Un documental de la BBC analiza los últimos trabajos de David Bowie cuando ya decidió dejar de dar giras por agotamiento físico y se enfrentó a la muerte a causa de un cáncer de hígado
VALÈNCIA. Desde que el mundo es mundo nos refugiamos en modelos idílicos. Antes eran los santos, se conocían sus vidas, se les adoraba en los lugares reservados para ello, y luego fueron las estrellas del rock, cuyo culto presenta escasas diferencias. La gente tiene reliquias de ellos, imágenes que adora, conoce detalles de sus biografías, sus supuestas proezas y también va a lugares a adorarles. Cuando suena la canción de su artista favorito, lo mismo que un día en que cae un santo molón, se emocionan como cualquier beata. Y si ha habido un rockero del que la gente ha jurado ser el más fiel seguidor y profundo admirador para subir su caché como ser humano, ese ha sido David Bowie.
Por eso nos encontramos por ahí titulares sobre cómo ha sido el último año sin David Bowie o el presente documental de la BBC 'David Bowie: Los últimos cinco años' de Francis Whately, autor en 2013 de 'David Bowie: Cinco años' sobre los discos cumbre de su carrera.
En esta ocasión, Whately ha hecho una crónica de los últimos días del artista documentando la grabación de sus dos últimos discos, 'The next day' y 'Blackstar'. Desde que un infarto le hiciera abandonar definitivamente los escenarios en la gira de 'Reality' hasta que muere de un cáncer de hígado grabando un disco que consigue lanzar solo dos días antes de morir. En su último cumpleaños, concretamente.
La gran baza que anunció la BBC es que el reportaje contiene imágenes de archivo y entrevistas del artista que nunca han visto la luz. Estas declaraciones de Bowie resultan bastante más interesantes para el común de los mortales que los procesos de grabación de sus dos últimos discos, un material más enfocado para puristas y connoisseurs.
De esta manera escuchamos a Bowie comentar que él contaba con haberse muerto a los treinta, como tantos miembros de su generación que vivieron de forma un tanto suicida, sacralizando la juventud como si nunca fuesen a llegar a viejos. Luego eso no ocurrió y tuvo que empezar de nuevo. Así lo expresa.
Inicialmente, con 17 y 18 años, lo que le habría gustado hubiese sido escribir música es para Broadway. Luego, durante los años sesenta, cuenta, se pasó toda la década buscando qué hacer con su concepto artístico. No lo tenía claro, fue absorbiendo, fijándose y al final parió su personaje inmortal, que fue uno de los padrinos de los 70.
Aparecen vídeos de él con chaqueta y corbata que deben pertenecer a su etapa en Pye Records con el prototípico look británico que luego cambiaría hasta el delirio. Unos años en los que su blue-eyed-soul tampoco estaba nada mal, aunque no se detienen en ellos.
Sin embargo, pegar el pelotazo no le hizo, a la postre, especialmente feliz. La fama, cuenta, vale para pillar buena mesa en un restaurante, pero nada más. Todo aquello le llevó a una etapa en la que solo orientaba su vida al consumo de drogas. Decidió ponerle fin escapando a Alemania, a vivir en un barrio obrero de turcos donde nadie le conocía, y ahí se arregló el coco y parió la famosa trilogía. Echando la vista atrás de toda su vida, solo rechaza los años de drogadicción, que considera que fueron una pérdida de tiempo. Todo lo demás, confiesa, lo aprovechó en cada momento.
También reconoce que no fue un gran creador, que se le daba mejor sintetizar y reflejar. No era como Dylan, pone como ejemplo, que sabía escribir lo que estaba pasando. Solo se consideraba un buen retratista de sus propias emociones y sentimientos. La suerte es que tanta gente se identificó con ellos.
El punto de inflexión antes del retiro que dio lugar a los últimos trabajos de su carrera, ligeramente más valorados que los anteriores, lo puso el agotamiento que le generó el mencionado tour de 'Reality'. Whately aporta vídeos caseros de esa gira en la que se le ve bromeando todo el tiempo. Sus músicos confiesan que nunca le habían visto tan relajado. Hasta aparece peleándose por el premio de una máquina de sacar peluches.
Pero se fue cansando a medida que pasaban los días, agotando, hasta que le falló el corazón. De ahí que decidiera realizar los siguientes discos en secreto y sin presiones. En ambos tuvo una especie de regreso a su etapa con Brian Eno. Su productor, Tony Visconti, que alaba la coherencia del artista cuando dice que habría tenido poco sentido que hubiese aparecido con el pelo naranja a los 65 años, explica que, con Eno, Bowie experimentó con paisajes sonoros, algo que trascendía el rock and roll, estilo que le catapultó en una de sus expresiones setenteras más genuinas, el glam.
Finalmente, también habla de 'Lazarus', su musical, que protagonizó el gran Michael C. Hall de 'A dos metros bajo tierra' y 'Dexter'. En los 70, 'Diammond Dogs' estaba concebido como un musical. En realidad, quiso haber hecho '1984' de Orwell, pero la viuda del escritor no les dio los derechos por pertenecer al mundo del rock and roll. La verdad es que luego la película con el recientemente fallecido John Hurt tampoco fue muy allá.
Durante los ensayos, Bowie le confesó al director que tenía cáncer de hígado. Más adelante, en la grabación del clip de 'Lazarus', dejaron de darle tratamiento porque la enfermedad ya no tenía marcha atrás.
Johan Renck, director de ese último clip del cantante, en el que aparece Bowie tumbado en una cama de un hospital, señala que esa escena no se trataba de ningún simbolismo relacionado con la enfermedad que sufría, sino que la idea provenía de un paisaje de la Biblia relativo a la resurrección. Al final, si bien el documental es interesante, le ocurre como a su predecesor, uno se queda con ganas de más, que no es precisamente lo peor que se puede decir de un documental.