VALÈNCIA. Hace exactamente un año, celebramos la noticia del inicio de rodaje de la secuela de Trainspotting (Danny Boyle, 1996) con un artículo que rememoraba la importancia de una película clave para toda una generación, que afortunadamente no se lanzó a consumir heroína compulsivamente, pero que, de algún modo, convirtió a Renton, Spud, Sick Boy y Begbie en sus héroes particulares. La película, si se nos permite la obvia comparación, fue un auténtico chute para muchos adolescentes que jamás se acercarían a una jeringuilla, pero que podían experimentar la adicción de manera vicaria sin riesgo alguno, a lomos de una banda sonora espectacular y de unas imágenes tan efectistas como apropiadas para la historia que se contaba. Trainspotting era moderna, desvergonzada, divertida e impactante. No hacía falta más. Veinte años después, aquella generación está deseosa de ver su continuación, aunque sospecha que nada será lo mismo. La prueba son las críticas que ya se han ido filtrando tras sus preestrenos, antes incluso de que aterrice, este fin de semana, en los cines españoles.
Las altas expectativas suelen venir acompañadas de enormes decepciones, y aunque el público ha crecido del mismo modo en que lo han hecho los protagonistas, parece que la nostalgia no es suficiente fundamento para acoger nuevamente con los brazos abiertos a aquellos yonquis descerebrados, hoy desahuciados cuarentones. “Todo ha cambiado, nada es lo mismo”, como cantaban Los Auténticos en la maravillosa La estrella, pero es que además resulta inevitable añadir a la ya de por sí cargada mochila de los personajes, la de los artífices de aquel irrepetible fenómeno generacional. Renton no es hoy solo Renton dos décadas después; es también un Ewan McGregor que ha pasado de ser un desconocido actor emergente a convertirse en una estrella. Y así, con todos los implicados en el film. La mirada ha perdido la inocencia, y la sospecha de que T2 Trainspotting (Danny Boyle, 2017) sea una mera operación mercantil en busca de unos buenos resultados de taquilla se cierne sobre su realización como los buitres sobre la carroña. Pero es que a muchos de los implicados tampoco parecía quedarles más alternativa.
Porque sí, McGregor es hoy un rostro reconocible en todo el mundo, pero a la mayoría de sus compañeros de correrías juveniles se les sigue reconociendo en la pantalla al grito de: “¡Mira, el rubio de Trainspotting!” ¿O no? El tal rubio responde al nombre de Jonny Lee Miller, y para cuando se hizo la película ya tenía mucha experiencia como actor, pero de televisión. De hecho, Trainspotting era su gran oportunidad en el cine, y parecía fácil que se convirtiera en estrella, dadas sus condiciones físicas. Pero un vistazo a su filmografía demuestra que no ha podido tomar peores decisiones. O que tiene un agente absolutamente inútil. Porque, bueno, se puede entender que aceptara la mediocre Plunkett & Macleane (Jake Scott, 1999) porque le reunía nuevamente con Robert Carlyle (ya nos ocuparemos de él más tarde) y algún incauto podía tragarse el anzuelo, pero su posterior deambular por mediocres dramas victorianos, series B de género o subproductos como Drácula 2001 (Dracula 2000, Patrick Lussier, 2000) acabaron de echar por tierra su futuro. Sus papeles en Melinda y Melinda (Woody Allen, 2004) y Aeon Flux (Karyn Kusama, 2005) fueron la antesala de su regreso a la televisión, donde se dejó ver por la quinta temporada de Dexter (interpretando a Jordan Chase en seis capítulos) y, sobre todo, en Elementary (2012-2017), donde encarna a un moderno Sherlock Holmes.
A Miller, desde luego, le vendrá bien la secuela de Trainspotting, pero quien lo celebrará aún más será Ewen Bremner. Da igual lo que el actor haga el resto de su vida. Será Spud hasta que su carrera termine. Entre otras cosas porque, como su compañero, tampoco se ha distinguido por ser capaz de quitarse el sambenito del personaje con el que le identifica todo el planeta. Incluso se apuntó a The Acid House (Paul McGuigan, 1998), una irregular película de episodios que adaptaba varios relatos de Irvine Welsh, autor de Trainspotting. Cualquier cosa por ver su nombre ligado de nuevo al film que le hará pasar a la historia. En su filmografía hay títulos de notable interés como Julien Donkey-Boy (Harmony Korine, 1999) e incluso éxitos de taquilla como Snatch: Cerdos y diamantes (Snatch, Guy Ritchie, 2000), Pearl Harbor (Michael Bay, 2001) o Black Hawk derribado (Black Hawk Dawn, Ridley Scott, 2001), donde volvió a coincidir con McGregor, pero a diferencia de Miller, su físico no le permite encabezar los repartos, y se ha visto relegado a papeles secundarios. También se cruzó con Woody Allen, en Match Point (2005), pero si salen a la calle y enseñan una foto suya, solo sabrán decirles un título donde le han visto antes.
