VALÈNCIA. Agazapado en la butaca, tus pupilas persiguen a los actores mientras deambulan por el escenario. Te dejas mecer por sus voces, te conmueves con sus quiebros, estallas en carcajadas cuento entra un giro cómico y quizás, aunque te cueste reconocerlo, se te humedecen ligeramente los ojos en algún instante. Al acabar la función comentas admirado la fuerza de sus interpretaciones, la potencia del montaje… Y quizás, entre los elogios que van inundando tu boca hay una figura que queda en el olvido: la del autor de la obra, el artífice de esas palabras que te han hipnotizado. No eres un caso aislado: a menudo, el oficio silencioso del dramaturgo queda en un segundo plano. La suya es una tarea poco vistosa –ir encadenando horas de escritura y descarte-, pero esencial para que la tradición teatral permanezca viva y sume nuevos títulos. Con el deseo de reivindicar su labor, el Institut Valèncià de Cultura organiza hasta el 29 de enero el IV Torneig de Dramatúrgia Valenciana. Se trata de una iniciativa nacida en el Festival Temporada Alta de Girona en la que los textos de ocho creadores son leídos por actores en combates por parejas. Es el público asistente el encargado de votar por el vencedor de cada enfrentamiento hasta llegar a la gran batalla final. Aprovechamos este ring de boxeo verbal para conversar con algunos de sus participantes sobre el minuto y resultado del sector y sus motivaciones para seguir poniendo en pie mundos de ficción.
Empecemos por el principio, ¿cómo cae un humano cualquiera en la marmita de la dramaturgia? “Estudié Arte Dramático, empecé a dirigir obras y durante mucho tiempo me he dedicado a ello. La escritura siempre me había dado mucho respeto, pero cuando realicé mi primera pieza, la premiaron y publicaron; eso me empujó a seguir. Soy más directora que dramaturga, pero disfruto mucho preparando los textos y ya es una parte imprescindible de mi vida”, explica Gemma Miralles, una de las combatientes. Ese background es compartido también por Borja López Collado: “A partir de mi formación como actor, me di cuenta de que disfrutaba mucho viendo a mis compañeros de clase actuar, desde fuera. Comencé a escribir de forma autodidacta. Redacto desde una perspectiva práctica, pensando en el trabajo de los actores, no pongo prácticamente acotaciones porque me gusta que los intérpretes inventen y propongan”.
“Uno no elige tener esa pulsión- señala Pasqual Alapont-. De niño, mi tío me llevó a ver mis primeras obras y recuerdo el enorme impacto que me produjo. Pensé que, si me lo pasaba tan bien como espectador, cómo de genial sería vivirlo desde dentro”. “Siempre he estado interesado en el teatro y siempre me ha gustado escribir. No ha sido una decisión consciente, me ha acompañado toda mi vida”, explica Joan Nave quien compagina el trabajo de producción propia en Esclafit Teatre con la redacción de textos para otras compañías. En este torneo de boxeo también participa María Cárdenas, autora de obras como Penev o Síndrhomo: “Yo era fotógrafa teatral y publicista…Pero me picó el aguijón de la dramaturgia, comencé a escribir, conseguí llevar a escena algunas de las obras, fundé La Teta Calva…y hasta ahora”.
Con diferentes influencias, filias y estilos, todos los autores consultados coinciden en un mismo diagnóstico respecto a su profesión: “Nuestro trabajo no está reconocido socialmente en absoluto. Ahora han surgido muchos dramaturgos jóvenes y hemos empezado a movilizarnos gracias a entidades como la Associació Valenciana d'Escriptores i Escriptors Teatrals (AVEET) o el IVC, que está apoyando mucho la figura de la dramaturgia viva. Pero en general, las cabezas visibles en una producción son los actores y directores”, resalta Sáez, integrante de La Subterránea.
