Colors vigorosos per als espais productius
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VALÈNCIA. A colación de estos artículos que dedicamos a pedanías y barrios de la ciudad hay que señalar una circunstancia que, al igual que los orígenes de aquellas y de algunos de estos hay que hallarlos de forma recurrente en las antiguas alquerías musulmanas, también podemos encontrar otras características que se dan con reiteración y paralelismo en estos núcleos de población. La arquitectura popular es una de estas que se ha desarrollado como si existiera un lazo invisible que los uniera. Como bien saben la huerta de València es también una historia de prosperidad sostenible desde hace diez siglos, fruto de la alianza entre una tierra, y en definitiva de una naturaleza única, y del esfuerzo y talento del hombre a través de generaciones dedicado a su explotación. La riqueza es inevitable que transforme el entorno urbano, en ocasiones de forma descontrolada, y en el caso de estas poblaciones, no podemos obviarlo, se ha producido una continua renovación urbana conforme estas se adentraban en una nueva época. La posibilidad económica de reformar las viviendas y el crecimiento de la población han sido las dos premisas fundamentales. La primera mitad de siglo XX es una época transformadora como pocas pues los materiales se abaratan dada la producción en serie que proporciona un mundo industrializado.
El Modernismo en España es el Art Nouveau, Jugendstil, Modern Style o Liberty según el país, y es un movimiento artístico se da en toda Europa, y España no escapa a una nueva mirada caracterizada por un profuso decorativismo entre la abstracción y la imitación de la naturaleza de muchos de los motivos. Se trata de una renovación de las formas tradicionalmente clásicas, aprovechando las posibilidades constructivas que generan los nuevos materiales y las técnicas para su aplicación en los edificios tomando forma un estilo protagonizado por un nuevo gusto por los detalles fruto de una nueva sensibilidad e imaginación.
València no escapa a la modernidad y la ciudad acoge los primeros ejemplos de un Modernismo de carácter más internacional, monumental y refinado, con ejemplos tanto en obras de carácter público como el Mercado de Colón o la estación del Norte y su vestíbulo de acceso, y otros residenciales como la casa Ferrer de 1907, la casa Sancho en la plaza de la Almoina, popularmente conocida como de Punt de Ganxo de 1906, o los existentes en la calle de la Paz con Bonaire donde con el edificio Gómez podemos decir que se inaugura el Modernismo integral en la ciudad en el año 1903 y dos años más tarde. En 1905 continuará la saga el edificio Gómez II en la misma calle, en esta ocasión en el cruce con la calle Comedias, ambos de Francisco Mora Berenguer. Son todos estos ejemplos emblemáticos “de firma” que suelen aparecer en los libros de arquitectura, pero cabría preguntarse si, tomando estos como punto de inicio, se desarrolla en décadas posteriores una arquitectura modernista valenciana de una clara impronta popular.
Ya saben que en estas entregas semanales uno corre el peligro de abordar, aunque sea introductoriamente, asuntos que quizás merecerían un estudio mucho más profundo y académico, pero me conformo con plantear las cuestiones sin llegar a respuestas definitivas y promover la reflexión de quienes me leen. Hay que celebrar que la arquitectura popular modernista, menospreciada hasta hace un par de décadas, es una tipología que, por fin, empieza a tenerse en la consideración que sin duda merece. Hemos tenido que tomarnos en serio el Cabanyal como espacio único y con un futuro muy prometedor patrimonialmente hablando, y también sus problemáticas, para descubrir una forma de idear y construir que estaba ahí, pero que inmersos en esa loca carrera hacia la modernidad no le prestábamos atención. Desde hace pocos años se ha descubierto ese carácter “fotogénico” e “instagrameable” (disculpen la licencia), de nuestro barrio marinero y, seguidamente, nos hemos dado cuenta que interesantes manifestaciones de esta arquitectura no se ciñen únicamente a esta zona, sino que proliferó en muchos otros municipios, barrios y pedanías. No se trata de caer en pequeños chauvinismos localistas, pero quizás podríamos plantearnos esta reflexión y comenzar a hablar de una tipología autóctona que merece protección y divulgación.
Se trata de una arquitectura cronológicamente más tardía que se desarrolla a partir de mediados del año 1915 y hasta bien entrada la de los treinta, produciéndose una fusión con las corrientes propias del art decó y el primer racionalismo, así que en ningún caso podemos hablar de purismo estilístico, sino de una amalgama de ideas bajo un mismo propósito. Podríamos, incluso, sin entrar en sesudos estudios académicos establecer unas características que se dan en estas construcciones en mayor o menor medida. Se trata, por regla general de edificaciones de dos plantas o a lo sumo tres. El remate o techumbre es a dos aguas, pero también se da en muchos casos el cierre superior en plano, generándose la correspondiente azotea con barandilla en piedra decorada. A pesar de cierta humildad en las dimensiones y por tanto en el proyecto arquitectónico, nunca dejan de mirarse en el modernismo más culto y refinado que antes citábamos, que replican en la medida de sus posibilidades visibilizándose en motivos decorativos más que evidentes, dando lugar a juegos cromáticos muy llamativos con el empleo de la azulejería decorativa que en ocasiones se ciñe a detalles en la fachada, o a las jambas de los huecos, pero en otras se distribuye por toda esta, “forrándola” de arriba abajo con motivos que tienen que ver con la huerta o detalles de lo más ingenuo y popular. Proliferan los estucos bajo los balcones empleando toda clase de ménsulas o rosetones en el ático de la fachada bajo la cornisa. La forja en las ventanas inferiores de la casa suele ser habitual con destacables trabajos de motivos vegetales. Ventanas que suelen tener unas dimensiones y formato similares a la puerta de acceso. Y así podríamos seguir indagando en las características propias de una arquitectura muy nuestra muy pegada
al pueblo y a sus artesanos e incluso en la que intervienen los propios promotores de la obra como por ejemplo en la Casa Llopis en Almássera. Una decoración de cara hacia afuera decorativamente hablando, como es tan propio de nuestro expansivo carácter. Una arquitectura que merece ser protegida, no solamente en sus ejemplos más espectaculares como los citados, sino como sus variantes más discretas y populares que unifican en ocasiones calles enteras. Una protección necesaria antes de que empecemos a echarlas de menos.
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