El caso de Robert Carlyle es diferente. El más mayor de los cuatro principales protagonistas de Trainspotting había trabajado ya con Ken Loach (Riff-Raff, 1991) y Michael Winterbottom (Go Now, 1995) antes de meterse en la piel del violento y pendenciero Begbie, así que su rostro era medianamente conocido para el público británico. El encuentro con Danny Boyle lo cambió todo, y ese mismo año repitió con Loach en La canción de Carla (Carla’s Song, 1996), aunque su momento de mayor gloria se produciría la temporada siguiente, gracias a Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), un ejemplo canónico de realismo rosa que se convirtió en un enorme éxito mundial. Desde entonces, su presencia ha sido habitual en films de todo tipo. Ha sido el malvado de turno enfrentado a James Bond en El mundo nunca es suficiente (The World Is Not Enough, Michael Apted, 1999), el protagonista de Las cenizas de Ángela (Angela’s Ashes, Alan Parker, 1999), encarnó a Hitler en una miniserie televisiva y en 2015 debutó como director con La leyenda de Barney Thomson (The Legend of Barney Thomson). No ha trabajado con Woody Allen, pero solo tiene 55 años, así que todavía es posible que lo haga.
El cuarto integrante del grupo principal de protagonistas de Trainspotting es el único que ha alcanzado categoría de auténtica estrella, aunque le costara algún tiempo. De hecho, Danny Boyle no contó con él en La playa (The Beach, 2000) porque no era suficientemente famoso, lo que provocó un encontronazo entre Ewan McGregor y el director que impidió la secuela de Trainspotting la primera vez que se intentó poner en marcha el proyecto. Pero al mismo tiempo que veía cómo era sustituido por Leonardo DiCaprio, McGregor recibía la llamada que le convertiría en el joven Obi-Wan Kenobi y, por extensión, en uno de los rostros más reconocibles del planeta. La primera trilogía de Star Wars no será recordada como la mejor por los fans, pero permitió al actor escocés llegar a la cima, posición que consolidaría con títulos posteriores como Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001), La isla (The Island, Michael Bay, 2005), El escritor (The Ghost Writer, Roman Polanski, 2010) o Lo imposible (The Impossible, Juan Antonio Bayona, 2012). Tuvo, por supuesto, su encuentro con Woody Allen, en El sueño de Casandra (Cassandra’s Dream, 2007), y el año pasado se atrevió con la dirección, adaptando Pastoral Americana (American Pastoral), la novela de Philip Roth. Si hay alguien que no necesitaba la secuela de Trainspotting, es él.
Pero a nadie le amarga un dulce, y la materia prima estaba lista desde 2002, año en que el escritor Irvine Welsh publicó Porno, la secuela literaria de Trainspotting. Y aún volvería a recuperar a los personajes por tercera vez, en Skagboys (2012), una redundante precuela. Porno estaba ambientada diez años después, y la primera intención de Boyle era ser fiel al libro, pero McGregor todavía andaba mosqueado por haber sido apartado de La playa, y aseguró que sería una “terrible vergüenza” rodar una segunda parte de Trainspotting. En 2009, Carlyle dijo en una entrevista que el proyecto no estaba descartado, y en 2013 fue nuevamente McGregor quien se desdijo y, tras reconciliarse con el director, confirmó que estaba preparado para trabajar en la película. Mientras tanto, claro, habían pasado otros diez años, y lo que sucedía en Porno no se podía aplicar (o, al menos, no del todo) a un film que transcurría mucho más tarde. Eso sí, mientras la mayoría de actores del primer film dilapidaban el crédito obtenido, Welsh se había afianzado como uno de los novelistas de más éxito de su generación.
