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Esperpentos, timadores y mentirosos. Personajes que pudieron cambiar la historia

Hay personajes más allá dela frontera. Sin ser relevantes, pudieron llegar a cambiar la historia. Siendo periféricos, contribuyen a explicar un tiempo histórico. No merecen biografías, pero sí nuestro interés por saber en qué momento y de qué manera pudieron haberse colado en la historia con mayúsculas

21/05/2018 - 

VALÈNCIA. La realidad es un producto que vuelve a tener tirón. Ya hace casi dos décadas que nos tragamos Gran Hermano como quien observa la verdad andante, e incluso hemos logrado que los reality se rueden en playas del Caribe, en Pekín (exprés) o en lugares por el mundo. Hemos convertido deseos y capacidades en un cásting constante: un cásting de cantar, un cásting de bailar, un cásting de cocinar, un cásting de hacer vestidos, un cásting para representar a España en Eurovisión e incluso un cásting para encontrar pareja...

La realidad nos la han construido en formato competición, y asombra observar de qué manera hemos naturalizado la idea de que cualquier talento o deseo solo es realizable si vencemos a los demás. La evaluación constante (del ¿qué te ha parecido la cita? a Risto Mejide) fingen incorporar la opinión del espectador como un simulacro participativo y democrático. La verdad, esto es lo único cierto, será lo que decida Telecinco.

En medio de esta vorágine, la literatura ha querido explorar aquellos vericuetos de la realidad, la verdad y la historia que se han quedado por revelar. Personajes, escenas, momentos y realidades que nunca existieron.

El biopic como género fílmico ha estallado: Pablo Neruda, Silvio, Berlusconi, Jackie Kennedy, Harvey Milk, Ray Charles, Che Guevara, Lili Elbe, John Edgar Hoover, Margareth Thatcher, Abraham Lincoln, Édith Piaf, Pablo Escobar, Nelson Mandela, Winston Churchill o la inminente vida de Freddie Mercury.

Como género literario, más allá de la biografía, también: Ezra Pound, el emperador Adriano, Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y Gutiérrez Mellado, Carmen Díez de Rivera, Eduard Limónov, Nadia Comaneci, Emil Zatopek, Martin Luther King, Sandra Mozarowsk o Evita Perón

Sin embargo, hay personajes más allá de la frontera. Sin ser relevantes, pudieron llegar a cambiar la historia. Siendo periféricos, contribuyen a explicar un tiempo histórico. Son aquellos personajes secundarios que concentran su existencia en un momento simbólico y cuyo final no importa. No merecen biografías, pero sí nuestro interés por saber en qué momento y de qué manera pudieron haberse colado en la historia con mayúsculas.

   


Ignacio Martínez de Pisón, en Filek: el estafador que engañó a Franco, recupera la historia verídica del químico austriaco Albert von Filek, quien a punto estuvo de convencer a Francisco Franco de que España se convertiría en una potencia petrolífera en el convulso año de 1939. Un pícaro, un advenedizo, un superviviente y un impostor que logró llegar al centro del poder y engañar al jefe de una España en ruinas. Pisón recupera esta historia de una impostura y recorre diarios y notas de la época para trazar la trayectoria de Filek. Junto a ella, una España en blanco y negro, con olor a pólvora, cadáver y astracán. El punto de salida de un país que tardaría cuarenta años en quitarse la mugre histórica de encima.

El escritor zaragozano ya sorprendió hace unos años con su extraordinaria novela Enterrar a los muertos. En ella aprovechaba el misterioso asesinato de José Robles, traductor de John Dos Passos, para recrear la ciudad de València durante los años de la guerra civil. Martínez de Pisón topografía las calles y los barrios como ninguno, en busca de los hoteles donde se alojan los corresponsales de güera y los periodistas, los cafés donde se reúnen los escritores, las checas donde se amontonan los prisioneros de la retaguardia y, en fin, la dinámica de represión que impuso la Unión Soviética y sus servicios secretos y de información para mantener la disciplina y el control en el lado de la República.

La guerra y sobre todo el franquismo dieron lugar a personaje esperpénticos, aprovechados, pícaros y mentirosos. Siniestros o épicos. Absurdos, sórdidos o reverenciables. Almudena Grandes en Los pacientes del doctor García recrea, desde la ficción, la creación de esa red internacional clandestina dedicada exclusivamente a la evacuación de criminales de guerra nazis y a su protección en territorio español. Grandes coloca a la alemana Clara Stauffer al frente de esta institución que durante muchos años funcionó como vía de escape y de supervivencia de los criminales nazis.

