VALÈNCIA. En 1995 entrevisté a Scott Walker. Nunca ha sido un tipo con ganas de dar entrevistas así que me considero un privilegiado. Walker es una leyenda viva de la música, un artista que alcanzó la gloria para luego renunciar a ella. Si alguna vez alguien hace una serie documental titulada Gente que entrevistó a Scott Walker, espero que me llamen. Es posible que sea el único periodista español que ha hablado con él. Y si no, seguro que soy el único valenciano que lo ha hecho. Responsables de los récords Guinnes, ¿estáis leyendo esto?
A lo largo de mi trayectoria he entrevistado a personajes de esos que marcan un hito profesional. En los casos de David Lynch, Madonna o Metallica, por citar tres ejemplos sonados, entrevistarlos era una posibilidad profesional que podía producirse o no, pero existía como tal. Con Walker no. Walker es un ermitaño que apenas concede entrevistas. De hecho hubo una época en la que era como si no grabara discos, aunque no estaba retirado. Era un mito por muchos motivos. Uno de ellos, su inaccesibilidad.
Scott Walker es importante porque a principios de los sesenta lideró The Walker Brothers, una de las pocas bandas que rivalizó seriamente con The Beatles en cuanto a popularidad. Walker se hartó de la locura que suponía aquel grado de fama y se fue del grupo. Fue la primera estrella del rock que hizo un bartleby. Y aunque no tardó en regresar en solitario, lo que hizo a partir de entonces lo hizo bajo sus propias normas. Por ejemplo, adaptando al inglés temas de un belga desconocido para el público británico de 1967 llamado Jacques Brel. Walker tenía una voz impresionante que acabó determinando la manera de cantar de David Bowie, uno de sus grandes admiradores. David Sylvian, Julian Cope, Jarvis Cocker y Marc Almond también besaban el suelo que pisaba. Richard Hawley y John Grant participaron recientemente en los conciertos BBC Proms que se celebraron en Londres celebrando su legado.
En 1995, Scott Walker publicó su primer disco después de un silencio de 12 años. Era esperado con mucha expectación. En aquella época, los mitos y leyendas de la cultura popular eran, a falta de tanta información para acceder a ellos con naturalidad, mucho más consistentes. Walker sacaba disco nuevo, Tilt, pero ni iba a actuar –tiene miedo a volar - ni iba a hacer más promoción que algunas entrevistas. Me enteré que en España el nuevo disco lo iba a sacar Polygram (la multinacional fruto de la fusión entre Polydor y Phonogram, que hoy en día forman parte del conglomerado Universal Music) así que hablé con ellos para saber si cabría la posibilidad de entrevistarle. No me preguntéis por qué pero la respuesta fue que sí. Estaba incluso dispuesto a darla en persona, pero ni la discográfica ni ninguno de los medios para los que colaboraba entonces tenía presupuesto para invertir en un viaje a Londres para charlar con Scott Walker. Pero aceptó una conversación telefónica con un periodista español. Fue la única que concedió, aunque salvo algunos medios especializados, no creo que nadie se tirara de los pelos por no tenerla. En aquella época, Walker era un personaje de culto, o sea, un tipo que le interesaba aquí a un público tan pequeño como concreto. En aquellos tiempos pre FIB, pre Primavera, pre Internet, escribir sobre Swans, Einstürzenede Neubauten o Scott Walker no era lo habitual. Puedo dar fe de ello.
Hable con él durante casi 45 minutos. Me senté en el despacho de Mari Cruz Laguna, que era entonces la responsable de producto internacional del sello Mercury y me conectaron con él. Iba preparado para encontrarme con un borde, o con un autista al que seguramente habría que sacarle las palabras con mucha paciencia. No fue así. Me encontré a un tipo simpático que hablaba con distensión y que, a lo sumo, a veces tenía problemas de timidez para verse a sí mismo como el personaje mitológico en que otros le habíamos convertido. “Cantando era como un dios griego”, decía de él alguien en el documental 30th Century Man que Stephen Kijak rodó en 2006 acerca de su figura. Pero sobre todo, era esquivo con los medios. No tenía el más mínimo interés en explicar nada, ni en desmentir rumores. Le daba igual. Veintidós años después sigue siendo así.
¿Estás preparado para contestar algunas preguntas sobre tu nuevo disco?, pregunté después de presentarme, esas chorradas que dice uno sin pensar por empezar a decir algo. “Sí, claro. ¿Estás preparado tú para preguntar?, contestó Walker riendo. Y comenzó la charla, que a pesar de ser telefónica, en un idioma que no es el mío y con un artista que imponía respeto, fue una de las entrevistas más distendidas y agradables que recuerdo haber tenido. Contó, entre otras cosas, que había tardado casi cuatro años en hacer aquel nuevo álbum, el solemne Tilt, que en su día parecía un álbum impenetrable y que ahora, dos décadas después, se antoja casi una obra comercial si lo comparamos con lo que ha grabado –con cuentagotas- desde entonces. Walker estaba contento. Había trabajado con libertad y sin presiones. Había hecho lo que le apetecía. Una obra maestra que iba a necesitar tiempo para ser aceptada como tal.
“Tilt no posee conexión alguna con el pasado ni con mi imagen anterior”, contestó cuando le pregunté si creía que el nuevo álbum contrarrestaría esa imagen mítica que en cierto modo le sorprendía. “Soy consciente de que mucha gente espera ese Scott Walker de baladas profundas, melódico, y eso ya no es factible, hace años que no practico esa música. Creo que la prensa ha colaborado mucho para que se anteponga siempre mi imagen pública a mis intenciones creativas. La prensa seria acepta mi estilo, y si este resulta complejo, al menos intentan comprenderlo”. Me gustaría saber cómo se ve a sí mismo ahora, en esta nueva era en la que todo ha cambiado radicalmente y la percepción de la música, el arte y los creadores comprometidos con su trabajo es otra. Los discos que ha ido haciendo desde entonces han ido endureciéndose en cuanto a forma y contenido. Hace años que Walker no pertenece al mundo del pop, su trabajo está en otras coordenadas. No hace canciones, hace experimentos más próximos a la música contemporánea que a otra cosa. Pero sigue siendo un artista fascinante.