Trainspotting (1993) había sido su primer libro, y el siguiente, Las pesadillas del marabú (1995), pasó sin pena ni gloria, pero el estreno de la película le convirtió en autor de éxito, y no tardarían en sucederse nuevas novelas como Escoria (1998), Cola (2001), donde volvía a explorar las relaciones entre un grupo de amigos a lo largo de dos décadas, Secretos de alcoba de los grandes chefs (2006), Crimen (2008) y La vida sexual de las gemelas siamesas (2014), además de varias colecciones de relatos, las citadas Porno y Skagboys y dos novelas aún por traducir al castellano: A Decent Ride (2015) y The Blade Artist (2016), donde sigue sacando partido a Begbie. Argumentos y personajes han ido cambiando en sus libros, pero el estilo permanece. Groseros, sardónicos, repletos de slang (que Federico Corriente adapta de manera admirable al español en las traducciones) y protagonizados por basura blanca, todos ellos (especialmente los que reiteran personajes) parecen capítulos de una misma obra gigantesca que ofrece una mirada satírica sobre el mundo contemporáneo, salpicada de sangre, vómito y mierda. Como se suele decir, no es un trabajo fácil, pero alguien tiene que hacerlo. El problema es que hace años que sus novelas destilan una peligrosa sensación de déjà vu.
El impacto de Trainspotting también hizo que los productores se fijaran en sus historias, y desde entonces su nombre ha aparecido con frecuencia en los títulos de crédito de películas como Filth (Jon S. Baird, 2013), que adaptaba Escoria y de la que además fue productor ejecutivo, o la citada The Acid House. La cantidad de lenguaje soez, sexo explícito y otros elementos de trazo grueso que pueblan sus libros no ha impedido que llegaran al cine los relatos de Éxtasis (Ecstasy, Rob Heydon, 2011), o que participara como guionista original en telefilms como Dockers (Bill Anderson, 1999) y Wedding Belles (Philip John, 2007) o largometrajes como Good Arrows (que codirigió con Helen Grace en 2009) y The Magnificent Eleven (Jeremy Wooding, 2012). Desde luego, no ha estado parado.
Y otro tanto puede decirse de Danny Boyle. Si Trainspotting fue el trampolín al éxito para alguien, ese fue su director, que ya trabajó con la industria americana en su siguiente película, la fallida pero interesante Una historia diferente (A Life Less Ordinary, 1997) y entraría de lleno en la liga de los grandes presupuestos con La playa, un relativo fracaso que le condenó a trabajar para televisión durante un año, pero que enmendó con creces realizando 28 días después (28 Days Later…, 2002). Dos nuevos tropiezos, Millones (Millions, 2004) y Sunshine (2007), sirvieron para constatar que los hallazgos visuales de Trainspotting se habían convertido en manierista sello de estilo, y que el díscolo Boyle de los inicios se había convertido en un director artificioso y con ganas de epatar a cualquier precio. Slumdog Millionaire (2008) le reportaría la gloria definitiva (ocho Oscars, entre ellos el de mejor director y película), pero desde entonces parecía a la deriva (127 Horas, Trance), hasta que se redimió parcialmente con Steve Jobs (2015). También dirigió la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de Londres 2012, un reto a la altura de su megalomanía.
Es probable que ni Boyle ni Welsh conozcan al último implicado en la versión española de Trainspotting, pero no está de más completar con él la foto de familia de la película. En 1996, Santiago Segura era un tipo pintoresco que se paseaba por los festivales de cine de terror con unos cuantos cortos bizarros. Evilio (1992), Perturbado (1993) y Evilio vuelve (El purificador) (1994), así como su inolvidable papel en El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), le habían convertido en un personaje popular entre la chavalada adicta al despendole y el cine de subgéneros, así que a los distribuidores de Trainspotting se les ocurrió que fuera el supervisor de diálogos en la versión doblada de la película. Además, se encargó de poner la voz al propio Welsh, en su breve aparición como el camello Mikey Forrester. El amiguete no reincidiría en asuntos de doblaje, porque solo un par de años más tarde estrenaba Torrente, el brazo tonto de la ley. En el momento en que la secuela de Trainspotting llega a las pantallas españolas, Segura ha rodado cuatro películas más centradas en el personaje, todas ellas imbatibles éxitos de taquilla. Es muy probable que lo que pase con Renton, Sick Boy, Begbie, Spud y compañía le importe bien poco, pero aún queda quien conserva la fe en que todos ellos resuciten de sus cenizas con dignidad de la mano del director que los puso en el mapa. Desde hoy, la respuesta está en las salas de cine.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz