Toni Aparisi y Chema Cardeña extrapolan el clásico literario Moby Dick a una relación de violencia machista
VALÈNCIA. “Mi vida estaba en sus manos, señora jueza, y parece que cada vez que iba a denunciar, aburría”. Esta frase fue dirigida a la responsable de violencia de género del juzgado de León en una carta, antes de que su remitente, una mujer llamada Sara Calleja, cometiera suicidio en julio de 2015. Había sufrido dos años de acoso por parte de una antigua pareja. En total interpuso 19 denuncias, afrontó tres juicios y padeció el quebranto de dos órdenes de alejamiento. La fallecida se quejaba en la misiva de la falta de empatía y de la frialdad de psicólogos, jueces, policías, forenses, familiares y amigos. Todos pusieron en duda, en algún momento, el maltrato al que era sometida. “Muchas mujeres retiran sus denuncias porque es una agonía aguantar un proceso del que nunca sales entera”, exponía.
De su experiencia y de otros testimonios reales de víctimas de maltrato se ha nutrido la obra Hablando (último aliento), que hasta el 7 de mayo está programada en el Teatro María Guerrero de Madrid. Y de la responsabilidad de las artes para zarandear conciencias al respecto ha surgido la coreografía Moby Dick (el mal amor), donde Toni Aparisi y Chema Cardeña relatan un relato de violencia machista a partir del clásico literario de Herman Melville.
Teatro de texto y danza contemporánea coinciden en la cartelera denunciando la falta de atención, comprensión y apoyo que muchas mujeres padecen en nuestro país frente a los daños físicos y psicológicos infligidos por los hombres.
Hace dos años, Toni Aparisi e Iris Pintos desarrollaron un taller coreográfico en el Edificio Rialto titulado Moby Dick o los amores imposibles. En aquellas clases, la pareja de creadores reparó en los paralelismos entre los personajes de la novela y los protagonistas de las tragedias domésticas que día tras día se nos relatan en los medios.
El capitán Ahab es un viejo lobo de mar obsesionado, de manera autodestructiva, con una ballena blanca que le arrebató una pierna. Cegado por la ira, no repara en el daño que ese empeño encarnizado provoca en la tripulación del barco que lidera. “Ahab considera que el cachalote es suyo, del mismo modo que hay hombres que tratan a sus mujeres como una propiedad. Cuando los abandonan, es como si perdieran una parte de su cuerpo, de igual forma que el capitán se queda sin una extremidad. Es entonces cuando se deshumaniza, porque su leit motiv pasa a ser acabar con la vida de la ballena. El sacrificio de sus marineros es una metáfora del daño que los maltratadores causan a sus hijos”, compara Aparisi, quien para refrendar su opinión, se puso en contacto con la presidenta de la Federació d’Associacions de Dones Progressistes, Amàlia Alba, psicóloga especializada en violencia de género. La especialista no sólo secundó su alegoría, sino que también le aconsejó la lectura de un libro de referencia en el análisis de la agresión a la mujer desde una perspectiva médica, legal y moral, Mi marido me pega lo normal, de Miguel Lorente Acosta, (Editorial Crítica, 2003).
Para evitar que el mensaje pudiera perderse al ser transmitido a través de la danza, se incorporó al proyecto al dramaturgo Chema Cardeña. Juntos han tejido un espectáculo multidisciplinar de denuncia, en el que la trama de Melville tiene un papel vehicular.
El montaje, programado del 28 al 30 de abril en la Sala Russafa, está protagonizado por dos parejas. Aparisi y Pintos bailan la relación truncada, Cardeña y la actriz Iria Márquez, la verbalizan. El texto intercala extractos originales de la novela con pasajes propios donde Ahab describe cómo se enamora, de qué manera va entrampando a Blanche (trasunto humano de Moby Dick), su ira y cómo maquina para matarla.
“La intención al reducir los personajes al mínimo es personalizar. Así el espectador no ve a los dos protagonistas cómo números, sino como gente real, que puedes tener a tu lado”, explica Aparisi, que fue destacado este año pasado con dos premios Max, al Mejor Bailarín y a la Mejor Coreografía.
Durante el baile que ejecuta junto a su compañera, no se propina ningún golpe, sino que las emociones se traducen físicamente a partir de movimiento, gestos, miradas y energías.
Moby Dick (el mal amor) se ha estado representando previamente en el Palau de la Música en una campaña preventiva para institutos. En opinión del coreógrafo y bailarín, es en la educación donde hay que poner mayor hincapié para acabar con esta dinámica enraízada en nuestra cultura patriarcal. Como afirma Miguel Lorente, “muchas de las vigas de nuestra sociedad están podridas”.
Cada mes son asesinadas en España una media de cinco mujeres a manos de sus parejas y de sus ex. Esto es así desde hace 13 años. “No ha habido función que no haya coincidido con un asesinato”, se alarma Aparisi, quien, sin embargo, detecta una pérdida de impacto en la población de las noticias relacionadas con la violencia contra la mujer.
Hablando (último aliento) está dedicada a un colectivo que no entra en las estadísticas apuntadas. Son todas aquellas mujeres que encontraron en la despedida su último grito de libertad. Esto es, todas aquellas víctimas de maltrato machista que optaron por el suicidio.
“Mientras escribía este texto sus voces aparecían durante la noche y gritaban por no poder salir. Eran las voces de unas mujeres que hablaban desde lo más profundo de su sufrimiento, que pedían ser escuchadas, alentadas, comprendidas, arropadas. Nadie sabe lo que hay detrás de la desesperación vital de un ser humano”, introduce la autora del texto, Irma Correa.
El montaje arranca como un thriller que aparenta girar en torno al secuestro de dos mujeres, pero poco a poco se revela la condición metafórica de su cárcel. También el hecho de que ambas actrices interpretan a un único personaje desdoblado en dos: una es la prisionera desesperada, la otra, la voz de su conciencia, que la guía hacia la decisión final de desaparecer.
“De esa manera, se desvelarán los dos temas principales que aborda la autora, la violencia de género y el suicidio. Estos asuntos, desgraciadamente actuales, requieren ser reflexionados desde la escena teatral”, opina la directora del montaje, Ainhoa Amestoy.
El germen de la obra se remonta 15 años atrás. En 2003, Correa leyó los diarios de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. La escritora cometió suicidio a los 36 años, después de una vida marcada por los traumas infantiles, el rechazo a su propio cuerpo, la depresión y la adicción a las anfetaminas. “Todo aquel dolor, la angustia, el agotamiento de vivir, el desesperado deseo de encontrar en la vida algo por lo que permanecer en el mundo. Pero también el irrefrenable enamoramiento de las letras, de las palabras, el canal por el que uno respira y habita, cambió mi perspectiva de muchas cosas, de la literatura por supuesto, pero también de la rebeldía de respirar”, detalla la dramaturga, que se sintió impelida a escribir un texto sobre la privación de la vida como ejercicio para su profesor de Literatura Dramática, Ignacio Amestoy.
Paradójicamente, ha sido la hija de aquel docente, la directora del drama definitivo, donde se han modificado personajes y motor. “El texto se ha convertido en la denuncia de cientos de mujeres que están atadas a una realidad que las aísla y las destruye, que las silencia y arrincona. Que las agota –lamenta Irma-. Y yo siento que el único sentido de este texto es dar voz a estas mujeres, hacer visible esta realidad putrefacta y atrofiada que tenemos. Que se hable de esto sin tapujos. Que se ponga fin a la impotencia. Que se pongan medidas urgentes y efectivas. Que las ayuden a no tener que morir”.