creo que pueda hacerlo sin aquellas personas que te encienden la luz cuando todo está oscuro. La retroalimentación, la reinvención y la no caducidad, es lo más maravilloso de esta profesión.

En julio compartisteis en Facebook vuestras previsiones para los próximos años y entre vuestros augurios figuraba que en 2019 se abría Canal 9 y que en 2021 Perú invadía EE.UU. ¿Con cuál os haría más ilusión acertar?

X.G.: Evidentemente con que los peruanos se hagan con la Casa Blanca y cambien el pavo de Navidad por un ceviche.

—¿Qué expectativas habéis proyectado con respecto a la experiencia Graneros de creación acordada entre La Rambleta y Espai Inestable?

X.G.: Nuestro turno es en 2018 con Impala come tigre. Tenemos muchas ganas de trabajar este texto que habla de la quietud y de la culpabilidad indiscreta de nuestro día a día. Publicidad, selva y Afganistán. Aquello de batir las alas de mariposa y que el tsunami caiga en otro lado. Jacobo Pallarés y Maribel Bayona, de Inestable, nos invitaron a participar y estamos deseando formar parte de la casa con este texto que no se aguanta en el cajón.  Pero antes de eso hay que bailar un poco de Thriller.

¿Cómo valoráis una iniciativa como la de la colección de teatro del Petit Editor, cuyo primer libro compila los textos de Hijos de Verónica, y el segundo, Penev y Llopis?

M.C.: Es una mano abierta en medio de miles de brazos cruzados. Es un acto de pasión y valentía. El apoyo a muchos creadores que necesitamos un espacio, una herramienta con la que poder llegar a más gente, donde nuestro trabajo perviva. La dramaturgia valenciana necesita visibilidad. Estamos cansados de jugar en segunda.

—Vuestro teatro se ha caracterizado por servirse de lo local, Canal 9 y un ídolo de la afición valencianista en Penev, la iluminación de las Fallas en Síndrhomo, ¿Qué reto os ha supuesto abordar, en cambio, un relato universal como Las aventuras de Tom Sawyer?

X.G.: No somos diferentes a nadie. Local o alienígena, es igual. Seguro que si hay vida más inteligente que la nuestra en otro planeta, tienen problemas con la banda ancha o con la corrupción municipal. A La Teta Calva lo cercano nos interesa. Hablar del sinsentido de un desahucio desde un barrio como El Cabanyal, desde una familia que se apagó, no desde un discurso global. Hablar de la trampa del sueño americano o europeo desde alguien que pierde el trabajo y no le puede comprar a su hijo una entrada para ver el fútbol. Lo cotidiano es una putada muy suculenta. En Sawyer se narran las aventuras de un chico de pueblo, de pueblo pequeño, que sólo quiere coleccionar escarabajos y salir a pescar. Sawyer podría ser un niño de Estivella como el que fui yo cuando salía con el tirachinas a pegarme con los de Albalat. Mark Twain es universal porque es de todos los rincones. Twain relata las miserias. Y el mundo en su completo diseño es miserable.

En Tomasa subrayáis la ineficacia del modelo educativo basado en la prohibición y el castigo, y en vuestra próxima pieza, Qué pasó con Michael Jackson, el miedo a no ser el mejor, arraigado en nuestra sociedad a través de la educación basada en la competitividad.¿Qué otros aspectos de la educación aspiráis a cuestionar en próximos proyectos?

—M.C.: La educación es la base de la salud de una sociedad. Una sociedad sin educación o mal educada, es una sociedad débil, confusa, una sociedad con las defensas muy bajas. El interés por la educación nace con nosotros mismos y crece aún más con el nacimiento de nuestra hija. Pensar en qué mundo le estamos dejando, pensar qué valores está recibiendo, cómo afectan nuestras ambiciones, nuestros actos, cada una de nuestras decisiones a los niños, es un planteo continuo cuando tienes una hija que todos los días te hace preguntas mientras te mira con dos ojos enormes como platos. Y hay que dar respuesta. Y en eso estamos. En intentar formular a través del teatro las preguntas más adecuadas a tantas respuestas sin resolver.

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