VALÈNCIA. Ramiro Pinilla constituye uno de los casos más insólitos de la historia de la literatura. Nació en Bilbao en 1923 pero no se hizo conocido hasta casi los cuarenta años, con novelas como Las ciegas hormigas (1961, Tusquets Editores, 2010), ganadora del Premio Nadal y del Premio de la Crítica de ese año. Sin embargo, no volvió a la primera línea de la literatura hasta los años 2004 y 2004, cuando publicó la excepcional Verdes valles, colinas rojas, una trilogía compuesta por La tierra convulsa, Los cuerpos desnudos y Las cenizas del hierro. Esta trilogía -escrita sin salir de su habitación- consiguió casi todos los premios posibles: Premio Euskadi, Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa. Con el éxito se reeditaron otras obras esenciales como La higuera o Aquella edad inolvidable. En 2009, apenas cinco años de su muerte, escribió su serie policíaca ambientada en su Getxo natal formada por estos tres libros: Sólo un muerto más, El cementerio vacío y Cadáveres en la playa.
El detective de Pinilla es Sancho Bordaberri que, a su vez, es también un librero y escritor frustrado de Getxo. La primera novela se ambienta en 1945 cuando Sancho apenas tiene 26 años. Es un admirador de Raymond Chandler y ha escrito más de una docena de libros protagonizados por Samuel Esparta. Pero todos los libros son rechazados.
Bordaberri/Esparta tiene a una empleada llamada Koldobike que supone el contrapunto al escritor/detective. En el medio de ese pueblo aislado se comete un asesinato, el de uno de los hermanos Altube: “Vino la Guerra con su montón de muertos y todos olvidamos al Altube. ¡Es que era un solo muerto!”, le dice uno de los parroquianos de una peña local. Sancho decide entonces investigar este crimen sin resolver y para ello convierte a su personaje, Samuel Esparta, en un detective de carne y hueso, es decir, él mismo; “He dejado de llamarme Sancho Bordaberri, ahora soy Samuel Esparta, al menos, por un tiempo. Un nuevo nombre para un nuevo trabajo. Escribo mis pasos y os escribo a vosotros, la novela soy yo y sois vosotros...”.
Dos años después publicó El cementerio vacío. En esta ocasión Esparta es “contratado” por dos niños de 11 años para que demuestre la inocencia de un amigo suyo al que han detenido y condenado por el asesinato de la chica más guapa de todo Getxo.
La última aventura de Esparta es Cadáveres en la playa que comienza sí:
No por ser invierno dejo de asomarme al acantilado dos veces por semana. Es un inagotable escenario natural, como tantos otros. Pero es el nuestro. Aun siendo Getxo tierra de marinos, muchos elegimos la mar solo para pasear y no vamos más allá de la playa. Es marzo y me azota una llovizna transversal de la que me defiende a duras penas el chubasquero.
Creo que mis adocenados cincuenta y tres años se sienten jóvenes arrostrando este reto —por otra parte, elegido— con ánimo tartarinesco.
Un Esparta cincuentón, ubicado ya en la década de los 70, desentierra e intenta conocer la historia que hay detrás de unos cadáveres que han aparecido en la playa de Getxo. Pero esta trilogía policíaca es solo el punto final de una trayectoria literaria que ha tenido a este pequeño pueblo bilbaíno como centro. Allí vivió Pinilla y allí ambientó sus novelas, dotando de todo el aprendizaje cotidiana a sus tramas. El Euskadi que Pinilla traza en sus libros se construye gracias a la influencia de inmigrantes de otras comunidades. En este sentido, buena parte de su obra está destinada a reflexionar a propósito del reto que supuso la integración de ciudadanos de otras comunidades.
Tan fundamental ha sido la personalidad de Pinilla en Getxo que el ayuntamiento organiza una ruta literaria a pie por ese Getxo real que está presente en la trilogía de Verdes valles, colinas rojas. Esta ruta literaria es un recorrido a pie por el Getxo real: la playa de Arrigunaga, Andra Mari, la Venta, la Galea, el cementerio, Venancios, etc.. Son esos lugares sobre los cuales Ramiro Pinilla ha creado mitos y leyendas como San Baskardo, Sugarkea, Don Manuel, Asier o Roque. Esa pasión literaria de Pinilla la contagió a través de actividades literarias como la creación de la revista Galea, un taller literario en Algorta y la editorial Libro Pueblo. Esta ruta se realiza únicamente en tres fechas emblemáticas: 23 de abril (Día del libro), 13 de septiembre (nacimiento de Ramiro Pinilla), 23 de octubre (fallecimiento de Ramiro Pinilla).
En el Getxo actual, por tanto, es posible seguir las huellas del autor y de su obra, una que tuvo un único objetivo: comprender cómo eran los que no pensaban como él. Quizás uno de los lugares más entrañables es el de la playa de Arrigunaga donde Ramiro pasó la mayoría de sus veranos infantiles jugando y riendo, pero también donde corrió de la mano de su madre huyendo de las bombas.
Getxo sigue siendo el territorio mítico y casi melancólico de sus libros; parece un lugar por el que el tiempo no haya pasado. Sin embargo, ésta es sólo una primera apariencia, pues si uno bucea con algo más de esmero por sus callejuelas y tabernas, pronto comprenderá que el progreso ha llegado y que el turismo actual de personas con elevado poder adquisitivo poco tiene que ver con lo que Pinilla describió en sus libros.
Resulta curioso que el escritor más importante de Getxo nunca deseara expresamente ser escritor. Trabajó en las oficinas de una fábrica de gas por las mañanas y por las tardes en una editorial infantil en la que escribía las frases para los álbumes de cromos. Después de dejar la fábrica comenzó su otra vida: escribía biografías por encargo, criaba gallinas y se encargaba de la huerta. Algo de lo material, de lo que puede tocarse, estaba presente en su faceta de agricultor y en la de escritor. Quizás ambas disciplinas compartían esa soledad a la que Pinilla era tan afecto. Desconfiaba de los grupos y sólo creía en el hombre. Menos mal que nos dejó algunos de sus libros para compartir sus experiencias en Getxo, un lugar ya para siempre eminentemente literario.