“Creo que los autores y autoras comenzamos a reivindicar nuestro espacio y desde la Administración comienza a valorarse la dramaturgia actual viva”, explica Begoña Tena, quien reconoce que queda mucho recorrido “para que el público asimile que somos el germen de esos montajes que ven. Necesitamos ganar más presencia”. “Sin texto no hay nada, es la materia primigenia que surge de nuestra imaginación”- resume, tajante, Alapont. En la misma línea, Cárdenas reconoce que todavía no se le da al texto “el valor que se merece. Por ejemplo, los directores en las producciones públicas, suelen cobrar el doble o el triple que el dramaturgo. Y a lo mejor has tardado un año en escribir ese texto que es la base que mueve e inspira el resto de la producción, el punto de partida de todo lo demás”. “Soy optimista, pero es cierto que no tenemos una cultura teatral como la de Inglaterra, por ejemplo”, comenta Miralles, quien destaca que la dramaturgia actual “se ha abierto mucho y los textos se mezclan con otras disciplinas”.
En cuanto a la situación general de las artes escénicas, para Borja López Collado, en València todavía falta consolidar “una estructura suficientemente fuerte para darle al teatro el valor que se merece y atraer al público a las salas. Estamos ganando terreno, pero aún falta mucho por hacer”. En esa voluntad de reivindicar los escenarios y las palabras que los llenan de vida, se impone una necesidad: convertir a las nuevas generaciones en amantes del telón. “Crear nuevas audiencias es uno de los ejes esenciales de mi compañía, de hecho, la mitad de representaciones que hacemos a lo largo del año son para adolescentes. Las instituciones al final se darán cuenta de que, si no atraemos a la audiencia más joven, nadie llenará las salas de aquí a 30 años. En general, falta oferta para el público juvenil: hay programación o infantil o para adultos”, reflexiona Joan Nave. “Quizás deberíamos hacer hincapié en proyectos como Habitem el Rialto que acerca a los chavales todas las fases del montaje escénico”, apunta Sáez, impulsora con La Subterránea de títulos como Martingala o Federico.
En ese sentido, el Torneig de Dramatúrgia Valenciana se presenta como una forma lúdica y gamberra de acercarse a la galaxia del texto teatral. Dejen a un lado los rictus circunspectos y la solemnidad, aquí se trata de pasar un buen rato dejándose llevar por la palabra. “Me parece muy divertido que se plantee con esa estética del ring de boxeo, que el público vote al final y así se sienta implicado... Es una manera distinta de difundir la dramaturgia como una actividad entretenida y quitar esa visión de que es siempre algo muy sesudo. Los espectadores que ya consumen teatro pueden acercarse a él desde otra perspectiva y los que llegan nuevos porque les llama la atención estoy seguro de que acabarán enganchándose”, apunta López Collado. Más allá de aumentar la potencial audiencia, para la impulsora de La Teta Calva, las lecturas dramatizadas suman otra derivada: “ayudan a que la gente sea consciente de que toda obra parte de un texto desnudo, sin vestuario, attrezzo ni montaje… Los espectadores pueden ver cómo las palabras, a pesar de no tener otros elementos de apoyo, llegan y golpean”. ¡Ah! Por cierto, hay otra cuestión en la que también coinciden todos los entrevistados: resulta imposible vivir únicamente de la dramaturgia. Ya saben, la precariedad que invade el sector no iba a hacer una excepción con los escritores. Como apunta Cárdenas “el autor, o tiene una compañía propia en la que desempeña otras labores o tiene otros empleos paralelos”.
Pasar de una idea algo difusa a un texto teatral listo para ser representado supone zambullirse en una alquimia creativa que va mucho más allá de teclear frenéticamente. “En La Subterránea, escribimos en colectivo y durante el proceso de investigación leemos muchísima poesía y nuestra forma de escribir es en sí muy poética”, señala Sáez, quien explica que cada proyecto parte “de un tiempo muy importante de documentación. Debatimos sobre las ideas que van surgiendo y partir de ahí generamos un montón de material escrito, la mayoría se queda en el camino, pero acabamos encontrando vías muy interesantes”.
