VALÈNCIA. La próxima semana se estrena en España La montaña entre nosotros, un drama romántico de manual, en el que un médico y una periodista que no se conocen previamente se ven obligados a confiar el uno en el otro para sobrevivir a un accidente de avioneta en las montañas de Colorado. Su director es el israelí Hany Abu-Assad, que saltó a la fama internacional gracias a Paradise Now (2005), una impactante historia protagonizada por dos jóvenes terroristas palestinos que le granjeó una nominación al Oscar. En este caso, sus ambiciones son más modestas. De hecho, no importa tanto que él esté detrás de la cámara como que funcione la química entre los dos personajes protagonistas, interpretados por Idris Elba y Kate Winslet. Hombre y mujer. Negro y blanca. Ambos, eso sí, del mismo estatus social. La historia de la Winslet la conocemos sobradamente, desde su revelación de la mano de Criaturas celestiales (Heavenly Creatures, Peter Jackson, 1994) hasta su conversión en gran estrella gracias a Titanic (James Cameron, 1997). ¿Pero cómo ha llegado Elba a codearse con ella?
La carrera de Idrissa Akuna Elba, nacido en 1972 en Hackney (Londres), ha sido meteórica en los últimos años. En 2017 ha rodado cuatro películas y dos miniseries, un ritmo profesional que mantiene, con cifras similares, desde hace varias temporadas. Y aunque la nómina de directores con los que ha trabajado todavía incluye pocos nombres de peso (entre ellos, Ridley Scott, Kenneth Branagh o Guillermo del Toro), el listado de títulos en que se le ha podido ver ya le ha convertido en presencia habitual para el público mayoritario, que se ha topado con él en Thor (2011) y sus secuelas, Star Trek: Más allá (Star Trek Beyond, Justin Lin, 2016) o La torre oscura (The Dark Tower, Nikolaj Arcel, 2016), film basado en Stephen King donde daba la réplica a Matthew McConaughey. Películas de gran tirón popular que ha combinado con thrillers en los que asume papeles de héroe de acción donde saca partido a su imponente físico y trabajos de corte más minoritario, pero indudable prestigio, como Molly’s Game, que no llegará a nuestro país hasta enero de 2018, y donde comparte protagonismo con Jessica Chastain, a las órdenes del laureado guionista y director Aaron Sorkin. No, a Idris Elba no le falta de nada.
Estrella catódica
Todo el mundo recuerda que Clint Eastwood empezó en televisión, donde se hizo popular gracias a la serie Rawhide (1959-65), pero lograr dar el salto al cine con fortuna no era tan habitual hace unas décadas. Son numerosos los casos de intérpretes que se han visto confinados a desarrollar toda su carrera profesional en la pequeña pantalla. Solo el espectacular auge experimentado por la ficción catódica en los últimos años ha ido cambiando las tornas poco a poco. De no ser por Breaking Bad (2008-13), es muy posible que Bryan Cranston no hubiera alcanzado su estatus actual, que incluye papeles protagonistas (el año pasado hizo cinco películas) y hasta una nominación al Oscar por Trumbo (Jay Roach, 2015). A fecha de hoy, probablemente seguiría siendo el padre de Malcolm (Malcolm in the Middle, 2000-06), el único motivo que tenía el espectador para recordarle hasta que se convirtió en Walter White. El de Idris Elba es un caso parecido. Pocos recuerdan sus primeros papeles televisivos, medio en el que debutó en 1994. Pero a partir de 2002 las cosas cambiaron.
Fue el año en que comenzó a emitirse The Wire. Su encarnación de Stringer Bell marcó un antes y un después definitivo. Un capo de las drogas consciente de que los tiempos están cambiando, que intuye que debe sacar el tráfico de las calles, donde llama demasiado la atención, y se pone a estudiar economía para situarse al nivel de los tiburones del negocio. Un criminal, sí, pero con un sólido código ético. Como Al Swearengen en Deadwood (2004-06). Pese a que moría al final de la tercera temporada (si no han visto la serie, se merecen este spoiler), y por lo tanto no apareció en las dos siguientes, sigue siendo el personaje favorito de la serie para muchos seguidores de The Wire (entre ellos, quien suscribe). Por fin se había convertido en un actor reconocible, y aún lo sería más gracias a otro papel televisivo: el del detective John Luther.
Idris Elba se enfundó la gabardina en 2010, y lo ha seguido haciendo durante cinco temporadas (la última se emitirá en 2018). Producida por la BBC, la serie es tanto una exploración del submundo criminal como de la personalidad del propio protagonista, un policía que lucha contra sus propios demonios, y que en ocasiones puede ser tan peligroso como los asesinos a los que persigue. Un personaje ambivalente al que Elba aporta su ya comentada presencia física, pero también su capacidad para transmitir al espectador su complejidad psicológica. Si The Wire había sido un producto exquisito de alcance limitado pero selecto, Luther facilitó el acceso del actor a un público mucho mayor. Y le permitió ganar un Globo de Oro en 2012. Pero el tiempo no pasó en balde entre las dos series más importantes en que ha participado. También obtuvo un personaje fijo en la quinta temporada de la versión americana de The Office y, sobre todo, fue asomándose con creciente frecuencia a las pantallas de cine, como ponen de manifiesto sus papeles en diversos films menores, pero también en 28 semanas después (28 Weeks Later, Juan Carlos Fresnadillo, 2007), American Gangster (Ridley Scott, 2007) o RocknRolla (Guy Ritchie, 2008).
