ARENAL SOUND 2017

Festivales: ¿es de carcas lamentar que la música ya no sea lo más importante?

El Arenal Sound, que celebra esta semana su octava edición, ofrece packs ahorro de alcohol para consumirlo lejos de los conciertos, en las zonas de acampada

3/08/2017 - 

VALÈNCIA. Este fin de semana se celebra una nueva edición del Arenal Sound de Borriana y, con ella, muchos otros celebramos la revisión anual de aquella cita de T.S. Eliot sobre todo lo que rodea a cumplir años y hacerse mayor. “No creo que uno se haga mayor: creo que lo que pasa en etapas tempranas de la vida es que, a cierta edad, uno se paraliza y se amuerma”, dijo una vez el escritor. Más o menos. O, lo que es lo mismo, T.S. Eliot coincidía en que uno tiende a adoptar ciertas tendencias carcundas con el transcurrir de los años; no es que se convierta en carlista de la noche a la mañana, aunque igual tendría más sentido ahora mismo, es que uno tiene muchas posibilidades de ir transformándose en académico de la RAE con el paso de los años. en hater de académico de la RAE.

La velocidad de la mutación ya depende de cada uno, pero, sin duda, citas como la del Arenal Sound estimulan la mutación carca. La fisonomía de un cartel que, además, se desarrolla a lo largo de casi una semana, junto con la reformulación del modelo de festival de música, invita a la lamentación automática del carca. Sin embargo, y a pesar de que cualquier razonamiento se muestra ante nosotros con la rotundidad lógica del argumentario del cuñado, cabría reservar un instante para reflexión y pensar con severidad si tenemos razones objetivas para lamentar el final del tiempo en el que las cosas eran auténticas de verdad (?).

Es cierto que el Arenal Sound, con su cartel a granel, sus inundaciones y sus duchas a la perfección como sublimación del nuevo modelo del consumo de música con forma de garrafón, aunque el contenido no lo sea. Pero ni están solos, ni quiere decir necesariamente que el producto festival sea de peor calidad; sí quiere decir, inevitablemente, que el producto, que sigue teniendo el mismo nombre, ya no es el mismo. Es un poco la historia del indie como etiqueta. Se puede apreciar en ejemplos que escuecen mucho más, como el FIB; Benicàssim no lo fue en su momento, pero la evolución del Arenal no deja de ser bastante natural si se observan las cosas con la perspectiva del tiempo.


El viraje natural: EDM, blogueros y Nancys Rubias

Podemos mirar el cartel del Arenal Sound y dejarnos llevar por el espíritu del carca de redes sociales, armarnos de valor y de razones, y esgrimir aquello de que, en otros tiempos, los nuestros, todo esto no sólo era campo, sino que era un campo que molaba más. Está bien. Hay que tener aficiones. Sin embargo, no podemos tampoco rasgarnos las vestiduras sin ser conscientes de que lo hacemos desde una posición un poco tramposa: durante estos años, la dirección del cartel del Arenal es más transparente que el discurso de Ralph Wiggum. La convivencia entre indie, mainstream, indie mainstream, house y electrónica zapatillera ha ido virando desde su segunda edición hacia los últimos grupos.

En 2010 The Cranberries, Bebe, Macaco, Facto Delafé y las Flores Azules e Iván Ferreiro convivían en la zona alta del cartel con Armin Van Buuren,Vitalic y Roger Sánchez; eran mayoría, igual que en 2011 con Scissor Sisters, Hurts, Vetusta Morla, Love of Lesbian y The Charlatans frente a Calvin Harris, Orbital o Tiga. La cosa empezó a coger color con Steve Aoki en 2012, y en 2015 la parte alta del cartel ya la ocupaban Rudimental, Nero, Zedd, Nervo, Vitalic o Vinai y, junto a Monarchy o Zombie Nation ya eran mayoría para el EDM y la electrónica de club. Por eso no es una locura que, en 2017, Martin Garrix, Clean Bandit, Icona Pop, Yellow Claw o Fedde Le Grand ocupen las primeras posiciones del cartel: ni un solo carca sabría diferenciar a uno de otro.

