VALÈNCIA. En la pantalla global, David Fincher es el referente popular de las adaptaciones de best sellers al cine masivo. Además de ser una de las voces más sólidas del audiovisual hecho en Hollywood, el director de Zodiac (2007), El club de la lucha (1999) o La red social (2010) aporta un pesimismo estructural a todas sus historias -como demuestra el libro David Fincher: el viajero de las sombras (Pau Gómez, 2005)- capaz de recoger a toda la audiencia de esos súperventas, auparla a nuevas lecturas de lo leído y añadirle un público que, además, aporta otras inquietudes. Por ejemplo, las propias de la evolución del cine actual.
Salvando todas las distancias, Fernando González Molina se está imponiendo como esa figura de director de best sellers en el escenario del cine hecho en España. Lo hizo con Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti (novelas de Federico Moccia, 2010 y 2012), continuó con Palmeras en la nieve (novela de Luz Gabás) y, ahora, remata el periplo con El guardián invisible, primer volumen de una trilogía de novela negra escrita por Dolores Redondo y ambientada en el valle de Baztán. Una progresión de películas producidas por Atresmedia que, en este último caso, cuenta a su favor en la taquilla con la remota casualidad de que la escritora vasca haya ganado el mismo año del estreno del film el Premio Planeta otorgado por el mismo grupo empresarial.
Alejado de su inclasificable debut (Fuga de cerebros, 2009) González Molina ha combinado la dirección de estas cintas a lo largo de la década con capítulos de las series El barco, Luna, el misterio de Calenda y Bienvenidos al Lolita. Con la misma caja de caudales y distinto enfoque, sus dos últimos trabajos, las adaptaciones de Gabás y Redondo, respectivamente, han ido elevando la propuesta cinematográfica del director que en esta última novela ha tenido la oportunidad de rodar el paisaje del lugar donde nació: Navarra. La trilogía de Baztán tiene con El guardián invisible la primera entrega de una serie llamada a satisfacer a sus lectores, ya que la fidelidad al texto -so pena de un metraje innecesario; algo más de dos horas- es uno de sus principales valores.
De hecho, todo lo que en la película tiene interés, se relaciona directamente con los resortes y materia prima que hacen de la novela una historia de interés y vigencia, bien hilvanada y cerrada frente a conflictos de inverosimilitud. Si el diablo está en los detalles, no hay señales del maligno en un film que, sorpresivamente, explota en su tercer acto y cambia la percepción de una narración retórica -retórica al nivel al que se ofrecen las películas de sobremesa del mismo grupo televisivo- para convertir la trilogía de Baztán en un caso abierto. Lo que aportan Marta Etura, Elvira Mínguez (qué carrera) o Francesc Orella, encuentra un colchón satisfactoria en la atrevida conclusión del film. Atrevida visual y narrativamente, pese a la esperable dosis de sacarina y voz en off que no deje posibilidad al espectador de tener sus propias conclusiones y que también es marca de la casa.
La mitología vasca, el matriarcado y el papel de la mujer en la sociedad, la mujer, además, frente a su liberación sexual y frente a su acción individual y colectiva en el siglo XXI, su rol frente a las raíces de la tradición católica, los supuestos sobrenaturales, la relación de todo ello con un paisaje mágico, agreste y húmedo -pese a la exasperante ficción de la niebla y la lluvia-, todo ello, conforma una suma de núcleos de interés para una novela que, en su texto original, ya estaba plagada de referencias visuales riquísimas: los zapatos al pie de la calzada, la combinación de naturaleza hostil y el ambiente policial, el papel de la juventud en el color del film o los txantxigorris, son buena muestra de ello.
Sin rasgos de autoría, parece como si esa última etapa del film la hubiera firmado un cineasta ajeno a la presión por la horquilla de público, a dulcificar y mascar tanto como fuera posible las aristas de una historia de crímenes que tiene como origen a la sociedad conservadora más incómoda ante las libertades. Gracias a ese escalón, la saga se abre a nuevas posibilidades. A una trilogía que, al menos, no se cierre a una audiencia tan amplia en lectores que cuesta creer que hayan hecho falta tantos paños calientes en la primera hora y media del film como para que nadie se moleste. El producto editorial en sí y esa última etapa de la película también nos hacen pensar si estamos ante una oportunidad perdida para el cine español para trascender a través de su cada vez más rico thriller.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz