La película generacional de Ted Demme, que consagró a Natalie Portman, 20 años después gana adeptos y vence hasta su propia superficialidad
VALENCIA. El 9 de octubre de 1996 Quentin Tarantino se hallaba en el Festival de Sitges presentando Curdled (Red Braddock, 1996), película de la que era productor ejecutivo; se anunciaba la aparición de El viajante, un volumen de la colección de disco-libros de El Europeo que suponía el regreso del genial Jaume Sisa; José María Aznar, entonces presidente del Gobierno, anunciaba su primer pacto con los sindicatos y Mariano Rajoy, entonces ministro de Administraciones Públicas, anunciaba la desaparición de los gobernadores civiles, mientras Roldán declaraba ante el juez Ismael Moreno. En la Comunidad Valenciana, el entonces presidente Eduardo Zaplana se restañaba las heridas tras su enfrentamiento con el que era rector de la Universidad de Alicante, Andrés Pedreño, quien le impidió presidir la apertura de curso, y el Valencia de Luis Aragonés, con Romario, Karpin, Zubizarreta, Mendieta y Piojo López, iba a la deriva en la Liga en el puesto 15, tras haber perdido con el Logroñés. Veinte años después sólo quedan Rajoy, Tarantino y los fracasos del Valencia. Roldán es ahora un personaje de ficción, apenas un secundario de El hombre de las mil caras (Alberto Rodríguez, 2016).
Ese 9 de octubre, en medio del marasmo de la vida corriente, llegaba a la cartelera española una película pequeña, Beautiful Girls (Ted Demme, 1996), a la que el paso del tiempo ha convertido en film de culto. ¿Qué es un film de culto? Podríamos decir que es aquél que en su tiempo no logra un gran éxito, que pasa relativamente desapercibido y que, con los años, su consideración es mayor que cuándo se estrenó. La descripción se ajusta a Beautiful Girls, que tuvo un discreto devenir, muy por debajo de las expectativas que despertó, y que lentamente ha ido ganando en aprecio. Una fama a la que ha contribuido el éxito posterior que ha tenido alguno de sus protagonistas y muy especialmente una adolescente de catorce años llamada Natalie Portman. La actriz israelí, que ya venía de encandilar en filmes como El profesional. León (Luc Besson, 1994) y, en menor medida, Heat (Michael Mann, 1995) donde tenía un breve pero intenso papel, es uno de los pilares de Beautiful Girls.
Curiosamente, pese a ser netamente americana, Beautiful girls tiene una especial significación en España. Se presentó en el Festival de San Sebastián con honores y fue premiada con el galardón al mejor guión para Scott Rosenberg, la distinción más alta que ha tenido la película. En general la crítica española fue muy elogiosa hacia esta pequeña joya y, sobre todo, a las dos virtudes inexorables del film: su guión y el espectacular desempeño de Portman como el personaje de Marty. El siempre cáustico Carlos Boyero (entonces en El Mundo, ahora en El País), hablaba elogiosamente de ella. “Admirables, agudos, trabajados y graciosos diálogos, y al igual que el confuso [Timothy] Hutton, me enamoré de esa maravillosa cría de 13 años”, escribía. Por su parte Luis Martínez (entonces en El País, ahora en El Mundo), reseñaba: “Comedia juvenil-costumbrista tan dulce como ácida, tan ligera como lúcida. Sin duda, todo un simpático acierto. Por lo demás, atentos a la deslumbrante Portman”.
Comedia romántica de chicos, largometraje planteado desde una óptica netamente masculina, su reflexión sobre las relaciones sentimentales cayó en gracia ya que de manera sutil planteaba todos los fantasmas de los hombres llegada la madurez, como el síndrome de Peter Pan o el anhelo de volver a empezar, simbolizado en la atracción que sentía el personaje de Hutton por el de Portman. Pero no sólo la crítica cayó rendida a sus pies. También cinéfilos patrios, si atendemos a lo que comentaba el cineasta Kike Maíllo en Sitges, durante la presentación de su película Eva (2011). Entonces Maíllo decía que la principal fuente de inspiración de su filme era Beautiful girls. “Es una de las películas favoritas de muchos de lo que hemos hecho Eva. Marcó a toda una generación de treintañeros”, afirmaba según recogió Julián García.
La buena prensa que tuvo Beautiful girls no se tradujo en una vida comercial muy boyante. Los fríos datos hablan de que no superó los 11 millones de dólares en taquilla en Estados Unidos. Condicionada por su aspecto indie y la calificación R (reservada a mayores de 17 años o a menores acompañados de un adulto), los exhibidores apostaron poco por ella y fue barrida por los estrenos de los siguientes meses y por las circunstancias. En España también sucedió lo mismo. Aquí estuvo eclipsada por dos obras maestras que se dirigían a un público similar y con las que coincidió en ese otoño: la no menos generacional Trainspotting (Danny Boyle, 1996) y la imprescindible Secretos y mentiras (Mike Leigh, 1996), Palma de Oro en Cannes y que llegaría a ser nominada a ¡cinco Oscars! (y qué cinco: película, director, actriz, actriz de reparto y guión). Beautiful girls se quedó pues en terreno de nadie, una colina alta entre montañas. Por si fuera poco, en España tuvo un rival de consideración con Cosas que nunca te dije (Isabel Coixet, 1996), la película que consagró a la cineasta catalana y que tenía una estética similar. Así pues, se confío poco en ella y lentamente fue relegada. Eso ha hecho que muchos de sus fans la hayan conocido directamente a través del DVD.
¿Por qué se mantiene tan bien? Quizás por su honestidad. Nunca engaña. Beautiful girls tenía a gala jugar con un cierto aire a telefilme, a producto liviano. Quería ser así. Todo es natural, sencillo y amable, en un sitio en el que como dice el personaje de Paul (Michael Rapaport) es un lugar dónde “sólo cambian las estaciones”. Su descripción es posiblemente una de las frases más atinadas de una película llena de réplicas agudas y reflexiones brillantes. Condensa a la perfección el espíritu de cuento a la antigua de la película, con ese escenario invernal, blanco, anglosajón, protestante, puro heteropatriarcado que nunca cambia y que sólo puede existir en la memoria.
Rosenberg escribió el guión mientras vivía en Needham, un pueblo de 28.000 habitantes en el Este de Estados Unidos, en Massachusetts. Se encontraba a la espera del visto bueno de Disney a su guión Con Air (Simon West, 1997). Fue uno de los peores inviernos que se recuerdan en la zona. Prácticamente encerrado en su casa, “cansado de escribir películas con gente disparando y matando”, el guionista decidió reproducir sus vivencias y los problemas del día a día en una pequeña localidad. Una vez terminado el guión, el productor y director James L. Brooks (La fuerza del cariño, Mejor… imposible) se interesó por él y estuvo a punto de dirigirla. La película llegó a Miramax, la productora de los todopoderosos hermanos Weinstein, pero no fue una de sus grandes apuestas del año. Simplemente se hizo.
El director elegido fue Ted Demme, sobrino de Jonathan, el de El silencio de los corderos (1991). Como hiciera años antes Barry Levinson con la más que recomendable Diner (1982), Ted Demme se rodeó de un reparto completo y de gran altura para representar al grupo de amigos. Además de los citados Hutton, Portman y Rapaport, cabe mencionar a nombres como Matt Dillon, Noah Emmerich, Annabeth Gish. Lauren Holly, Rosie O'Donnell, Martha Plimpton, la ganadora de un Oscar Mira Sorvino y la espectacular Uma Thurman. Casi todos ellos tienen su momento de gloria, su(s) frase(s) de relumbrón, lo que da al conjunto un aspecto coral que la hace aún más atractiva. Durante el rodaje, Demme convocó a todo el reparto para estar juntos de dos a tres semanas antes de filmar y así establecer lazos entre ellos que facilitaran esa verosimilitud.
En busca de un look de ciudad anónima del Este el equipo de producción se desplazó a Minnesota. Una de las influencias estéticas más importantes del film fue otra película rodada en un pueblo obrero, El cazador (Michael Cimino, 1978). Para el joven Demme, que entonces tenía 33 años, reproducir un espacio similar se convirtió en casi una obsesión. Quería que Knight’s Ridge, la pequeña ciudad de Nueva Inglaterra donde se supone que acontece la trama, se transformara en un espacio icónico, casi un cliché. En ese detalle, la película entronca directamente con el cine optimista de Frank Capra, una coincidencia que no es sólo formal.
