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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Juzgar la música, juzgarlo todo

27/08/2017 - 

VALÈNCIA. Hubo un tiempo en el que ni todo el mundo opinaba a la vez de cualquier tema ni media humanidad pinchaba música. Hablo de una época que ya incluso dudo que existiera realmente. O puede que sí, pero que solamente ocurriera en mi cabeza y en la de otros que también son producto de una era en la que el futuro parecía otra cosa.


En Mi filosofía de A a B y de B a A, publicado en 1975, Andy Warhol divagaba sobre temas diversos que le atraían o concernían especialmente. Uno de ellos serán los sentimientos y cómo manejarse con ellos. Y explicaba la liberación que le supuso el descubrir la expresión ¿y qué? “Hay gente que permite que un problema les amargue la vida durante años cuando podrían decir ¿y qué? Una de mis expresiones favoritas es ¿y qué?” Warhol tenía mucha más razón de la que parecía incluso cuando era aparentemente frívolo. Mi pareja me engaña. ¿Y qué? Me aburro en el trabajo. ¿Y qué? Ahora Swans, le gustan a todo el mundo. ¿Y qué? Todo el mundo opina que el nuevo disco de Arcade Fire es una mierda. ¿Y qué?


Pasé la adolescencia metido en tiendas de discos y eso me hizo discutir mucho sobre música cuando era un crío, que ahora que lo pienso, no sé qué narices tenía yo que decir acerca de nada a los 15 años. Tomé parte en decenas de conversaciones musicales de todo tipo, pero escuché muchas más, porque de vez en cuando me ganaba la prudencia. Titulares posibles de aquellas lizas verbales: Los Rolling Stones son mejores que los Beatles. Dylan es Dios. David Bowie ha hecho discos de ruidos electrónicos que no hay quien los soporte. El rock sinfónico es lo mejor del mundo. La música discotequera es lo peor del mundo. La nueva ola es un bluff y el punk también. Qué bueno el nuevo disco de Supertramp.


El debate sin fin

Dichas conversaciones eran conducidas por aficionados y fans, clientes habituales en las tiendas en las que me movía. En su momento fueron interesantes pero llegó un momento en que empecé a huir de ellas de manera instintiva. No necesitaba escuchar un debate más acerca de si Velvet Underground eran unos ineptos musicales o si Bob Dylan seguía siendo Dios, categoría aplicable para cualquier religión conocida. Las revistas y los programas de radio eran más nutritivos y más pacíficos. Después tuve amigos músicos que me enseñaron a ver la música desde otra perspectiva. Por supuesto, seguí participando en debates y abanderando algunos de ellos, especialmente cuando los grupos independientes españoles despuntaron. Pero casi siempre eran discusiones que parecían conducir a algo. Ni en mis peores pesadillas, ni viendo las películas más audaces de ciencia ficción imaginé que llegaría el día en que cualquier canción, cualquier novedad, cualquier noticia relacionada con la música (y con cualquier tema) se transformaría en un interminable cruce de opiniones que no conduce absolutamente a ninguna parte. Solo a hacernos perder tiempo que, seguramente, nos iría muy bien emplear en otras cuestiones. En circunstancias así, hay que recuperar a Warhol. En circunstancias así, hay que esgrimir el ¿y qué? Qué malo es el tema de adelanto de lo nuevo de New Order. ¿Y qué? Supersubmarina actúan en todos los festivales españoles. ¿Y qué? Raffaella Carrá cabeza de cartel del San San Festival. ¿Y qué? Quiero decir, no es que nada esto me importe, ya que me dedico a escribir sobre música. Es que me importa relativamente y dentro de un amplio orden de prioridades. O sea que… ¿y qué?


Here come the tertulians

Si hoy en día se puede opinar alegremente de temas complejos o especializados, hacerlo sobre música pop, que al fin y al cabo es algo que aparentemente no requiere demasiada preparación, es pan comido. Y entonces Dios –el de la barba blanca, aunque es posible que haya se trate de una jugarreta del taimado Dylan abusando de sus poderes divinos- creó internet y de ahí surgieron los foros, los comentarios de los lectores y, finalmente, las redes sociales. Surgió todo eso como un chorro de bilis que no sirve de mucho salvo para que aceptemos de una vez lo limitados que somos como especie.


Y llega el momento en el que la nueva canción de, pongamos, The Strokes, se convierte en objeto de análisis universal a cargo de personas que lo único que quieren es escucharse a sí mismos, el tema es lo de menos. Esto no tiene por qué ser malo necesariamente, pero para mí carece completamente carente de interés. A lo mejor es porque llevo 35 años escribiendo sobre música y mis opiniones ya las vierto en los medios que solicitan mis servicios para que escriba sobre estos temas. A lo mejor es que precisamente por eso, mi tiempo libre prefiero emplearlo en algo que no sea necesariamente hablar sobre una pasión que es también mi trabajo. Emplear ese tiempo en informarme y aprender de ese u otros temas me parece mucho más edificante que estar metido en un bucle peleando con gente que no sé de dónde ha salido, para intentar dirimir si Haim no son para tanto, si Radiohead están acabados, si Arcade Fire ya no molan porque ahora parecen Abba. El abate Joseph Dinouart ya lo dijo en pleno siglo XVIII: “La furia por querer sacar a la luz lo nuevo produce muchas inepcias”.

Especial Nada

En Mi filosofía de A a B y de B a A, Warhol decía que le gustaría tener un programa televisivo que se llamase Nothing Special. El nombre era un juego de palabras igualmente atractivo se interpretase de una manera u otra. Nothing Special puede traducirse como Nada especial, pero también como Especial nada. Cuando llegó la hora de hacer televisión, Warhol nunca llegó a bautizar sus programas así (eligió títulos igualmente coherentes consigo mismo: Andy Warhol’s Fifteen Minutes y Andy Warhol’s TV), y la idea original se convirtió en una simple posibilidad llena de intención. Durante una época yo también pensé que si alguna vez tenía un programa de lo que fuera, lo llamaría así, Nada especial. De hecho llegué a plantearme llamar así cualquier cosa que hiciera: una novela, un programa de radio, una biografía sobre un artista, una columna de opinión. Pero esas cosas solo pueden llevarse a cabo si tienes un perfil público que, evidentemente, no es el mío. ¿Y qué?


Nada especial

Me conformé con ponerle ese nombre a mi programa de radio, que ya me parece una declaración de intenciones de peso. Pero sigo fantaseando, aunque sea para ejecutar la idea exclusivamente a nivel literario, con lo que Warhol propuso. Con un programa de televisión en el que no haya nada especial que decir acerca de nada. Un programa en el que los tertulianos no tengan ningún comentario que hacer. Un programa en el que los entrevistados no tengan ganas de hablar. Un programa en el que todo sea tratado con el mismo rasero, donde nada despierte pasiones y las opiniones obligatorias acerca de temas actuales sean vistas un ejemplo de pésimo gusto. Un plató en el que me sentiría realizado, sentado en un rincón cualquiera, disfrutando con ese vacío absoluto, con ese tiempo especial dedicado a nada en concreto, a gente que se mira las caras y en lugar de hablar del Brexit habla sobre el grano que le ha salido a su pareja en el hombro. El antídoto perfecto para estos tiempos de discusión eterna en los que todo ese barullo cósmico acerca de músicos, conciertos, festivales, separaciones y reuniones, con vocación de alfa y omega es, en realidad, nada especial. A lo mejor me equivoco y cuando comparta este artículo en redes me llueven amonestaciones. ¿Y qué?


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