“Lo bonito de cada proyecto es empezar de cero, sentirme en la cuerda floja. Llevar 30 años escribiendo te da oficio, pero también es importante no conformarte con fórmulas y buscar nuevos senderos”, admite Alapont, autor de piezas como Beatrius o Tic- Tac. Una visión que también comparte María Cárdenas: “suelo dejarme llevar un poco por el instinto y el caos, es una forma de no acomodarme”. Y como la inspiración no entiende de plantillas prefabricadas, en el lado opuesto encontramos a Begoña Tena: “Soy bastante metódica, me creo un horario de trabajo y todos los días paso muchas horas delante de la hoja. Además, para mí es muy importante tener alguna música o alguna imagen como referencia”.
Escribir teatro, de acuerdo, pero, ¿sobre qué? En esto de llevar la palabra a escena la paleta temática tiende al infinito con tantas variantes como creadores. “Si hay algo que une a todas mis obras es hacerme interrogantes sobre la existencia humana”, apunta Tena, mientras que Joan Nave reconoce que sus piezas “vuelven siempre a cuestiones relacionadas con los lazos familiares”. “Somos muy diversos y tenemos unos imaginarios muy diferentes y personales. En mi caso, tengo muy presente la creación de personajes femeninos potentes y el compromiso social”, apunta Sáez.
Una vez las palabras han encontrado su lugar en el folio, cuando los diálogos ya cabalgan las páginas, el texto teatral todavía debe enfrentarse a dos desafíos: el primero de ellos conseguir pasar del papel al escenario, hacerse carne y adquirir la voz y la gestualidad de un elenco. El segundo, ser publicado por una editorial y, por tanto, distribuido en formato libresco más allá de su tiempo en cartel. Dos tareas nada sencillas en el ecosistema actual y, sin embargo, cruciales para dar sentido total a este oficio. “Los dramaturgos no existimos si nuestras obras no son representadas. Escribimos para ser vistos y uno de nuestros problemas es que las piezas están muy poco en cartel. Así que es clave aumentar el tiempo exhibición y hacer políticas que acerquen a todo tipo de población a las salas”, apunta Tena. Ante el deseo de ver sus creaciones sobre las tablas, según Miralles, “muchos autores crean su propia compañía para producir y representar sus piezas. Quienes no lo consiguen ven cómo muchas obras se quedan en un cajón”.
Las cuestiones presupuestarias, además, también condicionan los arroyos creativos y ponen coto a la inspiración: “a no ser que tengas muchos recursos, es muy difícil llevar a escena una obra profesional con más de cuatro personajes, ya que supone una inversión enorme en elenco. Eso implica una limitación en el propio proceso de la escritura, ya que, si yo creo una obra en la que necesito a 8 o 10 actores, me la como: a no ser que tenga una subvención importante, generará un caché imposible de pagar”, apunta Nave, creador de piezas como Joanot o @Rita_trobador.
Y del escenario…a la encuadernación, un cosmos aún más intrincado: “Es complicadísimo que te publiquen las obras, a no ser que ganes un premio literario que lo incluya o que ya tengas una trayectoria amplia”, subraya Miralles. En la misma línea se manifiesta el responsable de Esclafit Teatre: “Solamente tengo publicadas tres de las diez obras que he escrito y justamente son piezas tanto para público adulto como adolescente, por lo que algunos profesores las escogen como lectura escolar. Ese potencial para ser empleado en el aula ayuda a que las editoriales te publiquen, en cambio si vas con una obra solo para adultos es mucho más difícil que la acepten”. Como señala Sáez, las editoriales que apuestan por el teatro “lo tienen difícil porque no se vende. La gente todavía no sabe que el teatro también se lee, pero cuando asistes a una obra y luego ves el texto descubres muchas más cosas que te has perdido, y es maravilloso”. Teatro en todas sus formas, siempre teatro.