La historia de la que partía Rosenberg no era especialmente original. Willie, un pianista que sobrevive en Nueva York vuelve a su localidad natal para reencontrarse con sus amigos y tomar parte en una reunión de ex alumnos (un auténtico McGuffin; al final a la reunión sólo va uno de los personajes, la secundaria Darian [Holly]). Esa estancia previa a la fiesta sirve a Willie para ponerse al día y descubrir que sus compañeros de estudios se enfrentan al mismo problema que él, el miedo al compromiso, y se debaten entre seguir buscando lo que quieren o querer lo que tienen. En paralelo, el pianista conoce a su vecina de 13 años, Marty, una chiquilla adorable con un sentido del humor agudo y una gran perspicacia. A lo largo de dos semanas acompañamos a los treintañeros en su desfile por la vida, asistimos a discusiones de pareja nada fuera de tono, escuchamos las delirantes teorías sobre la vida del personaje de Rapaport (obsesionado con las modelos) o los irónicos monólogos del de Rosie O’Donnell. Estamos allí.
Para conseguir transmitir esa emoción de proximidad, Demme emplea una estética muy convencional y saca todo el partido a las situaciones de conjunto, con secuencias tan agradables como la de Willie interpretando ‘Sweet Caroline’ de Neil Diamond, a recomendación de su amigo Kevin. Con lucidez en su momento la crítica de The New York Times Janet Maslin desvelaba el talón de Aquiles del film: su optimismo desmedido, su exceso de azúcar. Ningún personaje de la función es mezquino. Todos tienen corazón de oro. No hay dobleces. Es todo tan nítido, tan idílico, que resulta increíble.
Pero eso no ha menguado su valoración. Es un defecto asumible. Es parte de su encanto. Hace que el espectador, como pasaba en ¡Hatari! (Howard Hawks, 1962), quiera estar ahí. Hace cinco años el periodista Michael Hann resumía en un artículo en The Guardian el sentir de muchos: “Nadie podría llamar a Beautiful Girls una gran película. Es demasiado ligera, no tiene ninguna intención seria. Es, sin embargo, una de esas raras películas donde todo el mundo implicado parece perfectamente adecuado para la tarea en cuestión”. Todo encaja, desde el escenario a los actores, desde la trama a los artificios, hábilmente sazonado con hallazgos como ésa más que encomiable banda sonora en la que conviven canciones como la de Neil Diamond con la original ‘Beautiful girl’ de Pete Droge o versiones ad hoc como la de The Afghan Whigs de la canción de Barry White ‘Can’t get enough of your love, babe’. No sobra nada. Ni el dulce.
En la carrera de Rosenberg Beautiful girls constituye un hito junto a Alta fidelidad (2000, Stephen Frears), algo que no tiene mucho mérito si se recuerda su irregularidad. Rosenberg ha sido el autor de libretos tan dispares como los de los filmes de acción protagonizados por Nicolas Cage Con Air y 60 segundos (Dominic Senna, 2000), dramas como Cosas que hacer en Denver cuándo estás muerto (Gary Fleder, 1995), y astracanadas de la talla de Canguro Jack. Trinca y brinca (David McNally, 2003). Desde Beautiful girls Rosenberg no ha vuelto a escribir líneas así y no parece que vaya a hacerlo en tiempo si tenemos en cuenta que uno de sus últimos trabajos ha sido el guión del remake de Jumanji que está filmando Dwayne Johnson, La Roca.
En la de Demme también es un pico. Beautiful girls no es su film más taquillero (ese honor le corresponde a Blow, que protagonizaron Johnny Depp y Penélope Cruz en 2011), pero sí es el que más fans gana con los años. No hay comparación posible con otros trabajos de su carrera. Su pronta muerte cercenó un futuro prometedor. Un infarto, que sufrió mientras jugaba un partido de baloncesto tras haber esnifado cocaína, le segó la vida a los 38 años de edad. En enero de 2017 se cumplirán 15 años de su fallecimiento. Su legado más destacado quizás sea esta entrañable película llena de nostalgia y ternura que resulta siempre grata de ver, uno de esos largometrajes comodín a los que acudir cuando se busca optimismo y en los que, como cantaba Neil Diamond, los buenos tiempos nunca parecieron tan buenos.
Está producida por Fernando Bovaira y se ha hecho con la Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal en el Festival de Cine de San Sebastián gracias a Patricia López Arnaiz