VALÈNCIA.- Anabel Colazo (Ibiza, 1993) demostró con su primer trabajo (El cristal imposible. Ed. DeHavilland) dos cosas: que sabía contar historias y su pasión por el mundo del misterio, un dirty pleasure que no oculta. Pero si su ópera prima transitaba por el mundo de la alquimia, en este caso es ese campo abonado de frikis que es la ufología el que se ha convertido en el centro de su historia. Encuentros cercanos (Ed. La Cúpula) es un relato en blanco y negro, con un estilo de tintes naïf, y que encierra un montó de referencias que hará las delicias de los amantes de series como Expediente X de las que, tal y como reconoce, Colazo es seguidora.
La dibujante explica que desde siempre le había atraído el mundo del misterio pero que su interés aumentó cuando vio, hace unos años, las míticas aventuras de los agentes Murder y Scully. "No es tanto que crea en estas cosas o que deje de creer, sino que me interesa desde un punto de vista narrativo o cultural", explica.
Encuentros cercanos es un relato forteano con algunos puntos propios de la mitología ovni americana, pero trasladada a un pueblo español de mala muerte, situado entre ninguna parte y algún sitio. La mala suerte quiere que a Daniel se le estropee el coche de camino a casa de sus padres, donde va a pasar las vacaciones. Allí se cruza con Juan, un tipo raro donde los haya, que asegura estar en contacto con alguien que ha anunciado la llegada de su nuevo mejor amigo. El juego que plantea Colazo no es tanto saber qué ha pasado como si realmente ha pasado algo.
Juan será el primero de una serie de frikis que van circulando por esta historia en la que "he querido reflexionar sobre el mundo de la ufología. Por un lado está la escuela más científica, con Jacques Vallé a la cabeza, pero a mí me interesa más el punto de vista de John Klee, que tenía una aproximación al fenómeno más antropológica o cultural", dice. Para los amantes de los platillos volantes, el cómic tiene el interés añadido de ir descubriendo algunos de los guiños que ha ido desparramando su autora por las páginas de su relato. Un relato, por cierto, que incluye un sorprendente giro narrativo y que demuestra que Colazo tiene futuro como contadora de historias.
Sin duda John Klee fue uno de los ufólogos más famoso de los años 70, y también uno de los más polémicos. A veces, ni sus compañeros le tomaban en serio, y no está claro cuántas de sus teorías tenían como único fin dárselas de original. Pero sin duda, las puertas de la fama en el mundillo se las dio su libro The Mothman prophecies (1975), un destarifo sobre el Hombre Polilla que aún no se sabe si era un marciano, venía de otra dimensión o qué coño era aquello. La adaptación de la película — Mothman, la última profecía, 2002, por Mark Pellington y con Richard Gere como protagonista— fue criticada por ‘confusa’. En realidad, el problema es que el libro no tenía ni pies ni cabeza.
La originalidad de Keel, lo que ha seducido a Colazo, es que pasó de creer en la existencia de los extraterrestres como simples seres de otros planetas a buscar ‘algo más’. De hecho, prefería referirse a ellos como ‘ultraterrestres’ y pensaba que eran entidades no humanas capaces de adoptar todo tipo de formas. Keel, claramente influido por Carl Jung, quiso ver una especie de patrón oculto, una explicación más allá de la ciencia de estos fenómenos, y acabó defendiendo que los hombres de negro eran entidades demoníacas que viajaban en el tiempo (o algo así). Ese punto de vista es el que toma prestado Encuentros cercanos y, hay que reconocerlo, sabe utilizarlo para convertirlo en una historia interesante.
Los Hombres de Negro
La leyenda de los Hombres de Negro (MiB) es casi tan vieja como los primeros avistamientos y, sin duda, John Keel fue uno de sus principales apóstoles. En primer lugar, hay que recordar que, por extraño que parezca, el mito tiene algo (no mucho) de cierto. Así lo reconoció la propia Agencia en el mil veces citado ‘El papel de la CIA en el estudio de los ovnis, 1947-90’.
La presencia de curiosos personajes vestidos de negro tardó en consolidarse como parte del núcleo duro de la ufología. Es cierto que Keel fue importante, pero el gran mérito fue de Gray Barker y de algunos de sus libros como Sabían demasiado sobre platillos volantes.
Barker era investigador jefe de la International Flying Saucer Bureau, una organización de ufólogos capitaneada por Albert K. Bender, que editaba Space Review. En abril de 1953, la revista anunció una gran exclusiva para el siguiente número: la verdad sobre los ovnis. Meses después, la revista y el Bureau cerraron misteriosamente sus puertas, y aún estamos esperando la gran revelación.
En 1956 llegó a las librerías Sabían demasiado..., que explicaba cómo tres misteriosos hombres vestidos de negro, con gafas a juego y que viajaban en un coche negro, habían amenazado a Bender con matarlo si hablaba. Así nació la leyenda de unos tipos que, para pasar desapercibidos, se paseaban por el mundo de luto riguroso en un Cadillac negro.
Barker era mucho Barker y dedicó parte de su existencia a marear la perdiz con el tema. Su relación con el mundo de la ufología era extraño. Fue una de las referencias indiscutibles pero, bebedor empedernido y homosexual en una época que aún se consideraba una enfermedad y una prueba de depravación, sus credenciales no eran las mejores (algo que explica su resentimiento contra el mundillo). Barker nunca se creyó ni un pimiento nada que tuviera que ver con los ovnis. Falsificó todo lo que pudo y más, y perdió poco tiempo en ocultarlo. Por eso su nombre está inscrito con letras de oro en la historia de la ufología.
Que se movía por dinero es innegable, pero también por diversión, un detalle que le redime. Barker logró que Ray Palmer (el editor de Amazing Stories) publicara la carta del misterioso doctor Richard H. Pratt, en realidad redactada por un chaval de 17 años llamado John Sherwood. En ella, el doctor explicaba que había sido amenazado por agentes de una organización llamada B.I.C.R. tras descubrir que los ovnis eran naves que viajaban por el tiempo. Hay ufólogos que aún la toman por cierta.
Pero su mayor contribución a la causa fue un día que –más ciego que una peonza, según su amigo James Moseley- llamó a John Keel y, haciéndose pasar por sí mismo y fingiendo su propia voz —que tiene mérito— consiguió que Keel creyera que su amigo había sido suplantado por un robot, y que los hombres de negro iban a por él. Así era Keel.
Pero más allá de las chaladuras de Keel y los suyos, Encuentros cercanos es una historia bien contada -que incluye un arriesgado y logrado giro narrativo- que garantiza un rato de entretenimiento incluso a los que todo esto de los ovnis les traiga al pairo.