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Bigott no se droga, es la droga

19/05/2018 - 

VALÈNCIA. Al parecer Borja Laudo nació en el seno de una familia bien de Zaragoza. Casi con toda seguridad, Borja vestía polos de marca y, además, se los metía por dentro del pantalón; es más que probable que se codeara con la jet maña y bebiera en copa de balón. Como el resto de sus amigos, Borja debió estudiar en la Universidad de Navarra, en Pamplona. Todo era perfecto al candor de una reluciente burbuja conservadora, pija y neoliberal. Nada se podía torcer.

Pero algo no cuadraba; había algo que la familia y los amigos de Borja desconocían. Al caer la noche, en la soledad de su cuarto, comenzaba a cultivar una costumbre que le apartaría del camino: consumir música sin control. Pop, rock, punk, disco… la cosa iba de mal en peor. Luego, además, comenzó a frecuentar garitos como El Fantasma de los Ojos Azules. Ya no le bastaba con sus dosis caseras, ahora también buscaba sonidos en la calle. Tampoco ayudaron sus compañías: Sergio Algora, Sergio Vinadé, Andrés Perruca y Pedro Vizcaíno, lo peor de cada casa. Ya no había marcha atrás: nació Bigott.

California contra el cierzo

Bigott vive ahora en una casa sin calefacción. Y eso, durante el invierno aragonés son palabras mayores. Dice que un día batió récord de mantas, que no recuerda el número que llegó a ponerse encima para combatir el frío, pero sí que no se podía mover, que casi la palma aplastado. Es feliz compartiendo hogar con Clarín, su novia y bajista de la banda. Los fines de semana salen de gira o disfrutan de su gato. Tal vez bohemia, pero una vida normal, austera. Con permiso de Bunbury y Amaral, así son las verdaderas estrellas del rock en Zaragoza.

Recuerdo que en su último concierto en València viajaba solo con una bolsa que, además, estaba prácticamente vacía; en su interior llevaba una muda, un cepillo de dientes y una manzana. “¿Quieres?” Me dijo ofreciéndome la fruta. No sé, detalles que dicen mucho. También tengo muy presente cuando Mina y yo le contamos que estábamos embarazados, la alegría y el amor que nos transmitió. Si supiera lo mucho que le gustan a Quique sus canciones. Ya tengo ganas de contarle que estamos esperando el segundo.

No le gusta hablar por teléfono. Es más, no tiene teléfono. No obstante, está enganchado a Instagram; dice que la red social “es lo más, que is the best”. ¿Cómo se come eso? Las he pasado canutas siempre para hacer la promoción de sus conciertos, para que pueda mantener una charla telefónica con un periodista; tarea casi imposible. Sin ir más lejos con el doblete que tiene hoy mismo en nuestra comunidad: este mediodía, en un rato, en la Pèrgola de Cervezas Alhambra de La Marina de València y, por la tarde, a eso de las 19:30 horas, en la Plaza de España de Montanejos, en Castellón, en el festival Días de Campo.

Anoche pinchó en el Pops Marítims de Las Naves. Pero vendrá sin resaca. Porque, que vuelva a quedar claro, Bigott ya no se droga, ni bebe, ni fuma. Ahora solo hace yoga y dice que, gracias a los ejercicios respiratorios, va más pedo que cuando iba pedo. Por estos días se dedica a presentar su noveno disco, Candy Valley, un breve (19 minutos) y certero trabajo grabado en Los Ángeles que lo emparentan con Mac de Marco, Yo la Tengo o Ariel Pink. Una maravilla lo-fi de suave y cálida psicodelia para combatir al cierzo y a cualquier otro mal rollo. Otro álbum caído del cielo, otro gol de Nayim.

El loco eres tú

No busquen más filosofía en sus canciones que la de disfrutar escuchándolas. Sus letras, por geniales e inofensivas, no tienen más doblez que el de la melodía perfecta y soleada. Bailar, reír, saltar, cantar… son efectos secundarios de otra nueva hornada de composiciones creadas desde el sinfín de influencias y referencias que este melómano tiene en la cabeza. Llevadas al directo, un parque de atracciones del pop. Y él ahí arriba, derrochando amor junto a su banda, imposible no quererlo.

La grandeza de Bigott reside en su sencillez; en su manera limpia, divertida y sincera de pasar por la vida alegrándosela, de paso, a los demás. Nadie ha entendido nada: es él que vive en un mundo de seres excéntricos; gente que se olvida de pasear contemplando todo con admiración que precisa, como si fuera la última vez. El loco, si acaso, eres tú. Yo he decidido meterme Bigott varias veces al mes y, al menos, una vez al año en directo. Bigott debería recetarse en las farmacias. Bigott es la cura.

 

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