Es el modelo de festival. Y no es que el Arenal se esté abriendo a los sonidos de hoy -C. Tangana o Dellafuente & Maka son los únicos representantes de la ola trap-. Es que así era su plan. En su modelo de festival quizá no es tan importante tener los mejores discos del año según la prensa especializada. Y sin el quizá también. Eso se desprende de movimientos menos obvios y aparentemente inofensivos, pero que están motivados por el mismo principio: Nancys Rubias y los blogueros The Tripletz o Dulceida seguramente no están destinados a cubrir los deseos de los que entran a diario en la Pitchfork. Pero ofrecen otras cosas, como repercusión en redes sociales (igual que hacen otros festivales como el SanSan y su carpa caramelito para que pinchen las webs).


¿El cartel te interesa regular? Te ayudamos con el botellón

Sentenciar con argumentos meramente cualitativos que la música ya no es lo más importante en el festival sería pecar de carcunda recalcitrante. Es un elemento de juicio, uno más, posiblemente demasiado subjetivo como para que sea el que sostiene el discurso. Sin embargo, hay elementos mucho más objetivos que alimentan el fantasma carca del que se centra únicamente en un cartel que mezcla EDM y radio fórmula indie sin aparente rubor; por ejemplo, es mucho más interesante abordar el tema de las bebidas alcohólicas en los festivales y, concretamente, en el Arenal, porque es fascinante. 

En la propia web del festival, del mismo modo que se desgrana el cartel o se venden entradas, abonos, tickets bus o tiendas glamping, se explican las ofertas para hacer tu propio botellón sin tener ni siquiera que salir de la zona de acampada. Cada vez está más claro que no es necesario salir del camping de un festival para disfrutar de la experiencia del mismo. Por 9.50 euros puedes recoger en tu zona de acampada una botella de ron, vodka, whisky, ginebra o peché -que previamente habrás reservado-, junto a la mezcla correspondiente, seis vasos y una bolsa de hielo. Vamos, como en la entrada del festival, pero desde tu propia tienda de campaña. El doble salto mortal del todo esto era campo es la letra pequeña: no se puede entrar al recinto con ese pack.

Y, de fondo, los conciertos

Y, de fondo, los conciertos. Es decir, todo se reduce a la premisa inicial: el producto ya no es el mismo. Y, en tanto en cuanto uno puede estar en su zona de acampada bebiendo -y no en el recinto haciendo lo mismo frente a un escenario-, la música ya no está en primer lugar. Si bien es cierto que esto debería mejorar la experiencia de los que sí asisten al concierto -no lo hace-, ya que aleja del foco de los escenarios a quien realmente no encuentra diferencias entre beberse un ron cola con sus amigos rodeado de tiendas de campaña o hacerlo alrededor de personas en un concierto; incluso mejoraría la de los segundos, que se alejan de la distracción musical, del ruido de fondo (aunque esto último es un plus en estos casos).

No hace falta hacer demasiados análisis, en realidad; basta con pasearse por la zona de acampada del Festival Internacional de Benicàssim, por ejemplo. A cualquier hora. En cualquier momento del festival. Siempre hay personas en sus tiendas, o yendo hacia ellas cargadas de avituallamiento. El festival de música, que al menos en este país se construyó alrededor de los conciertos, hoy ha variado su razón de ser. Ahora tiene muchas más. Así que, carcas plañideros al margen, es cierto que, en determinados festivales-¿todos?-, la música ya no es lo más importante. Tampoco se reduce al Arenal: el Primavera Sound agota la mayor parte de sus abonos sin que ninguno de sus adquirentes pueda conocer su cartel. La superioridad moral es algo que se presenta muy borroso en el consumo cultural.

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