VALÈNCIA. Cuando empecé a escribir este artículo pensé que era acerca de nada en concreto. Un intento más que vano, de hacerme un millás y escribir algo coherente alrededor de una imagen. La imagen en concreto es la fotografía que preside el artículo. No define un momento importante en mi vida ni en mi trayectoria profesional. Es solo el recuerdo de un momento divertido. La fotografía posee una composición que invita a hablar de ella, a tirar del hilo y escribir.
Esta fotografía se hizo en julio de 1996. Fue en Madrid, en la sala La Riviera. Fue tomada durante la presentación de Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera, primera película de Chiquito de la Calzada, entonces en la cima de su popularidad. La primera cuestión que surge es por qué estaba yo ahí. Se lo pregunto a Inma Carles, amistad duradera, que diría Ajo, cómplice en numerosas vivencias profesionales y personales, diurnas y nocturnas. Durante años, la gente de la prensa musical de València recibimos de las manos de Inma, entonces responsable de comunicación del sello Dro-Gasa, discos estupendos, de Paul Haig, Corcobado, Pixies, La Granja… Luego se trasladó a Madrid para trabajar en Warner y allí volvimos a coincidir. Como ella estuvo también en lo de Condemor, le pregunto sobre el asunto. Me dice que no sabe si la idea salió del ejecutivo discográfico Gonzalo López, o de Peón Kurtz, hoy exmiembro de Def Con Dos. Los tres compartían piso entonces y yo solía visitarles y salir a conciertos con ellos. Inma dice que cuando escuchó la propuesta –no sabe exactamente si salió de Gonzalo o de Peón- no daba crédito. Conociéndome, seguro que me lo comentaron y eché gasolina al fuego. Al final allí acabamos los tres.
Inma, es la autora de la foto que preside el artículo. Cuando le pidió que me ayude a recordar me recuerda que se publicó y que en el copy pusieron “Foto: La sepia de la pradera”, lo cual nos dio para unas cuantas risas. La publicación a la que me refiero era del compañero Pedro Calleja, periodista y editor de Serie B y colaborador del fanzine valenciano 2000 Maníacos. Tengo algunas otras fotos de esa noche en las que estoy posando con él, que sostiene orgulloso un ejemplar del fanzine mientras coge a Chiquito por el hombro. Pero es la fotografía que aparece aquí, encabezando este texto, la que me atrae especialmente. Cada vez que me he encontrado con ella revisando viejas fotos o intentando sin éxito ordenarlas no puedo dejar de mirarla. Incluso contextualizándola gracias a la información de Inma, resulta absurda, enloquecida. Capta un momento tan irreal que merece ser congelado.
Que yo me hiciese una foto con Chiquito resulta de lo más coherente. Tengamos en cuenta que en 1996 hacerse una foto era infinitamente más complejo que ahora; o sea, que hacerse una foto entonces era un acto cargado de intención. Ahora me la haría con mucho más entusiasmo si cabe. Pero en aquel momento, cuando no había perspectiva alguna para analizar al personaje, y solo teníamos su humor divulgándose en tiempo real, no había demasiado margen para elaborar ironías. Resumiendo, que ahí estaba yo con mis amigos y con Chiquito, inevitablemente acosado por la gente. Lo más gracioso es que, tan solo unos días después, iba a ver por primera vez en directo a Patti Smith, allí mismo.
La fotografía alrededor de la cual gira esta reflexión me gusta mucho porque capta una suerte de desbarajuste. Chiquito está haciendo uno de sus gestos típicos, como haciendo chas, por eso aparezco yo a su lado, con expresión de exagerada sorpresa, luciendo pelazo. El humorista hace su papel y yo aprendo el oficio a su lado. Y vuelvo a acordarme de que, unos días después, se me llenaban los ojos de lágrimas por la emoción de ver a Patti Smith que volvía a los escenarios después de más tres lustros de retiro. Patti con su viejo batería, Jay Dee Daugherty, y con el camarada Tom Verlaine, que tocaba la guitarra desde un costado del escenario como queriendo pasar desapercibido. Y Michael Stipe, acompañándola como un ángel de la guarda durante aquella gira, que a veces salía a cantar alguna canción con ella. Chulo, ¿verdad? Pues horas antes de emocionarme con todo aquello ya había creado mi propia antítesis de un instante de éxtasis profundo metiéndome en una fiesta de Chiquito de la Calzada. Una especie de oxímoron vital. Son mis favoritos.
La fotografía tiene dos partes claramente diferenciadas. Una es la que nos abarca a Chiquito y a mí. La otra la ocupan otros dos personajes. No guardo relación con ninguno de ellos. Cuando advirtieron que la cámara apuntaba, saltaron de la nada y se entregaron a ella. La mujer se mete en el plano como sea, incluso pagando el precio de que el pulgar le tape la cara, seguramente porque en realidad le da lo mismo. El chico que hay detrás se limita a estirar el cuello y emitir una sonrisa que podría haberle abierto las puertas del show business. A la hora de rescatar la foto para usarla aquí, yo mismo podría haberla editado. Pero si los elimino entonces perdería gran parte de su encanto. La gracia de esta imagen no es simplemente que salga yo con alguien aparentemente tan ajeno a mí. La gracia de la foto es que los tres elementos que aparecemos en ella y que no somos Chiquito de la Calzada estamos haciendo el ganso comme il faut, sin conocernos de nada. Y al actuar así, creamos una especie de coreografía caótica, que es lo que le da cuerpo y alma a la foto.
Tal y como decía al principio de este artículo, al empezar a escribirlo pensaba en él de una manera. Lo veía como un experimento frívolo, sin más. Entonces le escribí a Inma y en su contestación recordé cosas que el tiempo va escondiendo en el laberinto de la memoria. La casa cerca de la calle Pilar de Zaragoza, en Madrid. Peón cantando imitando una y otra vez a Damon Albarn en Song 2 de Blur y contagiándonos el grito. Esas cosas absurdas que hacen los amigos cuando se lo pasan bien porque es el momento de pasarlo bien. El tiempo nos ha ido esparciendo a todos por aquí y por allá. El tiempo se ha encargado de que aquella manera de reírnos ya sea parte de nuestra historia. La foto con Chiquito me habla de todo eso y creo que ya sé por qué le tengo este cariño tan especial.