Adivina quién dispara esta noche
Intérprete versátil, capaz de combinar fuerza y elegancia, Idris Elba ha sonado incluso como candidato a ser el próximo James Bond, aunque Anthony Horowitz, autor de la última novela protagonizada por el célebre agente secreto, aseguró al enterarse que era “demasiado rudo y callejero para el papel”. Le llovieron críticas en las redes sociales, señal de que el público estaría dispuesto a aceptarlo, lo que significaría que el actor ha roto con los sempiternos estereotipos raciales del cine mainstream, donde es evidente que la representación de los afroamericanos ha evolucionado con el tiempo, aunque no tanto como nos gustaría creer. No quedan tan lejos (apenas cincuenta años) los tiempos en que Sidney Poitier tuvo que luchar contra ellos. Su carrera estuvo marcada por la tensión entre la ruptura con la imagen que Hollywood había dado de los negros hasta entonces (vagos, perezosos, graciosos, obsesos sexuales) y su posición de personalidad popular capaz de invertir esos prejuicios. Que además consiguiera desarrollarse como actor puede considerarse un milagro.
Pero lo hizo, y algunos de sus films causaron no poca controversia. Adivina quién viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner, Stanley Kramer, 1967), una comedia ligera sobre una pareja mixta, le reportó un Oscar, pero también críticas de la comunidad afroamericana por dar la pulcra y dócil imagen que los liberales blancos esperaban de él. Este año estaba nominado como mejor documental I’m not your negro (Raoul Peck, 2016), basado en textos de James Baldwin. En la película, el escritor afirma: “Sidney Poitier, como artista negro y como hombre, está en contra de la infantil y furtiva sexualidad de este país. Tanto él como Harry Belafonte, por ejemplo, son símbolos sexuales, aunque nadie se atreva a admitirlo, y mucho menos a usarlos como estrellas masculinas de Hollywood. Se le ha robado todo a los negros en este país, y no quieren que se les robe la faceta artística. A la gente negra le disgusta mucho Adivina quién viene esta noche porque sienten que Sidney fue, en efecto, usado en su contra. Pero la película tal vez probó, a su extraña manera, ser un logro, porque es casi imposible ir más lejos en esa dirección en particular”.
Ese mismo año, Poitier interpretaría también En el calor del noche (In the Heat of the Night, Norman Jewison, 1967), donde da vida a un detective que no duda en devolver la violenta bofetada que recibe cuando un racista del sur le agrede. Con todas las reservas con que hay que analizar su trayectoria artística, es indudable que abrió las puertas a otros actores negros, y no es descabellado establecer comparaciones entre su carrera y la de Denzel Washington. Del mismo modo, tampoco conviene olvidar la importancia que el cine blaxploitation (thrillers raciales dirigidos de manera específica al público de color) tuvo a la hora de normalizar la presencia negra en la gran pantalla, especialmente en lo que se refiere a los duros personajes de acción que después han caracterizado a actores como Wesley Snipes o Samuel L. Jackson. También a Will Smith en los últimos años, después de unos comienzos asociados a la comedia que podían emparentarle con el bufón Eddie Murphy. En realidad, puede decirse que los afroamericanos han ido accediendo por fin a papeles tradicionalmente reservados a los blancos, tanto porque Hollywood entiende que existe una demanda creciente entre el público, como por la presión ejercida por unos profesionales que se han quejado de manera reiterada sobre la marginación a que tradicionalmente se han visto sometidos.
¿En qué parte del puzle encaja Idris Elba? A diferencia de otros compañeros, nunca se ha quejado de racismo, y su ascenso se ha producido en un momento en que las aguas parecen relativamente calmadas. Pero solo en apariencia. Cuando su nombre comenzó a sonar para protagonizar La torre oscura, no faltaron quienes se opusieron, alegando que Stephen King describía a su personaje como un joven Clint Eastwood. Es decir, blanco. Sin embargo, fue el propio escritor quien aseguró que no le importaba el color de la piel del actor que lo interpretara, sino que fuera capaz de desenfundar su revólver con rapidez. La crítica destrozó la película, pero la incompetencia del director no se puede achacar a su elenco, y tampoco parece que la debacle vaya a afectar a Elba, que ya tiene pendiente de estreno Thor: Ragnarock (Taika Waititi, 2017). Y si el cine falla, siempre le quedarán las cabinas, porque también suele prodigarse a menudo como disc jockey (ha llegado a actuar en el festival de Glastonbury). En cualquier caso, no parece que le vaya a faltar trabajo en el futuro, pese a que sus comienzos fueron duros: A los 18 años decidió abandonar el hogar familiar y marcharse a Estados Unidos, donde tras conseguir el carné del Sindicato de Actores comenzó a presentarse a castings. No le resultó sencillo sobrevivir en Nueva York, sin apenas dinero y con una furgoneta como único domicilio durante un tiempo, pero The Wire lo cambiaría todo.
De carácter intuitivo (no posee formación específica como actor), llevaba varios años sin empleo, pero según sus propias declaraciones, “veía a Denzel Washington y Wesley Snipes y me decía: Yo puedo hacer eso. Podría estar con ellos”. La prueba para la serie creada por David Simon le llegó con su esposa embarazada de ocho meses. De no haber obtenido el papel de Stringer Bell, hubiera regresado a Inglaterra. “Sabíamos que si no conseguía trabajo después del nacimiento de mi hija, habríamos acabado siendo escoria callejera”. Quince años después, es una de las estrellas más cotizadas de Hollywood. Si la historia contiene alguna moraleja, es tarea del lector encontrarla.