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Camino de su primera década, el proyecto de la Casa Ricart (obra de Arturo Sanz y Carmel Gradolí) ejemplifica el respeto a la trama del barrio, la importancia de métodos constructivos arraigados
VALÈNCIA. El arquitecto Arturo Sanz (de Gradolí&Sanz), quien comandó el proyecto de la Casa Ricart camino de hace una década, rememora el final para acordarse del principio. Fue cuando un olivo sobrevoló las alturas de Benimaclet para entrar en su nueva casa de destino como la guinda del fin de fiesta. El simbolismo de armar un patio como emblema de una manera de construir y estar. “Ya acabada la obra, y a punto de desmontarse la grúa, se introdujo ‘volando’ el olivo del patio. Creo que fue el momento más bonito”.
Desenredando el proceso, vamos en la búsqueda de una correlación entre una metodología de construcción enraizada en un entorno -en este caso Benimaclet- con el corolario demoscópico que el barómetro municipal de València suele deslizar, aupando al barrio como la franja de la ciudad en la que sus propios habitantes califican con mayor nota a su propia demarcación; una suerte de grado de pertenencia mayor.
Como Jorge Dioni en La España de las piscinas (Ed.Arpa) apunta hasta la extenuación, no es solo que la ideología condicione el urbanismo, sino que es el urbanismo el que moldea multitud de patrones de uso. Los núcleos de casas de pueblo que todavía perduran entre algunas porciones urbanas, casi a modo de tablas perdidas en el océano, no hacen primavera, pero ejercen de epicentro de influencia. Como Arturo Sanz -a quien habíamos dejado con el olivo entrando en el patio- razona, “quedan muy pocos núcleos de casa de pueblo en la ciudad (Benimaclet, Cabanyal, Campanar, Patraix…), estos barrios son tesoros que tenemos que cuidar, la ciudad gana en calidad cuando contiene diversidad. El urbanismo moderno, lamentablemente, suele arrasar con las preexistencias para dar un resultado uniformizador. Estos barrios (una vez eliminada la amenaza que pendía sobre el Cabanyal) ya están protegidos (aunque siempre se puede mejorar el planeamiento), el siguiente paso es ir más allá y recomponer su relación con el resto de la ciudad y su entorno natural”.
En la calle Asins (el poeta activista que murió en Benimaclet y que pasó la Guerra Civil escondido en su casa), Sanz y Gradolí imaginaron en aquel 2012 una casa de patios que se apropiara a una manera verdadera de relacionarse con el entorno y tuviera en cuenta factores bioclimáticos. Un primer patio, de transición entre salón y cocina-comedor, abierto al sol y con su árbol totémico; y el segundo, más privado, como patio protegido con vegetación de sombra.
Aunque Sanz está acostumbrado a que se le pregunte qué había antes de esta casa, se trata de una obra nueva en el núcleo histórico. Por lo que su planteamiento debía ser deudor de esa trama urbana única “absorbida como una isla con el crecimiento de la ciudad para convertirse en barrio”. Tras la Casa Calabuig y la suya propia, fue la tercera que imaginaron en Benimaclet. Debía partir de un principio básico que conservan en las tablas de la ley de su estudio: “toda casa de pueblo tiene que tener un patio, y todo patio debe acoger un árbol, y estos, patio y árbol son el centro de la vivienda”.
La integración al vecindario se plasma renunciando a las fachadas ‘rompedoras’ “en favor de composiciones discretas y tradicionales” y con un proceso que, avanzando la velocidad de reproducción, muestra cómo patios de manzanas hasta entonces sin vegetación, de repente se transforman en superficies vegetales: “al mismo tiempo que la de Ricart, se construyeron tres casas de pueblo con 5 patios ajardinados y el patio de manzana cambió radicalmente”.
Esa equívoco con la sensación de edificio rehabilitado (“es una constante el que nos pregunten en obras nuevas por el proceso de rehabilitación llevado a cabo”), se sustancia por los “sistemas constructivos (muros de carga, forjados con revoltones…), los materiales (carpinterías de madera, ladrillo, pavimentos de barro…) y un vocabulario arquitectónico (zócalos y rodapiés, rejas y barandillas, lámparas…) que remiten a formas de construir tradicionales.
Nuestro reto es conjugar métodos de construcción tradicionales con los requerimientos funcionales y sobre todo espaciales de nuestro tiempo, porque no están reñidos”.
En 2017, en la EASD, Gradolí y Sanz daban una clase con el nombre 'Casas Patio en Benimaclet… o cómo no caer en la trampa del minimalismo'. Se le pregunta a Arturo Sanz al respecto: “Creemos que la arquitectura que ahora está de moda, el mainstream, es una arquitectura que se ha despojado voluntariamente de tantas herramientas, palabras, texturas, recursos… que acaba siendo una arquitectura terriblemente fría, muda y poco habitable. Intentamos, con nuestro trabajo, explorar otros caminos que nos parecen mucho más interesantes y beneficiosos para nuestra sociedad”.
En el núcleo original de Benimaclet, como un vecino llegado de otro territorio, el olivo sigue creciendo, arraigado al lugar.
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