Uno de estos nazis, en su versión croata, fue el que Francesc Bayarri recuperó en su magnífica Cita a Sarajevo. En esta novela, el general croata Vjekoslav Luburić es asesinado en Carcaixent en 1969 y un narrador periodista muy parecido al autor viaja hasta Sarajevo para descubrir al autor del crimen y encontrar las razones para el asesinato. En medio de esta trama policíaca, se deslizan las pistas con las que entendemos de qué manera la costa valenciana y alicantina se llenó de criminales de guerra protegidos por Franco, cómo vivieron entre nosotros en su colonia alemana, croata o austríaca y cómo la historia, casi por completo y radiantes bajo el sol, se olvidó de ellos y de sus crímenes.

Historias mínimas. Historias periféricas que revelan la magnitud de la gran Historia. Antoni Batista recuperó los intentos de atentado contra el dictador en su libro Matar a Franco. También la escritora inglesa Frances Stonor Saunders rastreó uno de los atentados contra el Duce en La mujer que disparó a Mussolini. También el valenciano Francesc Bayarri regresa a las muertes misteriosas y a los atentados con Matar Joan Fuster (i altres històries), la crónica periodística del atentado que sufrió el intelectual en su casa de Sueca en 1981 y cuyo sumario se cerró de manera precipitada.

La historia regresa solo si la obligamos. También Paco Roca recuperó una de nuestras figuras más olvidadas y más impresionantes: Amado Granell. Ese republicano de Burriana que perdió la guerra, que se alistó en el ejército libre de Francia para luchar contra los nazis, como preludio de la lucha contra Franco, que entró en París y se fotografió con el Prefecto en una portada de periódico para la historia y que, una vez acabada la guerra, perdió toda esperanza de volver a recupera la democracia y la República Española. Toda su peripecia se cuenta en Los surcos del azar. Y poderes de la ficción, hoy el nombre de Amado Granell ya figura en las calles de Valencia.

Más conocida era la historia de Buenaventura Durruti. El escritor Francisco Álvarez narra la historia del mítico anarquista en Lluvia de agosto, desde sus primeros atracos en los bancos del norte de España hasta su muerte el 20 de noviembre de 1936 en extrañas circunstancias, pasando por el exilio a Guinea Ecuatorial que sufrieron muchos dirigentes anarquistas en los años veinte. ¿Quién mató a Durruti? ¿Fue un accidente? ¿Una bala enemiga? ¿Fuego amigo a conciencia para liquidar al líder de un anarquismo que se resistía a someterse a las órdenes castrenses del ejército republicano? Un personaje ciertamente conocido, aunque relegado por la inmensidad de una guerra que no termina de alumbrar nombres ni rincones de la tragedia aún no observados.

Quizás uno de los maestros dela narrativa en español sea (volvemos a él) Javier Cercas. Desde la recuperación del anodino falangista RafaelSánchez Mazas en Soldadosde Salamina al cuestionablemente decepcionadofalangista Manuel Mena en El monarca de las sombras. Pero, sin duda, el personaje más fascinante detodos es el que recrea en El impostor: Enric Marco. Enric Marco presidió durante muchos años laasociación memorialística Amical de Mauthausen y, como parte de su labor pedagógica,se dedicaba a explicar su experiencia concentracionaria en charlas, encuentroscon jóvenes, visitas a institutos u homenajes en campos nazis. La labor de loshistoriadores hicieron que se descubriera su impostura: contaba testimonios quenunca había vivido porque nunca estuvo preso en Mauthausen. Cercas, con suvocación historiográfica habitual, elevó este caso a paradigma con el queentender la Transición.Y bueno, el resultado fue bastante cuestionable, aunque narrativamenteexcelente.



Porque la Transición supone la culminación de todos nuestros misterios, todas nuestras substanciaciones y todos nuestros secretos mejor guardados como país. No por casualidad, el Gobierno de la Nación aún no ha levantado el secreto sobre los archivos calificados como secreto de Estado, aunque hayan pasado décadas, y ya haga cuarenta años de casi todo.

Mientras se mantenga el secreto, se mantendrá la ficción.

Y cuando la realidad salga a la luz, volveremos a inventarla.

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